miércoles, 23 de septiembre de 2020

Mi abuelo Ceferino y la salud pública municipal

 

A la memoria de David Martín, entusiasta lector y seguidor de estos humildes escritos y de la Revista de Amigos de Hacinas en su conjunto.  Su pérdida, aún más por inesperada e injusta, nos llena de tristeza. Mi cariño enorme para Felisa y para sus hijos, Bea y Javi, que forman parte de mi familia.

Descanse en Paz.

 Al igual que el gran poeta León Felipe reconoce en ese catálogo de orfandades existenciales que es su poema “Qué lástima”, yo tampoco tuve un mi abuelo que ganara una batalla. Ni falta que nos hizo, creo yo, pero de todas las personas de mi familia que no tuve la ocasión de conocer quizás sea mi abuelo Ceferino a quien más lamento no haberlo hecho. Muchos de los que le trataron me han hablado en Hacinas de sus cualidades, que debieron ser notables, e incluso me han halagado señalando el parecido físico que mantengo con él, por ejemplo, por el pelo encrespado y oscuro que adornaba mi cabeza antes de que me asaltase la escasez capilar que ahora sufro. Más difícil será que me aproxime a sus numerosas virtudes, aunque lo intente, ya que todos los que le conocieron le tuvieron por hombre cabal, honrado, generoso, solidario, familiar y con un enorme sentido de la justicia. Este afán puso a prueba su integridad en ocasiones cruciales de su vida, en las que, según me han contado, siempre antepuso lo justo a lo conveniente, incluso en detrimento de su tranquilidad y de la de su familia, aún a costa de ver reducida su hacienda en muchas de ellas.

Una penosa enfermedad, hoy en día muy fácil de atajar, acabó tempranamente con su vida dejando a mi abuela Margarita sola para satisfacer las necesidades familiares. Sabía de él que durante años ejerció la difícil función de Juez de Paz, tiempos duros con la guerra civil y sus inciviles secuelas de por medio, y como Alcalde de Hacinas en otra época. Pero no conocía nada de sus atinadas incursiones normativas en el ámbito de la salud pública y al descubrirlas ahora, me han llenado de gozo, no solo por lo que significan sino porque me ha dado por pensar que es posible que de casta le venga al galgo.

Ha sido un hallazgo de ese gran investigador de la historia contemporánea de nuestro pueblo y su comarca, mi admirado Jesús Cámara Olalla, el que me ha mostrado una faceta de su vida que desconocía. Andaba el bueno de Jesús buscando bibliografía para uno de sus últimos y excelentes trabajos, “La gripe de 1918 y su incidencia en pueblos de la comarca de Pinares”, en Tu Voz en Pinares, 4 de mayo de 2020 (ver también “1918: gripe española, 2020: covid-19, las lecciones aprendidas de la respuesta burgalesa”, en BURGOS-conecta el 20 de junio de 2020), cuando cayó en sus manos un edicto de la Alcaldía de Hacinas, firmado por mi abuelo Ceferino a fecha 2 de septiembre de 1918 y publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Burgos el 7 de septiembre de ese año. En él y tras exponer claramente los riesgos que para la seguridad alimentaria de romeros, visitantes y naturales de la villa comporta la fiesta de Santa Lucía próxima a celebrarse, los días 14, 15 y 16 de ese mes y año, y en especial, atendiendo a la cantidad de asistentes y a la profusión de actividades de consumo de comida y bebida no regulado ni inspeccionado por la autoridad sanitaria local, advierte que no está dispuesto a que se repitan situaciones de años anteriores, que no solamente pudieron socavar la salud de los ciudadanos sino que además causaron considerable perjuicio a las arcas municipales.


Por un momento rememoré episodios a los que, muchos años después, pude asistir, cuando Jesús Cámara Sebastián o Agustín Antón ejercieron de alcaldes, muy de mañana, los días de Santa Lucía en que, mientras se montaban los puestos de la era de la ermita intentaban cobrar las tasas municipales, lo que no siempre era una labor agradable ni acogida de buen grado por vendedores y feriantes. Pero no solo eso, sino que en su escrito Ceferino impone una serie de condiciones a la venta y comercialización de alimentos y bebidas, planteadas con mucho juicio y en defensa de la seguridad y la tranquilidad de los consumidores, en una época anterior a la llegada de la refrigeración industrial y carente de las condiciones higiénicas en la elaboración y la manipulación de alimentos que disfrutamos en la actualidad. Prohíbe mi abuelo en la norma emitida que se comercialice comida preparada anteriormente a la fiesta, así como la admisión de carne cruda traída de otros lugares. Tan solo se permite, en el caso de las reses, las carnes que procedan de las que se sacrifiquen durante la propia fiesta. Es decir que solo podrán ser consumidas las carnes que llegaron “vivas” a la fiesta y, yo diría, que “por sus propias patas”, tras ser examinados los animales por las autoridades sanitarias locales y dados como aptos para el consumo, sacrificándose a continuación.

En fin, creo que Ceferino Olalla quedó investido en aquel edicto como salubrista municipal de una sola pieza. Estuve tentado de adornar esta semblanza calificándole también de “visionario”, pero me contuve. Tan solo, y a fuerza de atar cabos y dar rienda suelta a ese componente tan importante de la historia que es la cronología, comprendí que, aunque ni mi abuelo ni las demás autoridades locales lo supieran, la feroz epidemia de gripe ya acechaba. Hablo efectivamente de la gripe del 18, mal llamada gripe española, es decir, ese espejo pandémico en el que ahora nos miramos con tanto frenesí a la búsqueda de respuestas. Por los pelos se celebró la romería aquél nombrado año, pues apenas tres días después de que los mozos de la época, que tan sanamente y con tanta tranquilidad comerían el cuarto asado y beberían buen ribera de pellejo, entonaran el “pobre de mí” o, para ser más respetuoso con las costumbres locales, se tomaran el chocolate en “San Cirbián”,  el Gobernador Civil de Burgos, el celebrado y reconocido Don Andrés Alonso (ver número de la Revista de Hacinas del primer trimestre de este año), pidió a los alcaldes de la provincia que reunieran las respectivas Juntas Municipales de Sanidad para que tomaran las medidas de prevención oportunas contra la gripe, para apenas 5 días después, el 23 de septiembre suspender fiestas y ferias de ganados en pueblos y aldeas. Poco después, en fin, en el Boletín Oficial de la Provincia de fecha 4 de octubre, publicó Don Andrés la comentada circular en la que advierte sobre las frecuentes indisciplinas que se registraban y señala a los mozos de Los Balbases como responsables de repartir por su localidad los virus que tan inconscientemente adquirieron en las fiestas de Valdequirán, pasaje este sobre el que ya escribimos recientemente. 

Es decir que en las fiestas de Santa Lucía de aquél conflictivo año de 1918, mozos y romeros comieron y bebieron tranquilos y a discreción por orden de la autoridad, pero sin saberlo quizás más de uno se fue para su casa con algún virus que no traía y que en tan concurrida ocasión pudo regalarle algún contacto estrecho que, con forma de amigo, pariente o amante, ni siquiera imaginaba que lo era. Así se escribe la historia.

A mi abuelo, como ya hicimos con el Gobernador, le admiraremos por su sentido de la salud pública y por su contundencia en promocionarla, pero no le colgaremos la etiqueta de visionario. Ni la necesita, creo yo. Ni profeta, ni adivino. No vamos a caer aquí en la lamentable disquisición a la que hemos asistido recientemente en nuestro país de asignar culpas y responsabilidades a posteriori, cuando nadie en el momento de los hechos conocía lo que estaba pasando. Ni siquiera los que en teoría tenían la obligación de conocerlo. Es lo que tienen las enfermedades infecciosas, que nos cogen desprevenidos a costa de alcanzarnos antes de que los afectados muestren síntomas de padecerlas, si es que alguna vez lo hacen. Periodo de latencia lo llaman, o de incubación, y gracias a él virus y bacterias ganan algunas batallas. Por ello y por lo difícil que es tomar medidas de protección para cada uno y para los demás cuando quien puede transmitir la infección se siente sano.

Yo, como León Felipe, no tuve un mi abuelo que ganara una batalla, pero puedo sentirme orgulloso de haber tenido uno que se preocupó por la salud pública de su pueblo y por la justa compensación a las arcas municipales. Fue un adelantado a su tiempo, aunque no a pandemias desconocidas, y estoy seguro que de haber caído aquellas fiestas de 1918 una semana después, y que San Mateo me perdone, por aquélla campa de la ermita no hubiera pasado romero alguno.

Ni intoxicación alimentaria, ni infección respiratoria. Nada. Ni una almendra garrapiñada.

Ni una jota, vamos.

Manolo Díaz Olalla
septiembre de 2020
Publicado en la Revista Amigos de Hacinas, tercer trimestre de 2020

jueves, 16 de julio de 2020

Hacinas, un pueblo que goza de buena salud


Razón de mortalidad estandarizada de hombres, 1989-2014, Hacinas y comarca

En el mes de febrero de este año, es decir, un poco antes de que irrumpiera en nuestras vidas como un huracán este virus que tanto y tan profundamente está alterando nuestro mundo y nuestra forma de vivir y de comportarnos, muy poco antes y sin que nadie aún imaginara lo que se nos venía encima, investigadores e investigadoras de la Fundación Fisabio y de la Dirección General de Salud Pública de la Generalitat Valenciana publicaron un atlas digital de mortalidad en España con información desagregada por municipios. Se trata de una herramienta interactiva que analiza por separado todas las causas de muerte (agrupadas en 102 categorías) en los 8.063 municipios españoles y permite estudiar de forma combinada si existen diferencias geográficas, en el tiempo y por sexo. Se estudian todas las defunciones ocurridas en España en 25 años (de 1989 a 2014), que fueron 5 millones de hombres y más de 4 millones y medio de mujeres, analizándose conjuntamente en ese periodo. Esta estrategia de agrupamiento unida a las técnicas de suavización, el cálculo de probabilidades bayesianas y otras lindezas estadísticas en las que no merece la pena detenerse, permiten hablar con poca incertidumbre de los datos, facilitando los análisis y las comparativas con bastante fiabilidad, incluso cuando hablamos de municipios pequeños, como es Hacinas.

Es importante señalar que el conocimiento de la mortalidad de una población, aunque parezca una contradicción, es una de las informaciones más importantes que podemos tener de su salud: cantidad de defunciones ocurridas, distribución por causas y edades de las mismas y su evolución en el tiempo aportan datos de mucha relevancia para comprender la magnitud y la naturaleza de los problemas que más amenazan la salud de la gente y, tras la pertinente elaboración de los datos de manera que permita calcular los riesgos de morir en unas condiciones que se puedan comparar con otros municipios (cálculo de tasas y estandarización por edades) podremos llegar a una visión bastante completa de la situación y a poner en referencia unos municipio con otros, pues se elimina el efecto fundamental que sobre la mortalidad tienen las diferentes composiciones por edades, es decir que podemos hacer comparaciones como si todos los pueblos contaran con la misma proporción de jóvenes y de mayores y la edad no tuviera un efecto fundamental en la probabilidad de morir.

Es lo que han hecho estos investigadores valencianos y el resultado de su trabajo se puede encontrar y consultar fácilmente en internet (https://medea3.shinyapps.io/atlas_nacional/). Aunque la tarea sin duda ha sido ardua y su elaboración compleja, su presentación es sencilla e intuitiva y la visualización de los mapas permite entender con rapidez la naturaleza y el tamaño de los problemas. Les invito a que lo hagan y curioseen todo lo que puedan en esa fabulosa herramienta, pero me he permitido hacer un muy pequeño resumen de los resultados más relevantes que se pueden encontrar sobre Hacinas.

Hacinas tiene una situación de su salud, analizada de esta forma que les comento, muy buena, claramente entre las mejores de todos los municipios de España. Ahí es nada. No está mal la noticia para abrir boca, creo yo. El riesgo de morir considerado globalmente es un 35% más bajo en nuestro pueblo que el del conjunto de España en ese periodo, con bastante certeza y, según se ha dicho, como si todos los pueblos tuvieran la población con las mismas edades, lo que nos lleva a concluir que solo hay 462 municipios, de los 8063 en los que se han hecho los cálculos, con mejor situación que la nuestra en el país. La situación es especialmente buena en los hombres, un 40% menos riesgo y tan solo 61 pueblos mejor que el nuestro en comparación con los datos de la mortalidad de los hombres de toda España, mientras que las mujeres hacinenses, con una tasa un 20% por debajo de la de las mujeres nacionales, están mejor que la mayoría de ellas, aunque haya unos 2.000 municipios con mejores resultados.

La situación ha ido mejorando en Hacinas desde el principio del periodo analizado, pues mientras al principio del estudio (1989 y años sucesivos) la situación de la mortalidad se acercaba mucho a la media nacional, a lo largo de los años, hasta 2014, ha ido poco a poco destacándose por encima de la media hasta quedar en el nivel tan bueno que hemos señalado en la actualidad.

Otro dato de gran interés de este estudio y de la revisión de sus mapas, o al menos así me lo parece, es que tenemos una comarca y los riesgos, problemas y niveles de salud son muy parecidos a los de los demás pueblos de nuestros alrededores. Es decir, que esas buenas informaciones que hemos anticipado son extensibles a casi todos los municipios de la zona, y todos hemos avanzado casi de la mano en estos 25 años del estudio.

Hay, no obstante, algunos datos que merecen reflexión y, quizás, algún análisis más en profundidad. Se trata de que a pesar de que en conjunto el riesgo de morir es bajo comparativamente, no es menos cierto que hay algunos problemas en los que destacamos por nuestra mala situación, como lo hacen los municipios cercanos, que para eso somos todos un fuenteovejuna epidemiológico: se registra bastante más riesgo de morir por algunos tipos de cáncer (especialmente de estómago) y por accidentes de tráfico. El primero de los problemas es el principal para hombres y mujeres de Hacinas en ese periodo y estamos entre los 500 municipios de España con más mortalidad por ese motivo. Para los accidentes de tráfico también desatacamos tristemente sobre el conjunto nacional, quedando en mala posición también en la mortalidad por “accidentes de otro tipo”. En lo que se refiere al tumor maligno de estómago el conocimiento científico indica que en su origen pueden estar involucrados muchos factores, desde infecciones crónicas, hasta la dieta (abundantes alimentos ahumados, pescado y carne salada y curada y vegetales conservados en vinagre), pasando por algunos problemas hereditarios y por el tabaco.

Por mucho que se diga, posiblemente se deba seguir insistiendo en que por encima de la COVID-19 y sus derivadas, los problemas de salud de las personas y de las poblaciones siguen ahí y sus consecuencias seguirán haciéndose visibles cuando el foco se aparte un poco del virus de nuestros temores. Y sus causas, impertérritas, continuarán entre nosotros si no las abordamos. Pero también seguirán las causas de las causas. La epidemiología nos informa desde hace mucho que los factores sociales son el grupo de determinantes que de forma más importante produce mala salud (vivienda, trabajo, precariedad, exclusión), seguido de los hábitos (tabaco, alcohol, alimentación, ejercicio físico). Todas ellas se deben abordar por quien tenga la responsabilidad política y normativa, contando con nuestro esfuerzo.

Tenemos muchos motivos para sentirnos orgullosos de pertenecer a una comunidad con un alto nivel de salud, entendiendo comunidad no solo como municipio sino también como comarca, pero no es menos cierto que se deben tomar medidas para seguir mejorando y disipando las amenazas que aún nos acechan. Dieta y educación vial son buenas temáticas para un plan de educación para la salud, para empezar. Porque estos problemas provocan una mortalidad innecesariamente prematura y, sobre todo, evitable con medidas que es posible y deseable poner en marcha.

                                                                                                              

                                                                                                                        Manolo Díaz Olalla

                                                                                                                             Julio de 2020

 

                                                   (Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", 2º trimestre de 2020)

miércoles, 17 de junio de 2020

Pestes del siglo XXI



Escribía Albert Camus que lo terrible de la peste no es solo que arrebata la vida de los seres humanos, sino que desnuda su alma. La pandemia de COVID-19 ha puesto al desnudo el auténtico rostro de un mundo cuyos rasgos han sido cincelados por décadas de globalización y de este sistema del “sálvese quien pueda” en que vivimos. Han saltado las costuras por donde menos lo pensábamos y hemos comprobado, con dolor, que las cosas importantes no estaban tan bien cosidas y que somos, quién lo duda ahora, mucho más vulnerables de lo que imaginábamos.

En el enigmático Orán de los años 40 del siglo pasado en que el escritor francés sitúa aquella epidemia que da título a su genial novela, somos testigos de las debilidades y las grandezas de los seres humanos. Algo parecido a lo que vemos ahora a nuestro alrededor. Del egoísmo a la generosidad, del miedo a la solidaridad, de la soberbia a la humildad, del individualismo a la cooperación, todas las cualidades y los defectos, aquellos pecados capitales y sus antídotos, las virtudes cardinales, que aprendimos en el catecismo y que teníamos olvidadas, pasan por delante de nuestros atónitos ojos como para enseñarnos la auténtica faz de la naturaleza humana.

Entonces, según el relato, el desconocimiento de los que se vieron atrapados en aquella ciudad argelina en cuarentena, no les permitió descifrar las señales que días antes de la tragedia la anunciaba: las calles llenas de ratas muertas. Ahora, por arrogancia, por desidia o por pura comodidad, no hemos querido entender los signos que avisaban de lo que ha llegado: los brotes epidémicos registrados en los primeros 15 años de este siglo, a saber, el SARS-CoV en 2002, la gripe aviar (H5N1) en 2003, la gripe porcina (H1N1) en 2009, el MERS-CoV en 2012, el ébola en 2013 y el Zyka (ZIKV) en 2015, fueron claros avisos de la actual epidemia de COVID-19, sobre todo si consideramos que todos ellos, en gran medida, tienen su origen en la compleja transmisión a través de animales, relacionada con el desarrollo de una agricultura y avicultura intensivas y de un creciente mercado y consumo de animales salvajes y exóticos. A ello se une la capacidad actual de extensión de epidemias debido a la falta de higiene, la escasez de recursos adecuados invertidos en salud pública, la densidad urbana y la globalización turística, entre otros factores.

Estábamos tan seguros de nosotros mismos y de los logros de nuestra sociedad del bienestar y de la falsa seguridad con que la adornamos, que nos olvidamos de que no hemos avanzado tanto como para contener el paso de los jinetes del Apocalipsis y evitar los efectos de su huella devastadora. Y así es, terribles epidemias han diezmado históricamente a la humanidad. Desde la más terrible y mortífera peste de la Edad Media (entre los años 1347-1351), con unos 200 millones de muertos, pasando por la viruela en América en el siglo XVI, con más de 56 millones de fallecidos entre la población indígena, hasta la más reciente del VIH/SIDA que desde el año 1981 y con entre 25 a 35 millones de muertos en su haber, sigue acumulando a día de hoy su letal carga en muchos países pobres.

Pero no podemos olvidar en esta triste nómina a la brutal gripe del 18 (también conocida como “gripe española”), que produjo 50 millones de fallecimientos después de infectar a un tercio de la población mundial, de los que 300.000 fueron en España, a pesar de que, en contra de lo que parece deducirse de su nombre, ni surgió en nuestro país (parece que lo hizo en Kansas, EEUU), ni se cebó especialmente en nuestros compatriotas de aquella época.

Según cuentan los documentos de entonces, lo cierto es que, mitad frenesí, mitad inconsciencia juvenil, los mozos de Los Balbases, pintoresca localidad burgalesa en el camino de Valladolid, decidieron, como era la tradición, acudir a las fiestas de Nuestra Señora de la Natividad, que se celebraron en la cercana Villaquirán de los Infantes en septiembre de 1918. Y no será porque no lo advirtió Don Andrés Alonso, a la sazón gobernador civil de la provincia, quien se queja en el Boletín Oficial Extraordinario del 4 de octubre no solo de la inconsciencia de esos muchachos sino, sobre todo, del incumplimiento que de sus órdenes hacen los pueblos de la provincia al no suspender las fiestas y funciones para detener la epidemia de gripe. Pues efectivamente, y según relato de la propia autoridad, los imprudentes mozos contrajeron la infección en Villaquirán, la que, días después, esparcieron en su propio pueblo cuando se celebraron las fiestas en honor de la Patrona, que no es otra que la Virgen de Vallehermoso, localidad que temerariamente y desoyendo también las disposiciones oficiales no suspendió la inapropiada celebración. Unos y otros contribuyeron a que 800 de los 1.200 vecinos de Los Balbases sufrieran esta agresiva infección, muchos de los cuales y a resultas de la misma, pasaron a mejor vida.



En un prodigio de coherencia y de sentido de la salud pública muy de admirar en un servidor público de aquella época, Don Andrés, tras advertir que no tolerará más indisciplinas ni en jóvenes ni en munícipes, apela al sentido común de quienes “aún no estén convencidos del grave peligro que esto encierra” y dando una lección de sensatez que dejaría boquiabiertos a muchos de nuestros dirigentes actuales, llama la atención sobre el hecho de que haya que guiarse por el conocimiento científico. Tiene tiempo y desparpajo para, en un medio tan poco proclive a las enseñanzas de hábitos saludables y conductas preventivas, hacer un repaso a lo que se sabía sobre el mecanismo de transmisión de aquél mortífero virus para acabar aconsejando “aire libre, sol y agua” como los mejores desinfectantes de que se dispone. Acaba el bueno del gobernador señalando la importancia de la limpieza de la boca y de “seguir los consejos del Médico y desoír a los ignorantes”. Apunten por ahí que me declaro, desde este momento, muy fan de Don Andrés.

No hay nada nuevo bajo el sol, ese gran desinfectante, ni en la naturaleza, ni en la inconsciencia temeraria de muchos, ni en el sentido común de unos pocos. Pero la ciencia y la medicina han avanzado de manera tan extraordinaria que cabe pensar que la duración de esta pandemia será mucho menor y su mortandad infinitamente más baja. Y junto a la carrera de la ciencia está la del miedo.

La epidemia de COVID-19 ha venido para recordarnos que somos débiles, que la naturaleza sigue siendo implacable y que ni todos los avances tecnológicos y científicos pueden impedir que, periódicamente, un virus o una bacteria o cualquier forma de vida elemental pueda poner nuestro mundo y nuestra manera de vivir patas arriba, porque somos demasiado vulnerables y estamos muy expuestos, y ante la adversidad cruel lo peor de nosotros mismos aflora sin remedio. Y todo lo mejor también, esa es la maravilla.

Según Ibn Sina (980-1037), médico y filósofo persa y padre de la medicina moderna: “La imaginación es la mitad de la enfermedad; la tranquilidad es la mitad del remedio; y la paciencia es el comienzo de la cura”.

Paciencia, pues. Y mucha salud.

Manolo Díaz Olalla
Viernes Santo de 2020