sábado, 11 de enero de 2025

44.ª Reunión anual de la Cofradía “Los Lechales”. Un paseo por el entorno.

 
Un año más, con el regocijo habitual, se celebró la reunión de la famosa cuadrilla de tan ovino título, que cumple ya su aniversario color turquesa (“cuadragésimo cuarto” también se llama, pero se decidió desechar esta denominación porque es difícil de pronunciar, en especial después de la segunda ronda de blancos). Tan magno evento tuvo lugar durante los días 25 y 26 de octubre de 2024 y estuvo animado, muy animado diríamos, por los 16 miembros que acudieron a la convocatoria, casi un pleno, siendo muy sentida por todos la ausencia, en el día grande, de uno de sus socios habituales que causó baja, muy a su pesar, por indisposición transitoria.


Tras la cena-recepción de la primera jornada, en la que el destacado socio Agustín fue nombrado “Cocinero Mayor” de la cofradía por sus muchos méritos, tanto en la recogida y selección de las materias primas como en su posterior elaboración, la jornada principal amaneció lluviosa, por lo que hubo que suspender las actividades al aire libre programadas por la organización y acogerse al “plan B” que preveía solo actividades culturales “a puerta cerrada”. De esta manera conocimos y disfrutamos de los “Museos Vivos” de Castilla y León, loable iniciativa de protección y difusión del patrimonio natural, cultural, histórico y artístico de la Comunidad, en la que está incluido nuestro Museo del Árbol fósil. Y así visitamos el Museo de Instrumentos musicales antiguos de Silos y el de Fósiles de Tejada, antes de hacer una visita guiada por Caleruega, su casco histórico y el Monasterio de Santo Domingo de Guzmán, paradas muy aconsejables e instructivas.

Entre unos vinos y otros llegó la hora de comer, lo que se hizo con gran satisfacción de los asistentes en la cercana localidad de Espinosa de Cervera, en un establecimiento de buen libar y mejor yantar cuyo nombre evoca la presencia del más insigne de los guerreros que ha dado nuestra tierra, donde, horas después, los cofrades vieron caer la tarde mientras cantaban órdagos y reclamaban arrenuncios. Una paradita en Salas para saludar a algunos amigos y para que, los más hinchas, se pusieran al día de los resultados futbolísticos, antes de acabar en Castrovido reponiendo fuerzas, si es que a alguno le flaqueaban, a base de sopas de ajo (“Somos lechales, sí, pero soperos también”, es el lema) y otras delicias ligeras, para concluir con el fin de fiesta musical que estuvo amenizado a la guitarra por este humilde trovador bajo la dirección artística de Paco, el más musical de la panda.

Total, que se levantó la reunión con prisa, pero sin pausa, y cada mochuelo a su olivo porque, ¡ay que ver lo que son los años!, parece que como el gintonis de casa con el pijama puesto, no hay nada.

Otra jornada excelente que vivimos con alegría y compañerismo, preludio de las que vendrán, que pensamos seguir disfrutando y contando desde estas páginas. 


Manolo Díaz Olalla, relator de la Cofradía

(Publicado en la Revista d la Asociación "Amigos de Hacinas,  nº 186, IV trimestre de 2024)

 


lunes, 2 de diciembre de 2024

Forasteros

 Todos somos, hemos sido y seremos forasteros en alguna parte. En algún pueblo cerca del nuestro, en otra región o en otro país. Hemos vivido, por tanto, la incómoda sensación de sentirnos observados, analizados, malmirados y peor considerados, simplemente porque otros han notado que no somos de allí, que hablamos otra lengua, tenemos otro color de piel o, simplemente, entendemos la vida de otra manera. Es el miedo atávico a lo desconocido, una desconfianza que, por la generalización, llega pronto a la injusticia y compromete la seguridad y el bienestar de los demás.

Cerrando el círculo que va desde el “somos diferentes” al “nosotros somos buenos y ellos son malos”, pasando por el “ellos tienen la culpa de lo que nos pasa”, quienes han sabido inculcar y extender esos mensajes entre la gente han gestado las mayores barbaridades de la historia de la humanidad. Hay tantos ejemplos que sería ocioso detenerse en ellos, sobre todo si al hacerlo perdemos la perspectiva de que el miedo y la desconfianza son cuchillos de doble filo y de la misma forma que los blandimos contra otros, en algún momento alguien los puede volver contra nosotros.

Pero déjenme que les cuente una historia que ocurrió hace mucho, pero mucho, tiempo. Resulta que el serranomatiego al que me quiero referir andaba una noche remota y gélida de un año impreciso del primer quinquenio de los años 30 del siglo pasado, a paso decidido por el camino que transcurre entre Hacinas y Salas, aguantando con resignación el ris que le cortaba el rostro, claro anticipo de la pelona que iba a caer.

Marchaba el mocetón serrano empingorotado y más chulo que un cortapijas, y no era para menos, pues “se hablaba” con una muchacha de Hacinas, la hija mayor de una conocida familia de la localidad, y volvía a su pueblo tras el paseo y el rato de cháchara en el “hilorio”, una cosa discreta, no crean, que tampoco hace falta que te cuelguen el sambenito de cascarrón a la primera, que si cascaba era cosa suya, pero era mejor hacerse el muino para empezar. Aún no había “entrado en casa” del juez de paz, pero notaba que en el pueblo de la aspirante a novia no era bien visto, en especial por los mozos, que consideraban un atrevimiento que un forastero aspirara a llevarse una moza del pueblo, como si en el suyo no hubiera o no fueran dignas de mención, que lo eran.

-          Me había entrado por los ojos, ¿qué quieres?, bien maja que era, y trabajadora, la que más, y yo a ella creo que no le parecía mal tampoco, eso decían…

Lo cierto es que el bueno del pretendiente, según contaba, no se negaba a "pagar el vino" que se le exigía a cualquier mozo de fuera que rondara a alguna soltera de la localidad, estando dispuesto a acoquinar lo exigido sin ajabardarse a última hora, lo que siempre creí pues, hasta donde recuerdo, no era un agonías y cumplía a rajatabla la palabra dada. La “media cántara” iba por su cuenta y pagaba “la entrada” de mil amores con tal de que le dejaran tranquilo en los prolegómenos de sus amoríos; pero no, los soperos habían optado por convencerle de que nada se le había perdido por allí. 

Al parecer, esa noche, los alicates habían planeado emboscarle en su viaje de vuelta y darle un buen susto cuando llegara a la caseta y, si se ponía modorro, algún mandoble por añadidura.

Y mientras el protagonista de nuestra historia se acercaba a paso ligero al lugar de la trampa, nadie se había dado cuenta de que un embozado le seguía a distancia con discreción, atento a los acontecimientos que iban a suceder. Era el padre de la novia, quien había recibido una confidencia de uno de los confabulados que, aunque remordido por su propia conciencia, no quería parecer un acochinado delante de sus compañeros, ni ser el hazmerreír del mocerío local. No había caminado el salense ni media legua desde donde sale el camino de La Revilla cuando le pareció distinguir la figura de un hombre como aculado bajo un roble, lo que le extrañó por lo tardío de la hora y porque, aunque era de noche, no llovía.

-          ¿Quién anda por ahí?, acertó a decir mientras buscaba entre la ropa algo con lo que defenderse si era necesario.

De repente se vio rodeado de varios hombres que, en actitud poco amigable, le empezaban a increpar entre empujones, a alguno de los cuáles, aunque ocultaban sus rostros, reconoció.

-          ¡Aivá, la Virgen! ¿Qué queréis? Ojo, que os conozco a todos….

Y cuando se alzó enmedio de la negrura de la noche la primera cachiporra, justo antes de que le dieran el primer cocotazo, se oyó una voz enérgica que venía de atrás gritando ¡alto!, mientras la vara de la justicia se alzaba aún más alta que la cachava pastoril. Los alipendes bajaron los archiperres y, amurriados, escucharon al mayor en edad, dignidad y gobierno, que de modo inesperado acababa de hacer su aparición.

-          ¿Pero qué hacéis, insensatos? Marchad para casa y dejad a este hombre que siga su camino en paz.

Cuentan los que supieron del caso que no hubo más palabras. Cada cuál cogió su camino, y que el proyecto de novio, sin que le llegara la camisa al cuerpo, al pasar el puente del Ciruelos aún tuvo cuajo de volver la cabeza y gritar por lo bajini: “¡espantajos!”.

Volvieron las aguas a su cauce, no las del Ciruelos sino en general, y el buen mozo, aunque algo montisco, pagó el vino que los de Hacinas bebieron con alegría y todos celebraron la ocurrencia en armonía, pero el de Salas, que aquel día se quedó esperrado, siempre los miró con resquemor y, colorín colorado, porque, aunque es sabido que el escabeche empapa poco, salieron de la taberna felices, bolingues y medio empandinados.

Oí contar esta historia muchas veces en casa de mi abuela, siendo un gurriato, cuando, bien entrado septiembre, pedía que me contaran un cuento que escuchaba mientras me acurrucaba en la cama con la bolsa de agua caliente, por no fijar la mirada en el techo, donde unos desconchones colindantes de formas caprichosas se me figuraban horrendos monstruos que acechaban para llevarme a las calderas de Pedro Botero, lo que merecía, según decía mi abuela, por zoquete.

-          Abuela, que digo yo que habrá que pintar la alcoba.

-          Pues sí, cuando te dé la gana te vas a buscar un escorado por la parte de Villanueva y traes jalbegue…. No te amuela el mocoso.

Eran tiempos de mucho aislamiento y de malas comunicaciones geográficas y personales, lo que incrementaba el miedo a lo distinto. Si lo miran bien no deja de ser una paradoja, pues hemos sido un pueblo de emigrantes y la mayoría de los que se vieron obligados a salir de su tierra para mejorar su vida y la de su familia fueron bien acogidos, generalmente, allá donde fueron, y lograron, si quisieron, emprender una nueva vida. Muchos hacinenses han sido forasteros en otros continentes (en América durante todo el siglo XX), en otros países de Europa durante la postguerra española y, más recientemente, tras la crisis de 2008-2010 e, incluso, sin ir más lejos, lo han sido en otras ciudades y regiones de la geografía nacional cuando aquellos años difíciles del desarrollo industrial y la migración interior (Burgos, Madrid, Cataluña, Euskadi). 

Los que vinieron de fuera a quedarse entre nosotros siempre hicieron avanzar a nuestro pueblo, abrieron mentes y horizontes y, al integrarse, nos hicieron superar la endogamia crónica que históricamente han padecido los pueblos castellanos, mejorando, de esa forma, la salud de la gente y alargando su supervivencia, hasta fundirse de tal manera que ahora no sabemos quiénes son ellos y quiénes nosotros.


Muchos años después... Francisco y Victoria, de paseo por Salas

Muchos años después, frente al Altollano que se dibujaba a través de la ventana del comedor de su casa de La Carrera, en Salas, mi tío Francisco, el pretendiente de esta historia, habría de recordar aquella noche remota y gélida en que el noviazgo que iniciaba con mi tía Victoria casi le cuesta, además de un buen susto, algún hueso roto.

 

                                                                                                                       Manolo Díaz Olalla

                                                                                    Madrid, el día de San Pedro Alcántara de 2024

 

N del A. Las palabras que aparecen en cursiva pertenecen al hacinés original y han sido consultadas en el “Diccionario tradicional del siglo XX de un pueblo serrano-burgalés”, de Jesús Cámara Olalla.

 Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", N° 185, III trimestre de 2024

jueves, 29 de agosto de 2024

La manduca

 

"Puchero a la lumbre". (Fuente: Ayuntamiento de Malagón. Concejalía de cultura. C. Real)


Lo del minchar es asunto de trascendencia, diga usted que sí. Por los buenos ratos que pasamos mientras nos nutrimos, sobre todo si es en buena compaña, y por lo que la manduca y todo lo que la rodea explica de cómo somos, cómo vivimos y hasta la salud, o la poca salud, que tendremos. Lo que tiene que ver con su preparación, que también nos gusta, aunque no sean remojones, lo dejamos para otro día, no sea que algún chamuscas nos coloque el mote de catapucheros y la broma pase a mayores.

Siempre oí que hace años, cuando el desarrollo de una sociedad como Hacinas o, en general, como la Castilla rural de la época, era apenas un sueño, la alimentación diaria cabía en un puchero en el que se depositaba con cariño, muy temprano en la mañana, un puñado de garbanzos, algo de berza, quién sabe si un chorizo o un pedazo de tocino, cuatro vainillas, pero nada de pizca, eso ni soñarlo, ni que fueran bodas, con suerte una bola si la hicieron, o un pedazo de zangarrón, y se llenaba de agua de los Cubillos, que, por su blandura, cuece las legumbres muchísimo bien.

Eso me contaba mi abuela mientras me señalaba con el dedo de mandar chitón el quincho donde colgaba el cuadro con los calderos para que saliera a escape, camino de la fuente.

Y después, ahí, en la cocina, encima de las estrébedes o entre los rescoldos humeantes se pasaban las horas en aquél chup-chup lento, como a conciencia, mientras la gente andaba, dale que te pego, esterronando en la tierra, o en la casona metiendo los chivos en el ciburto, llenando el gamellón, o afilando la zadilla, ya saben, en su trajín cada cual.  

Ese cocidito sabía a gloria cuando, después del toque de mediodía, la familia se juntaba y se destapaba aquel puchero y se servía aquella sopa sustanciosa, en la que algunos hundían buenos cachos de pan de la hogaza (¡ay, los soperos!), deleitándose en cada cucharada mientras no quitaban ojo del recipiente entreabierto por el que asomaba lo que vendría después, en los siguientes vuelcos. Esas comiditas sencillas pero naturales y honradas, dicen que resucitaban a un difunto, bueno, es difícil saber si llegaban a tanto, pero desde luego espabilaban una filoxera y remendaban la mala pelleja que daba gusto. Hasta le cambiaban la cara al pujete cuando le llegaban los aromas al portal atravesando la sobrecocina.

El niño rebisco tenía que pasar por la palancana después de sacudirse bien la pichorra, antes de coger su plato, y al verle comer con tanta cazuza no faltaba quien comentara que quizás habría que suspender el tratamiento a base de quina Santa Catalina, que es medicina y es golosina, por sus extraordinarios efectos como reconstituyente.

¡Dejaime, dejaime!, protestaba el gurriato mientras tía y abuela le quitaban los churretes de la cara con la esquina de una rodilla mojada en saliva, sin soltar ni un segundo el plato humeante, temeroso de que el castigo por el desaliño llevara asociado el ayuno al áspero restriegue facial.

“¿Sabe hijo, sabe?”, preguntaba la abuela con interés muchos años después en aquélla misma cocina, mientras Manolín, que siempre fue un melindre, asentía con la cabeza por no defraudar, disimulando que lo que de verdad absorbía su curiosidad en ese momento no era tanto el contenido de cada bocado ni su suculencia sino el allar que colgaba del cañón de la chimenea, al que no quitaba ojo en su pendular cadencia.

Alimentación monótona, sabrosa y poco proteica, como es y ha sido en todos los sitios y en todos los momentos la manduca de los humildes, que mantiene a la gente fibrosa, aunque, en ocasiones, muy cerca de los límites de la desnutrición, en especial a quienes más necesidades tienen, un suponer, los lagartijos muy movidos, a riesgo de quedarse canijos, o las empampiroladas que no están cumplidas. La poca variedad en la dieta diaria hace, además, a la gente muy vulnerable ante cualquier evento imprevisto que ponga en peligro la cosecha, meteorológico, como una sequía, o natural, como una plaga, poniendo a las personas, a poca costa, en el pico de la cigüeña negra.

Afortunadamente había momentos en que la rutina se rompía y aparecían manjares insospechados. Durante las fiestas, los cumpleaños, tras un ojeo exitoso, en las bodas y otros acontecimientos sociales se llenaban mesas y barrigas de cabecillas asadas, sadurillas, con suerte alguna lebrasca o un cuarto asado, mazas de cabra bien curadas, sin hablar de morcillas, lomos y chorizos, ni cuantas delicias procedentes del reino animal, conservadas con mimo en abundante aceite, se puedan imaginar para el consumo humano.

Dietas, no obstante, en las que el pescado era una excepción. Conocido es el hecho de que la necesidad de una correcta conservación de esos alimentos siempre fue un límite importante para su consumo en la meseta en la época previa a la electrificación, lo que fue más o menos resuelto con las salazones y las conservas. En aquellos tiempos de que les hablo llegaban a todos sitios las bacaladas y los arenques, ¡ay esas cajas redondas encima de los mostradores con las coronas de sardinas en perfecta formación!, y, una tarde sí y otra también el alguacil, tras el oportuno toque de corneta, avisaba a la concurrencia de que:

“¡¡¡ se venden…

chicharros…

en el rollo !!!”.

La especie que se cita, o el zapatero, un suponer, que también se pregonaba mucho, son excelentes pescados azules muy populares en nuestra comarca, pero el asunto de la distribución del pescado fresco procedente del Cantábrico por Castilla en aquél entonces, es un enigma difícil de descifrar. Por ejemplo, el congrio, abierto o cerrado, es un pescado tan popular en la Ribera, que existe un plato típico de su cocina que se llama “congrio a la arandina”, lo que sin duda demuestra que nunca faltaron esas codiciadas piezas en aquellos mercados, donde siempre fueron muy populares, no dejando de ser un asunto singular, sobre todo una vez comprobado que tan sabroso pez no se pesca en el Duero.

Comparen, en fin, de qué, cómo y cuánto se alimentaban los hacinenses hace unos lustros con lo que pasa ahora en nuestra bella localidad y en todos los sitios. En primer lugar, llama la atención la uniformidad de la que hablábamos otro día: hoy por hoy se come casi igual (de mal) en todas partes. Hay una enorme variedad de alimentos diferentes, pero la gente padece malnutrición (sobrepeso y obesidad) como nunca antes, con terribles efectos sobre su salud. Si nuestros antepasados lo vieran seguro que nos dirían que nos hemos equivocado: no se trataba de comer mucho, sino de comer bien, una dieta equilibrada y variada con suficiente contenido en proteínas, pero moderada en hidratos de carbono y baja grasas, así como en azúcar y sal. Y, después de dar buena cuenta de lo ingerido, arreando al campo o a la huerta, a la bici o al camino, a la piscina o al parapente, a quemar las calorías que sobran.

Hoy en día nos conformamos con cualquier comistrajo o con cualquier aguachirle que nos ponen porque tenemos prisa, salimos a escape sin tiempo de acabar el jariguay o el solisombra, como espantajos, ni el clarete con el plato de cacagüeses terminamos, cuando deberíamos comportarnos como padres cucharones y, al menos, comer con tranquilidad la buena manduca que nos merecemos y nos dan o nos preparamos.

Somos cairones, hay que reconocerlo, y nos gusta chingar del porrón y de la bota hasta dejarlos secos, pero no le den vueltas ni le busquen, por malicia, otro sentido a un verbo que en perfecto hacinés tiene más de una acepción. Y si este idioma es tan rico, les prometo que otro día hablaremos de su otro significado. Eso también puede dar para mucho.

Manolo Díaz Olalla

Madrid, el día de San Pedro, patrón de Hacinas, de 2024

Nota: Las palabras y expresiones en cursiva forman parte del hacinés tradicional, no están incluidas en el DRAE 22ª edición y están tomadas del “Diccionario tradicional del Siglo XX de un pueblo serrano-burgalés”, de Jesús Cámara Olalla

 

 

 

 

jueves, 2 de mayo de 2024

El delantal

Cuentan que cuando el gran escritor García Márquez escuchó por primera vez la canción titulada «Pedro Navaja», compuesta por el músico panameño Rubén Blades e interpretada por él mismo junto a Willie Colón en 1978, exclamó que lamentaba profundamente no haber escrito la novela de la historia que cuenta esa tonada salsera. Uno, que nunca le llegará ni a la suela del zapato al gran Gabo, y que ni siquiera lo intenta, ha sentido una especie de frustración parecida a la suya cuando, hace poco, navegando por esa biblioteca desesperantemente desordenada que es internet, encontró un precioso relato de Ángeles Fuentes que más abajo transcribo, titulado “El delantal de la abuela”.

Se trata de una narración que, con sensibilidad y sencillez, traslada los mismos recuerdos y sentimientos que albergo sobre tan versátil elemento de la indumentaria de mi propia abuela, hasta donde me llega la memoria, gurriato urbanita, al fin, aunque con ínfulas de niño de campo, en aquellos años espléndidos de nuestra infancia en Hacinas. Más de una vez han leído en estas mismas páginas referencias a esa humilde prenda que, a veces y por modestia, no pasaba de mandil, y lo requetebién que cumplía su función de cobijar, esconder y refugiar al insensato Manolín cuando huía tras hacer una trastada o se espantaba ante la presencia inquietante de un desconocido. Pero esa misión salvadora era solo una de las que, en las manos sabias de la abuela Margarita y de las demás mujeres, tías y madres de nuestro pueblo, podía desplegar tan excepcional invento.

Cuando uno encuentra, como ahora, que todo lo que sentía y pensaba escribir ya lo había sentido y relatado de forma excepcional otra persona, solo queda difundirlo sin hacer más comentarios. Ahí va.

 

https://www.territorioancestral.cl/2020/02/20/historia-del-delantal-de-la-abuela/

 El primer propósito del delantal de la abuela era proteger la ropa de debajo, pero, además … sirvió como un guante para quitar la sartén del fuego. Era una maravilla secando las lágrimas de los niños y, en ocasiones, limpiando sus caras sucias. Desde el gallinero, el delantal se usó para transportar los huevos y, a veces, los polluelos que necesitaban terapia intensiva.

Cuando llegaron los visitantes, el delantal sirvió para proteger a los niños tímidos, y cuando hacía frío la abuela se envolvía los brazos en él. Este viejo delantal era un fuelle, agitado sobre un fuego de leña. Fue él quien llevó las patatas y la madera seca a la cocina.

Desde la huerta, sirvió como un capazo para muchas verduras; después de que se cosecharon los guisantes, fue el turno de las coles. Con él se recogían los frutos que caían de los árboles al terminar el verano.

Cuando los visitantes llegaron inesperadamente, fue sorprendente ver lo rápido que este viejo delantal podía limpiar el polvo de los muebles. Cuando se acercaba la hora de comer, la abuela salía a la puerta y sacudía el delantal y entonces, los hombres en el campo y los niños en la escuela, comprendían de inmediato que el almuerzo estaba en la mesa.

La abuela también lo usó para poner la tarta de manzana justo fuera del horno en el alféizar de la ventana para que se enfriara. Pasarán muchos años antes de que algún invento u objeto pueda reemplazar este viejo delantal … En memoria de nuestras abuelas.”

Nuestras madres, tías y abuelas, todas ellas, son y han sido ejemplo vivo de trabajo, lucha y amor a los suyos. Sin ellas y sus delantales no seríamos lo que somos y todo hubiera sido infinitamente más triste y difícil.  Pero ese viejo y querido delantal, el de aquéllas indómitas, posiblemente hoy será una reliquia colgada de un clavo o una percha, como vestigio de un tiempo que fue y no volverá. Como los trastos viejos, que cuando pierden su utilidad se mueren de tedio y abandono en algún rincón olvidado.

Ya no importa tanto que se manche la ropa de debajo porque tenemos mucha y también lavadoras que, en un periquete, la deja como nueva, sin tener que pasar el día para acá y para allá, frota que te frota, tiende y recoge, en Fuentepeña. Los mangos de la sartén ya no abrasan la mano y a los niños les limpiamos las caras sucias con moqueros de papel, húmedos y desechables, empapados en crema hidratante.

Pocos tienen gallinero en casa, ni fuego en la cocina cuya llama haya que avivar, ni los niños se esconden del forastero ya que, más bien al contrario, por menos de nada les encaran con desafío y desparpajo si se atreve a interpelarlos. Las patatas y las verduras vienen en bolsas del supermercado, a veces congeladas, lo mismo que la fruta, y el sucedáneo de madera con que prendemos la barbacoa nos lo traen a casa, bien compactado o en pastillas, en sus cajas de cartón.

El polvo lo limpiamos con gamuzas que lo repelen y cuando la comida está preparada, la abuela hace una llamada al móvil de los que tienen que dar buena cuenta de ella.

Y así, esos delantales mágicos se habrán quedado colgados para siempre, obsoletos e ignorados, en algún quincho recóndito de la cocina o del cuarto de los leones, pero aquellas abuelas, tías y madres, que con tanta maestría los manejaron están, para siempre, colgadas en nuestros corazones.

 

Manolo Díaz Olalla

Madrid, 8 de marzo de 2024

(En recuerdo y homenaje a todas las maravillosas mujeres de Hacinas.

Las que son y las que fueron)

 

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Lechales 43, crónica de la reunión anual 2023 por la Sierra de Burgos


 

Foto oficial "Lechales 43",  Necrópolis de Cuyacabras. Anticipo de la fiesta pagana de halloween

Los pasados días 27 y 28 de octubre se reunió la célebre comunidad de compañeros que más arriba se cita, en sesión festivo-gastronómica, que hizo la número 43, según consta en los anales y en los libros de actas. Fueron 15 los agraciados que disfrutaron en esta ocasión la legendaria fiesta, que comenzó, como es tradición, el día previo en sesión de noche, con degustación de una rica cena elaborada por los propios participantes.

Al día siguiente salieron los mozos a los pueblos de la sierra, donde visitaron preciosos parajes y lugares de interés, aunque las maravillas que conocieron resultaran algo deslucidas por la climatología, bastante adversa. A saber: el mirador de Castroviejo en Duruelo, el yacimiento de huellas de dinosaurios y la necrópolis antropomorfa de Regumiel, los enterramientos del asentamiento medieval de Cuyacabras (Quintanar), donde se hicieron la artística foto oficial, y la casa de la Madera y el comunero de Revenga. Ahí fue nada la parte cultural. En la bella localidad de Quintanar tomaron el aperitivo, que iba haciendo falta, para comer poco después en Palacios. Las visitas matutinas fueron laboriosas, intensas y largas, incluidas las explicaciones históricas y antropológicas del guía Julio, por lo que los cofrades, a la hora convenida, comieron muy bien y echaron la partida sin prisa en el mismo pueblo serrano.

La tarde, entre descartes y pases a chica, se pasó volando y, cuando quisieron darse cuenta, ya estaban en Castrovido, mesa y mantel, para cenar algo ligero, eso sí, que es sabido lo perjudiciales que son para la salud las cenas copiosas. Hubo poco cante este año y, sin pasar siquiera por el bar para disfrutar de una despedida en condiciones, como es preceptivo, se fueron a la cama, qué majos, que los años no pasan en balde y un día lleno de emociones requiere, en cuanto se pueda, reposo y posición horizontal.

No pasan, no, pero estos mozos de la cofradía están cada día mejor, y si se recogen pronto es porque les va entrando algo de juicio, no por otra cosa. Como queda dicho, fue un día, como ocurre todos los años, de gran felicidad, diversión y compañerismo, de esos que no se olvidan. Y para que ustedes tampoco lo hagan se lo contamos desde estas páginas, con la advertencia de que estos chavales lo disfrutan tanto, que uno al año les va pareciendo poco, por lo que amenazan con juntarse trimestralmente. Ya veremos. Les mantendremos informados.

 

Manolo Díaz Olalla

Secretario de la cofradía
Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", 4º trimestre 2023  

lunes, 20 de noviembre de 2023

El hacinés

 

Foto: EFE/Jesús Monroy

Nos quieren parejos, indistinguibles, cortados como por el mismo patrón, igualados, aunque no seamos ovejas, porque así nos pueden pastorear mejor. No nos colocan la barrila porque no pueden, pero cuenten que para ellos ya estamos marcados con remisacos o con aguzos, dependiendo del rebaño, para que no nos chospemos y vayamos todo el día como amorrados. Eliminan lo genuino, lo que nos caracteriza y nos hace diferentes, nos quieren mostrencos y les molestan hasta los caretas si llamamos demasiado la atención. Mucho me temo que cualquier día nos mancorvan y nos arremeten con sus cachiporras o nos azupan sus canes.

Es la dictadura de la uniformidad, que busca no solo facilitar la tarea del pastor, burriquero o boyero, depende del “ganao” que acarreen, sino también anularnos como grey y que no nos escarriemos, so pena de hincarnos sus girodias donde más duela.

En todos los manuales de sometimiento y guerra psicológica se marca la prioridad de eliminar todo lo que hace diferentes a los que se quiere dominar, subrayando lo importante que es homogeneizar, equiparar y, si es necesario, apartar a los que difieren, estén esgurriados o tengan badana, que tanto da o, simplemente, sean ojinegras en un rebaño de blancas, anden con modorra o no acudan a escape cuando les chifle el amo. No digo nada si estás machorra o se figuran que seas merina en atajo de churras. Te esquilan, que es como si te dieran un uniforme, y te borran el alias y hasta el apodo para convertirte en un número más.

No duden de que es así, aunque un poco más sutil. Viajas y te cuesta reconocer lo auténtico, lo característico de cada sitio, lo que hace único un pueblo, una ciudad, una cultura o una lengua. Se vive una invasión de restaurantes de las mismas grandes cadenas comerciales donde te ponen la misma manduca y cada vez es más difícil hallar tiendas de barrio o mercadillos donde encontrar productos diferentes. Todos, aquí o allá, en esta o aquélla majada, comemos el mismo pasto y nos surtimos de los mismos aperos. Hasta balamos igual, ese es el problema.

Vamos a Hacinas, hoy en día, y cuesta escuchar que alguien se dio una órdiga o estuvo a punto de descocotarse, si se arranó alguna casona, o si hay que amolarse cuando vienen unos pelujetos de otro pueblo. Más bien, en el bar o en la calle, oyes hablar de influencers, de si algún muchacho imprudente potó en una calleja, de que lo mejor es que rule o de que hay que irse a casa porque va haciendo gusa. O sea, que cierras los ojos y no sabes si estás en la maravillosa localidad serrana que nos vio nacer o nos acogió desde niños, o en Valdepeñas, es un decir. Y a fuerza de perder lo que nos hace únicos y diferentes dejamos de ser pueblo para convertirnos en masa informe preparada para su adecuado manejo.

Sí, efectivamente, los medios de comunicación masiva, con sus enormes ventajas y su incontestable aportación al progreso, acaban con el lenguaje propio de cada lugar y hasta con su idiosincrasia, eso sin hablar de cómo nos someten, como el cojudero a los borregos, al pensamiento único, que esa es otra más peliaguda.

Sofocar lo que no es igual, acabar con esa larvada rebelión de lo dispar, ese es el propósito. Y en esta batalla oculta y permanente, los que dirigen la morcada, en sus mestas, se frotan las manos, porque saben que igualados estamos perdidos, nos apacentan a su antojo, nos llevan a la era que más les guste y, allí, nos venden el puchero que más les interesa y nos lo atan al cuello.

No es fácil, no lo dudo, tienen todas las cachavas preparadas para domarnos y a los perros de la globalización, con sus carlancas erizadas, dispuestos a someternos. Pero propongo desde aquí a los eficientes mayorales que gobiernan el hatajo que somos, munícipes, responsables de las asociaciones, paisanos ilustres, una campaña para promocionar el “hacinés”, maravillosa lengua que aprendimos desde infantes, en peligro de extinción, sofocada por el habla homogeneizada e insulsa que nos meten todos los días en la cabeza, como el merinero atiza a las andoscas descuidadas.

Ojalá que así sea y en unos años podamos celebrar a lengua suelta, chichorros o con ropa, colodros o serenos, mangarranes o de punta en blanco, el renacer de nuestro idioma local, tan rico, distintivo y exclusivo. Lo celebraremos, aunque sea, y por mucho que esté mal visto, echando un caliqueño que, en perfecto hacinés, no es lo que ustedes se imaginan sino un purito de esos esgarramantas, que sueltan malos humos, pero tan buenos momentos nos han hecho pasar.

 

Manolo Díaz Olalla

El día de la Merced de 2023

 

Nota del autor. Las palabras escritas en cursiva son expresiones usadas en Hacinas que no están incluidas en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, según el “Diccionario tradicional del siglo XX de un pueblo serrano-burgalés” (Jesús Cámara Olalla, 2011, editado por la Asociación Amigos de Hacinas), excepcional trabajo que propongo desde aquí como referencia oficial del hacinés.


Publicado en la Revista de la Asociación "Amigos de Hacinas" , nº 181, III trimestre de 2023

viernes, 14 de abril de 2023

La colección

He contado alguna vez mi extraña relación con el baúl de los recuerdos, algo así como de amor y odio a la vez, hasta tal punto que su presencia se ha convertido en algo inquietante que a la vez me atrae y me repele. Seguro que saben a lo que me refiero. 

Algunos que me conocen afirman que padezco un incipiente Síndrome de Diógenes, el de la acumulación infinita, ya que mi incapacidad manifiesta para deshacerme de las cosas que se han cruzado en mi camino raya lo abiertamente patológico. Me río cuando lo oigo, pero últimamente me ha dado por pensar si no tendrán, esos habladores, alguna razón en lo que afirman. Recientemente he tenido que enfrentarme con un cajón que desconocía y del que no me hago responsable, pues nos ha llegado por transmisión hereditaria: se trata de la colección de todos los números de la revista “Amigos de Hacinas”, desde su aparición hasta 2007, que laboriosamente y con todo el cariño guardó mi madre en el fondo de un armario, y que ha salido a la luz al hacer limpieza y revisión de la casa familiar. 

Ojo, me dije, este baúl es peligroso. Si lo abres tendrás que enfrentarte a algo peor que a un álbum de fotos viejo, roído por el tiempo y el olvido, pues en la colección de las revistas estaremos retratados nuestro pueblo, ustedes, yo mismo, no solo en imágenes, sino tal como éramos en ideas, inquietudes, anhelos y sentimientos, lo que pensábamos y lo que queríamos alcanzar, para contrastar todo eso, tantos años después, con lo que somos ahora y lo que hemos conseguido. Todo un reto.

Me lo pensé un rato, pero finalmente empecé a desgranarlas una a una de modo retrospectivo, colocadas en el orden en que ella las dejó, primero las más recientes y al final “los incunables”, y les confesaré que he podido sentir la misma emoción que nuestra madre sentía cuando las sacaba del sobre que acababa de entregar el cartero, para bebérselas de un sorbo primero y lentamente después, durante algunos días, hasta que, finalmente, tras muchas vueltas por la casa y después de un intenso intercambio de mano en mano, se incorporaban al montón creciente del que ahora las extraje.

Agustín Antón, Alcalde de Hacinas, compartiendo con otras autoridades, fiesta de Santa Lucía

Las he hojeado una tras otra y, además del disfrute personal experimentado ante la avalancha de recuerdos que han saltado de sus páginas, me he atrevido a hacer una somera revisión bibliográfica, nada objetiva, más bien muy sesgada por gustos, afinidades y formas de ver las cosas, que a continuación y muy brevemente quiero compartir con ustedes. Como digo es una aproximación muy personal y nada científica, tampoco se pretende, y pido disculpas a tantos y tantas que se quedan fuera de las menciones por razones obvias, en especial por el tiempo y el espacio, esos monstruos implacables que imponen siempre sus normas y sus restricciones. Quienes han contribuido con textos, poesías, fotografías, dibujos y trabajos de diseño, maquetación y coordinación a lo largo de estos años, todos y todas, se merecen no solamente una referencia sino, sobre todo, el agradecimiento general por haber logrado algo tan espléndido como esto. Diremos también que como muchos de los autores ya no están entre nosotros, me ahorraré al lado de su nombre el q.e.p.d. que procede, deseando que así sea.

Me ha encantado leer las joyas escritas por Severiano de Juan, crónicas divertidas, algo ácidas y siempre certeras con que nos alumbraba, desde sus geniales “bromisuegras”, hasta sus maravillosas recetas surrealistas, sus cartas y sus cuentos y he recordado también con deleite el placer que fue entrevistarle para la propia revista y la maravillosa tarde que pasamos, Julio y yo, en su casa con tal motivo.

Precisamente la entrevista es uno de los géneros que un servidor más ha ejercitado para estas páginas, siendo una de ellas, la que realicé a Monseñor Lucas, obispo hacinense radicado en Paraguay, en 1981, mi primera colaboración, aparecida en el número 5. Las aportaciones del que suscribe han sido diversas y tocando distintos palos, culo de mal asiento que diría mi abuela, en la producción literaria como en la vida añadiría yo, abarcando desde las crónicas de viajes por el mundo en misiones humanitarias, hasta las prolíficas memorias de las fiestas de Santa Lucía y las actas reiteradas y siempre optimistas de las reuniones anuales de “Los Lechales”. Mis preferidos, siempre, los relatos de recuerdos infantiles, que tanto he disfrutado escribiendo y recreando en mi memoria, aunque sabiendo de sobra que muchas veces la imaginación desbordaba, en mucho, la realidad de los sucesos.  De entre todas mis aportaciones me quedo con una modesta semblanza que escribí a la memoria de Evencio, nuestro inolvidable amigo y compañero, poco después de su partida física (número 109, 2005).

Para seguir entre amigos y compañeros, he redescubierto textos muy interesantes de Tarsicio (” Contar una fábula”, nº124, 2009), además, por supuesto, de los inigualables escritos por su padre, Anastasio, tan llenos de sabiduría e impregnados siempre de la esencia y la tradición hacinense. Familia de escritores sin duda, mi amigo Agustín nos regalaba por entonces trabajos tan acertados, importantes y cargados de actualidad y de contenido social como “Solteros” (nº 67, 1995), “Adiós, Bar Matías” (nº 66, 1995) o “Sobre el racismo” (nº 57, 1992). Antológico es también el relato sobre su trabajo publicado en Diario de Burgos en octubre de 2004 y reproducido en esta revista en el nº 106, titulado “El cartero tiene quien le espere”, una perfecta y justa reivindicación de la figura del cartero rural a través de la crónica de un día en su vida de abnegado funcionario de ese servicio público.

Una pena que Agustín no haya continuado ilustrándonos con sus acertadas opiniones o, dicho de otra forma, que haya abandonado la pluma, según se vea, porque bien parece que para ser buen alcalde primero hay que publicar en la Revista como él hizo, o Jesús Cámara Sebastián (Jesusín, “el míster” sempiterno del CD Hacinas) quien escribió la preciosa carta, que tanto nos emocionó, titulada “Los buenos vecinos”, dedicada a mi familia tras el fallecimiento de nuestra madre (nº 115, 2007). Y como no podía ser de otra manera, Alberto Gallego, vara de regidor municipal en mano, recibió merecidas loas por su trabajo en la promoción de la riqueza paleontológica de nuestro pueblo en el nº 117 (2007). La presencia del Padre Abdón es también constante y sus textos musicológicos, históricos y culturales nos han hecho entender y querer aún más a nuestro pueblo.

La presencia de Agustina, nuestra madre, no solo se hace patente en el intuido temblor de las páginas que ella pasó tantas veces, sino también en algunos de los textos que publicó, como “Ángel sin alas” (nº 18, 1983), “Testimonio” (nº 51, 1991) y “Niños del doble amor” (nº 85, 1999), todos dedicados, a nuestra hermana María Jesús, ¿a quién si no?, la que daba todo el sentido a su existencia.

Hay artículos por los que no ha pasado el tiempo y, con los años, al contrario de lo que nos ocurre a nosotros, han ganado en belleza sin perder ni una pizca de su sentido o, incluso, lo han incrementado. Es el caso de las colaboraciones del Padre Ventura, tan justas y cargadas de contenido social y de reivindicación laboral, como aquella titulada “Despido libre” (nº 19, 1983) o aquella otra llamada “Hablemos del paro” (nº 38, 1988). Los trabajos de Antonio Cámara, reciente y tristemente fallecido, son golosinas trufadas de conocimiento y amor a su pueblo y, por continuar con su extensa y apreciada familia, las ilustraciones de Jesús Cámara Olalla, su “Diccionario de la lengua hacinense” entregado por capítulos y sus relatos sobre el paso de la guerra civil por nuestro pueblo y comarca, son en sí mismos un lujo que hace grande y solvente a una revista como esta. Y si el otro Jesús Cámara, “el míster”, me lo permite, diré que esas colaboraciones ponen a esta revista en primera división.

Mis amigos, los de mi cuadrilla, un poco de cal y otro de arena, han hecho buenas aportaciones, aunque, la verdad, no han destacado por su prolijidad. Ya hemos citado a algunos, pero habrá que señalar que Julio Cámara, sin ir más lejos, con su “Crónica de un partido de futbol” de 1982 y su “Carnet por puntos” de 2007 (noticia extraída de la prensa local que informa sobre sus éxitos profesionales), así como Teodoro Rey con su “Fiesta de San Isidro“ (nº 16, 1983), hilaron fino con un poco de sorna y otro de rabiosa actualidad. Y no pasa nada cuando nuestros amigos no se deciden a escribir, porque lo hacen sus padres y así todo queda en casa, por eso Timoteo Terrazas publicó un emocionante recuerdo de sus aprietos juveniles una tarde de tormenta titulado “Los últimos que pisaron el puente del molino” (nº 17, 1983).

Las tardes de repaso de la colección me han enseñado, en esta visión retrospectiva y continua, que la revista ha cumplido también su función de informar y acercar la actualidad de nuestro pueblo a los que vivían lejos, sobre todo en una época en que las comunicaciones eran mucho más limitadas que ahora. En este aspecto destaca el número de septiembre de 1990 en su abordaje de los problemas del controvertido destino de la Casa del Cura.

Somos un pueblo de poetas, ya lo saben, es imposible no reconocerlo en esta breve semblanza de los primeros 30 años de la revista Amigos de Hacinas. Y sus poesías y la belleza que generan han quedado suficientemente recogidas en sus páginas. Empezando por mi tío Leandro, singular poeta y lingüista, con su maravillosos texto “Hacinenses en Madrid”, nº 83, 1999, o con “La tarde del domingo” , asombroso y emotivo poema que relata las tareas de mi abuelo Ceferino y el cariño que ponía en ellas una tarde festiva cualquiera, que es casi un himno familiar (nº 5, 1981),  siguiendo por las inspiradas rimas de Vicente del Hoyo hasta llegar a la inmensa obra de Felisa de Juan, publicada también por entregas, poetisa referente para todos los que amamos Hacinas y la poesía, quien domina tanto y tan bien el ritmo de sus escritos que en cada párrafo de prosa crees que estás leyendo un poema.

Esta revisión ha sido una tarea ardua y peligrosa para la salud y la tranquilidad. Pasar las hojas de la historia de nuestro pueblo, hacia atrás, a través de las páginas de la revista y vernos allí reflejados, como pueblo y como individuos, no solo tal cómo éramos, sino también tal como pensábamos y cómo hicimos las cosas, es más que un deporte de riesgo no apto para todos los públicos.

Mítica selección pionera del CD Hacinas

Dejé caer de mis manos la última revista del montón, o sea el primer número, y una vez colocadas en su orden cronológico, doné la colección entera a un querido amigo, un luchador de la cultura de nuestro pueblo, a un generoso hacinense que, además de todas esas cualidades, tiene suficiente sitio en el desván para guardarlas. Cuando vuelvan a reclamar la atención de alguien, quizás dentro de muchos años, en plena era digital, es muy posible que alguien catalogue la colección de “hallazgo arqueológico”.

No se dejen dominar por la melancolía, es mejor pensar que nada está perdido.

 

Manolo Díaz Olalla

Madrid, 26 de marzo de 2023


Publicado en la Revista de la Asociación Amigos de Hacinas, nº180, I trimestre de 2023








 

 

martes, 27 de diciembre de 2022

Serrat en nuestras vidas

 


Hay artistas que marcan, indefectiblemente, nuestras vidas. Hay poetas, pintores, músicos, actores, escultores o arquitectos que son capaces de enseñarnos otra visión del mundo y de las cosas, completamente distinta a la que accedemos desde nuestro rincón y de conmovernos y emocionarnos con ella. Ellos son capaces de tocarnos esa fibra interior, ese resquicio, ese atributo escondido con el que sentimos y pensamos, hasta poner todo nuestro mundo patas arriba.

Uno de esos artistas imprescindibles, doblemente artista por músico y por poeta, ha sido para mi generación y para algunas otras, el cantante catalán Joan Manuel Serrat, que está a punto de poner punto final a su vida artística.

Es difícil separar las vivencias más decisivas o fundamentales de nuestra vida, las más emocionantes o las más tristes, que tanto da, de sus canciones. Como si su música fuera la banda sonora de esa “película” que, para este símil, ha sido nuestra existencia o la de muchos otros. Desde siempre escarbo en el “baúl de los recuerdos “, como Karina, y hasta los que están más al fondo llevan como acompañamiento alguna de sus canciones.

En cada uno de los años de mi adolescencia y mi juventud hubo algún momento mágico que daba sentido a las cosas: sin duda, entre los más importantes figuraba asistir al concierto veraniego del Noi del Poble Sec en el auditorio del Parque de Atracciones de Madrid o en el del Camp de Mart de Tarragona, durante aquéllas vacaciones inolvidables en la preciosa ciudad mediterránea, en casa de mis tíos (Carmen, Antonio, Dolores y Librada) que eran, además de espléndidas, el preámbulo de la anhelada segunda parte del descanso estival, la estancia en Hacinas con mi abuela Margarita, mi madre y mi hermana María Jesús. Esta parte como aquélla tenía poco de descanso, no les digo que no, pero para el zangolotino - ¡ay, Manolín! - vivir esas aventuras caniculares era algo parecido a la felicidad completa.

Recuerdo como si fuera hoy cómo empezaban aquellos conciertos memorables en los que el cantante se encontraba todos los años, a precios populares, con su público más entregado. La gente nerviosa mirando el reloj, el escenario a oscuras, el ambiente tenso y de repente empezaba la orquesta “del Maestro Ricard Miralles” con los acordes introductorios de una de sus canciones de bandera, Mediterráneo, ¿cuál si no?, la-lara-rai-ra-ra/ la-lara-rai-ra-ra, mientras la emoción se apoderaba de todos y se prolongaba por algunos interminables minutos hasta que, desde el fondo y como dirigido por un chorro de luz que caía del techo aparecía un joven Serrat melena al viento, caminando con decisión entre los gritos y aplausos de la concurrencia  hasta llegar al micrófono, ante el que entonaba “Quizás porque mi niñez / sigue jugando en tu playa...”. En ese instante, y solo en ese instante, todas las gargantas enmudecían en seco y empezaba la maravilla, que duraba una hora, pero se prolongaba hasta dos porque el cantante y su orquesta no podían resistirse a las demandas de “¡otra, otra!” que gritábamos los emocionados fans. Siempre, ya de retirada y mientras paladeábamos aún el regusto dulce de sus últimos compases, alguien buscaba la mejor explicación sobre la brevedad resignada del acontecimiento musical tantos meses esperado:

-          Di que si por él fuera hubiera cantado más, tres horas mínimo, pero di que le obligan a terminar pronto para que la gente se gaste las perras en las atracciones. Para eso le traen, o ¿qué te crees?

Y mientras empezábamos a entender el mundo del márquetin de esa triste manera, no nos dábamos cuenta de que el tándem Serrat-Miralles, que había irrumpido en nuestras vidas en 1968, quedaría prendido de nuestras historias personales para siempre.

Es muy difícil hacer una selección particular de sus mejores temas porque son muchos, cada cual tendrá la suya y a cada uno, sus elegidos le parecerán fundamentales. Es lo que pasa cuando lo que haces deja de ser tuyo para convertirse en patrimonio de todos, que es exactamente lo que les ocurre a los genios. Desde la maravilla hecha canción que es “Aquéllas pequeñas cosas” (Como un ladrón / te acechan detrás de la puerta, / te tienen tan / a su merced / como a hojas muertas), hasta Lucía (Tus recuerdos son / cada día más dulces, / el olvido solo se llevó la mitad) o, ya en el marco de las predilecciones personales, la emocionante Irene (Irene / tiende el alma en el balcón / y el viento /  indiscreto la explora...), podríamos seguir de forma inacabable sobre todo si, además, añadimos aquellas canciones cuyas letras tomó prestadas de otros poetas consagrados, como Machado (Nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria / de los hombres, mi canción); Miguel Hernández (La cebolla es escarcha cerrada y pobre /escarcha de tus días y de mis noches); Benedetti (Una mujer desnuda y en lo oscuro / es una vocación para las manos / para los labios es casi un destino / y para el corazón, un despilfarro) o Alberti (Se equivocó la paloma, se equivocaba, / por ir al norte fue al sur, /creyó que el trigo era agua, /se equivocaba), para hacerlas más universales que nunca y ponerlas, en bandeja, al alcance de todos, incluso de los que nunca leerían poesía.  

Irrepetible es tanto el artista como su obra, porque no solo hemos aprendido poesía de la buena al poner alguno de sus discos, sino que, como en mi caso, al hacerlo también empezamos a interesarnos y a querer el catalán, su lengua, en la que, según los estudiosos de su música, ha escrito lo más bello de su obra. Ahí es nada. Nos quedamos sin palabras, mientras intuimos que algo debe haber de cierto en ello cuando, desde nuestro precario conocimiento lingüístico, somos capaces de identificar, entre las escritas en esa lengua, alguna de las canciones que más nos ha emocionado. Y me refiero en especial a una, quizás la mejor canción de amor que ha compuesto, Helena (I és que quan passa pel meu carrer / fins el geranis li acluquen l'ull, / l'aire es fa tebi amb el seu alè, / i les llambordes miren amunt / sa pell morena).

Cómo olvidar aquel verano glorioso y las emociones que lo rodearon, quizás el de 1973, en que entre la música que escuchábamos al anochecer en el castillo de Hacinas, además de la de Simon y Garfunkel en el concierto del Central Park (Hello darkness, my old friend / I've come to talk with you again) y los grandes éxitos de Cat Stevens, con los años Yusuf Islam, (Morning has broken like the first morning), estaba la enlatada en los dos casetes que me había regalado mi prima Isabel, sin duda la más moderna y avanzada de mi familia, el uno, con una recopilación de grandes éxitos de aquél año, entre los que se hallaba el inolvidable temazo de Roberta Flack “Killing Me Softly with His Song", fantástico para bailar “agarrao”, y una de las mejores canciones de Tom Jones, “La voz” (“It's Not Unusual”).  En la otra cinta, el recién publicado LP (¡qué viejunas quedan esas siglas hoy en día, cuando entonces, solo pronunciarlas, te colocaba en una cierta posición de sabiduría musical de lo más atractiva!) de Serrat en catalán: “Per al meu amic”. Ese aprendizaje del que hablo empezó con ese disco y algunas de sus inolvidables canciones, como la referida Helena o Menuda (Pensa en mi quan no t'arribi el sou / o quan t'arrambin en el metro a quarts de nou).

Han pasado los años y nos hemos hecho mayores juntos: el artista y sus seguidores, él siempre un poco por delante, esa es la verdad. Y en todos estos años Serrat siempre ha estado ahí, alumbrándonos el camino, adaptándose a los nuevos tiempos, con una creatividad inagotable y madurando en cada álbum de su inmensa colección, y en cada canción, porque cuando hemos necesitado alegría nos dio El carrusel del Furo (Cuando la llama de la fe se apaga en los doctores / no hallen la causa de su mal / señoras y señores), cuando hemos querido ajustar cuentas con quienes apestan la tierra, Serrat nos regaló Algo personal (Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz /y juegan con cosas que no tienen repuesto, / la culpa es del otro si algo les sale mal, / entre esos tipo y yo hay algo personal), o desde los primeros tiempos, cuando andábamos interrogándonos sobre nuestro destino tuvimos el Titiritero (Titiritero / ale hop / de feria en feria / canta sus sueños y sus miserias) o Tu nombre me sabe a yerba (Porque te quiero a ti / porque te quiero / cerré mi puerta una mañana y eché a andar), cuando añoramos a quien tanto nos quiso nos dejó La tieta (Li darà vint durets per obrir una llibreta / cal estalviar els diners com sempre ha fet la tieta), cuando buscamos el amor nos emocionamos con la mítica Penélope (Le sonrió / con los ojos llenitos de ayer / no era así su cara ni su piel / ”Tú no eres quien yo espero...") o con la rima algo obsesiva de Los debutantes (Los amantes debutantes / empezaron a bailar ayer / van girando, preludiando / la sinfonía del hombre y la mujer), hasta que, en fin, si tuvimos que sufrir el desamor y el abandono ya Serrat nos entregó, cómo olvidarlas, las Paraules de amor (Ella qui sap on és / ella qui sap on para, / la vaig perdre I mai més / he tornat a trobar-la).

Siempre encontramos en él lo que necesitamos, supo interpretar nuestros sentimientos como ninguno, consolarnos cuando lo pedimos o emocionarnos cuando la vida nos sonrió. Amor con amor se paga, por eso el gran Serrat, el mejor, el incomparable, el nuestro, ha envejecido tan bien como nosotros.

Un autor es universal cuando le entienden, le quieren y le hacen suyo pueblos de otras latitudes y gentes de otras culturas, mostrándonos, cómo no, que los sentimientos trascienden tiempos y fronteras y no tienen idiomas. Por ello resulta impresionante observar el fervor con que a Serrat le siguen y le admiran no solo aquí, sino también en Cuba, México o Argentina, de modo que la emoción que trasmiten sus obras se hace común y alcanza a todo tipo de gente, como él mismo predijo, profetizando, en su inolvidable Fiesta (En la noche de San Juan / cómo comparten su pan / su mujer y su galán / gentes de cien mil raleas).

Se va Serrat a disfrutar de ese merecido descanso. Nos deja sus canciones que forman y formarán para siempre parte de nuestras propias vidas, porque nos hemos apropiado de ellas como seguramente él pretendió. Al maestro le deseamos larga vida, la gloria la tiene asegurada pues, como nos enseñó que habría que hacer con sus Piratas, para hincarle de rodillas / hay que cortarle las piernas.

 

Manolo Díaz Olalla

La Puebla de Sancho Pérez, el día de Santa Lucía de 2022


Publicado en la Revista de la Asociación Amigos de Hacinas, 4º trimestre de 2022