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Mi tío Caprasio hace pocos años |
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Los de las orejas "espabiladas" somos mi tío Leandro y yo. Nos acompañan mi madre y mi padre. La Salle, San Rafael, Mayo 1966 |
El pasado 10 de Enero falleció en Griñón, Madrid, el Hermano
Leandro Olalla Molinero, a punto de cumplir los 96 años de edad, 79 de ellos
como religioso de La Salle. Una vida entera dedicada a la Escuela Cristiana.
Era mi tío.
Poco antes, el 20 de Octubre de 2013, nos había dejado, en
Barcelona, Caprasio del Hoyo Martín. Le faltaban 5 días para cumplir los 91
años y era viudo de Casilda Olalla Molinero, mi tía. Fue, también y por ello,
tío mío.
Ambos fueron personajes muy importantes en mi vida y, cómo
no, en la de todos los miembros de mi familia. Tras el inevitable dolor por las
pérdidas, asumo de nuevo el resignado papel de cronista de las novedades
necrológicas familiares. Una función que cumplo con el inmenso cariño que
merecen los que se fueron, aunque con el penoso sentimiento de que las pérdidas
no se pueden ni se podrán reparar porque el hueco que dejaron es inmenso y la
convicción de que, pronto, se terminará este triste goteo que nos sobrecoge
hace algunos años por el sencillo motivo de que somos nosotros, las
generaciones que vamos detrás, los que estamos ya tomando los puestos que ellos
van abandonado en la primera línea.
Y como siempre, buscando más amparo que inspiración, buceo
en álbumes y en carpetas cundidas de cartas, legajos y notas inconexas y
desordenadas, que recupero periódicamente de algún lugar ignoto de mi trastero
tras ceñirme mentalmente el brazalete oscuro.
Mi tío Leandro fue un hombre prodigioso e indispensable. Con
una vida marcada por los avatares históricos que le tocó vivir, su vocación
inmensa por los demás determinó desde muy joven sus quehaceres, alejándole
físicamente de su pueblo, aunque eso nunca ocurriera en su corazón. Siempre fue
una persona de gran relevancia tanto en los colegios por los que pasó como en
el seno de la familia, donde asumió con las limitaciones que le imponían sus
otras funciones el papel de “cabeza de familia” cuando su padre, mi abuelo
Ceferino, murió tempranamente.
Coherente siempre con sus creencias, sencillo y humilde,
este enorme poeta y notable lingüista, este educador con mayúsculas, fue un personaje
fundamental en mi vida y su presencia, creo, ha sido también una referencia imprescindible en Hacinas en los últimos
decenios. No lo haré ahora pero tengo mil historias que recordar y contar de
tantos ratos que hemos compartido, algunas divertidas, estas casi siempre en
relación con sus proverbiales “despistes”, y otras solemnes, pero todas enriquecedoras.
Algunos de sus mejores versos se han publicado en esta
revista pero releerlos ahora, cuando su partida definitiva les ha adornado con
una solemnidad desconocida, me produce una emoción inenarrable. Consigue en
ellos recrear de manera admirable los paseos de mi abuelo por los campos de
Hacinas en “La tarde del domingo”, el dolor anticipado por su pérdida en “Mi
padre está enfermo”, el causado por la distancia cruel en “De la Nochebuena de
mi recordada madre” o los sentimientos de admiración por la profesión
pedagógica en “Maestro educador” y a su fe cristiana en “Salutación a María”.
Todos, hacinenses y romeros, hemos entonado con devoción esos versos que dedicó
a Santa Lucía (“Loor a la excelsa patrona de Hacinas…”) y, algunos, también los de la
secuela que compuso de ese mismo texto, con toque de pregón, en homenaje a su
madre a un año de su fallecimiento (“¡Que retoque la campana, y retumbe la
bocina, que hoy con el alba comienzan, fiestas de Santa Lucía!”).
Una vida, la del Hermano Leandro, que merece ser conocida en
profundidad a través de un relato biográfico a la altura de sus muchos
merecimientos y cuya autoría yo me confieso, por anticipado, incapaz de asumir
por la enormidad de la tarea. La reedición de sus mejores páginas, en verso y
en prosa, sería también una excelente noticia, más sencilla de materializar.
Yo, para mí, me quedo con la anécdota de recordar que cada vez que me reúno con
antiguos alumnos suyos, compañeros míos, con ocasión de algún encuentro festivo
y lúdico, no falta de sus labios un recuerdo cariñoso y lleno de admiración
por aquél hombre ejemplar que fue su profesor y su maestro. Que, como ustedes
saben, no son la misma cosa.
Mi tío Caprasio fue otra persona importantísima para mí y la
visión que logró transmitirme durante mi infancia y adolescencia de las cosas de la vida y de su pueblo, que
es el mío, conformaron el modo que hoy tengo de entenderlas y de entenderlo.
Una vida difícil marcada por la orfandad, la dureza del trabajo en el campo y
la emigración, moldearon su carácter, a veces rotundo, pero siempre claro y sin
ambages. Su presencia siempre inseparable de la de mi tía, era para mí un
seguro de permanencia y disfrute durante mis veranos hacinenses y una fuente
inagotable de información y consejos.
Hombre muy preocupado por los pequeños detalles, sabía
disfrutar de la buena compañía, del rato de charla, de sus paseos por el campo,
de las sobremesas tranquilas repletas de hazañas divertidas y de la rutina dominguera de misa y vermú con
sus amigos. Se hizo a sí mismo y después a su familia, de la que me
enorgullezco en formar parte, y nos enseñó a todos que con abnegación, trabajo
y tesón todo es posible. Quiso a mi tía tanto como a su hija Isabel, a su nieto
Mario y a su yerno Pere. Siempre he vivido con la idea de que yo también le
hice pasar algunos buenos ratos con mis cosas, mis historias y mis
chascarrillos. Les hablo, por si no se han dado cuenta, de aquéllos años
mágicos de nuestra vida cuyos mejores episodios, al menos para mí, he relatado
muchas veces en estas páginas.
Fueron felices y nos hicieron felices. Descansen en Paz.
Se han ido en pocos meses mis tíos, Leandro y Caprasio, y
nos han dejado un poco más huérfanos, tristes y abandonados. Dos hombres de una
pieza. Tan diferentes como insustituibles.
Algo terrible debe estar pasando cuando la gente que quieres
se va tan deprisa que te ves obligado a escribir las notas necrológicas a pares
en una revista que, como esta, es trimestral.
Manolo Díaz Olalla
Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", Nº 143, Abril de 2014
3 comentarios:
Buscando fotos de la Salle San Rafael, he llegado a este blog, para descubrir con pena que el Hermano Leandro nos dejó este año. Yo fuí alumno suyo, unos cuantos años después de la foto que usted tiene, y tengo un recuerdo magnífico de él.
Un fuerte abrazo a todos sus familiares.
DEP
Muchas gracias. Fue de verdad una persona inigualable. La gran satisfacción para nosotros es comprobar, como ahora con usted, el enorme cariño con que le recuerdan sus alumnos y todos los que le conocieron. Saludos
Conocí al Hermano Leandro en el colegio Institución La Salle de Madrid (también llamado las Aguilas). Él era el bibliotecario, y yo uno de los muchos alumnos que colaborabamos puntualmente con él en el prestamo de libros. Siempre le he recordado como la persona que me inculcó la pasión por la lectura, pasión que aun conservo ya más de 30 años después.
Muchas gracias por haber permitido recordar todo esto a través del blog, y enhorabuena por ser parte de su familia.
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