martes, 27 de diciembre de 2022

Serrat en nuestras vidas

 


Hay artistas que marcan, indefectiblemente, nuestras vidas. Hay poetas, pintores, músicos, actores, escultores o arquitectos que son capaces de enseñarnos otra visión del mundo y de las cosas, completamente distinta a la que accedemos desde nuestro rincón y de conmovernos y emocionarnos con ella. Ellos son capaces de tocarnos esa fibra interior, ese resquicio, ese atributo escondido con el que sentimos y pensamos, hasta poner todo nuestro mundo patas arriba.

Uno de esos artistas imprescindibles, doblemente artista por músico y por poeta, ha sido para mi generación y para algunas otras, el cantante catalán Joan Manuel Serrat, que está a punto de poner punto final a su vida artística.

Es difícil separar las vivencias más decisivas o fundamentales de nuestra vida, las más emocionantes o las más tristes, que tanto da, de sus canciones. Como si su música fuera la banda sonora de esa “película” que, para este símil, ha sido nuestra existencia o la de muchos otros. Desde siempre escarbo en el “baúl de los recuerdos “, como Karina, y hasta los que están más al fondo llevan como acompañamiento alguna de sus canciones.

En cada uno de los años de mi adolescencia y mi juventud hubo algún momento mágico que daba sentido a las cosas: sin duda, entre los más importantes figuraba asistir al concierto veraniego del Noi del Poble Sec en el auditorio del Parque de Atracciones de Madrid o en el del Camp de Mart de Tarragona, durante aquéllas vacaciones inolvidables en la preciosa ciudad mediterránea, en casa de mis tíos (Carmen, Antonio, Dolores y Librada) que eran, además de espléndidas, el preámbulo de la anhelada segunda parte del descanso estival, la estancia en Hacinas con mi abuela Margarita, mi madre y mi hermana María Jesús. Esta parte como aquélla tenía poco de descanso, no les digo que no, pero para el zangolotino - ¡ay, Manolín! - vivir esas aventuras caniculares era algo parecido a la felicidad completa.

Recuerdo como si fuera hoy cómo empezaban aquellos conciertos memorables en los que el cantante se encontraba todos los años, a precios populares, con su público más entregado. La gente nerviosa mirando el reloj, el escenario a oscuras, el ambiente tenso y de repente empezaba la orquesta “del Maestro Ricard Miralles” con los acordes introductorios de una de sus canciones de bandera, Mediterráneo, ¿cuál si no?, la-lara-rai-ra-ra/ la-lara-rai-ra-ra, mientras la emoción se apoderaba de todos y se prolongaba por algunos interminables minutos hasta que, desde el fondo y como dirigido por un chorro de luz que caía del techo aparecía un joven Serrat melena al viento, caminando con decisión entre los gritos y aplausos de la concurrencia  hasta llegar al micrófono, ante el que entonaba “Quizás porque mi niñez / sigue jugando en tu playa...”. En ese instante, y solo en ese instante, todas las gargantas enmudecían en seco y empezaba la maravilla, que duraba una hora, pero se prolongaba hasta dos porque el cantante y su orquesta no podían resistirse a las demandas de “¡otra, otra!” que gritábamos los emocionados fans. Siempre, ya de retirada y mientras paladeábamos aún el regusto dulce de sus últimos compases, alguien buscaba la mejor explicación sobre la brevedad resignada del acontecimiento musical tantos meses esperado:

-          Di que si por él fuera hubiera cantado más, tres horas mínimo, pero di que le obligan a terminar pronto para que la gente se gaste las perras en las atracciones. Para eso le traen, o ¿qué te crees?

Y mientras empezábamos a entender el mundo del márquetin de esa triste manera, no nos dábamos cuenta de que el tándem Serrat-Miralles, que había irrumpido en nuestras vidas en 1968, quedaría prendido de nuestras historias personales para siempre.

Es muy difícil hacer una selección particular de sus mejores temas porque son muchos, cada cual tendrá la suya y a cada uno, sus elegidos le parecerán fundamentales. Es lo que pasa cuando lo que haces deja de ser tuyo para convertirse en patrimonio de todos, que es exactamente lo que les ocurre a los genios. Desde la maravilla hecha canción que es “Aquéllas pequeñas cosas” (Como un ladrón / te acechan detrás de la puerta, / te tienen tan / a su merced / como a hojas muertas), hasta Lucía (Tus recuerdos son / cada día más dulces, / el olvido solo se llevó la mitad) o, ya en el marco de las predilecciones personales, la emocionante Irene (Irene / tiende el alma en el balcón / y el viento /  indiscreto la explora...), podríamos seguir de forma inacabable sobre todo si, además, añadimos aquellas canciones cuyas letras tomó prestadas de otros poetas consagrados, como Machado (Nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria / de los hombres, mi canción); Miguel Hernández (La cebolla es escarcha cerrada y pobre /escarcha de tus días y de mis noches); Benedetti (Una mujer desnuda y en lo oscuro / es una vocación para las manos / para los labios es casi un destino / y para el corazón, un despilfarro) o Alberti (Se equivocó la paloma, se equivocaba, / por ir al norte fue al sur, /creyó que el trigo era agua, /se equivocaba), para hacerlas más universales que nunca y ponerlas, en bandeja, al alcance de todos, incluso de los que nunca leerían poesía.  

Irrepetible es tanto el artista como su obra, porque no solo hemos aprendido poesía de la buena al poner alguno de sus discos, sino que, como en mi caso, al hacerlo también empezamos a interesarnos y a querer el catalán, su lengua, en la que, según los estudiosos de su música, ha escrito lo más bello de su obra. Ahí es nada. Nos quedamos sin palabras, mientras intuimos que algo debe haber de cierto en ello cuando, desde nuestro precario conocimiento lingüístico, somos capaces de identificar, entre las escritas en esa lengua, alguna de las canciones que más nos ha emocionado. Y me refiero en especial a una, quizás la mejor canción de amor que ha compuesto, Helena (I és que quan passa pel meu carrer / fins el geranis li acluquen l'ull, / l'aire es fa tebi amb el seu alè, / i les llambordes miren amunt / sa pell morena).

Cómo olvidar aquel verano glorioso y las emociones que lo rodearon, quizás el de 1973, en que entre la música que escuchábamos al anochecer en el castillo de Hacinas, además de la de Simon y Garfunkel en el concierto del Central Park (Hello darkness, my old friend / I've come to talk with you again) y los grandes éxitos de Cat Stevens, con los años Yusuf Islam, (Morning has broken like the first morning), estaba la enlatada en los dos casetes que me había regalado mi prima Isabel, sin duda la más moderna y avanzada de mi familia, el uno, con una recopilación de grandes éxitos de aquél año, entre los que se hallaba el inolvidable temazo de Roberta Flack “Killing Me Softly with His Song", fantástico para bailar “agarrao”, y una de las mejores canciones de Tom Jones, “La voz” (“It's Not Unusual”).  En la otra cinta, el recién publicado LP (¡qué viejunas quedan esas siglas hoy en día, cuando entonces, solo pronunciarlas, te colocaba en una cierta posición de sabiduría musical de lo más atractiva!) de Serrat en catalán: “Per al meu amic”. Ese aprendizaje del que hablo empezó con ese disco y algunas de sus inolvidables canciones, como la referida Helena o Menuda (Pensa en mi quan no t'arribi el sou / o quan t'arrambin en el metro a quarts de nou).

Han pasado los años y nos hemos hecho mayores juntos: el artista y sus seguidores, él siempre un poco por delante, esa es la verdad. Y en todos estos años Serrat siempre ha estado ahí, alumbrándonos el camino, adaptándose a los nuevos tiempos, con una creatividad inagotable y madurando en cada álbum de su inmensa colección, y en cada canción, porque cuando hemos necesitado alegría nos dio El carrusel del Furo (Cuando la llama de la fe se apaga en los doctores / no hallen la causa de su mal / señoras y señores), cuando hemos querido ajustar cuentas con quienes apestan la tierra, Serrat nos regaló Algo personal (Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz /y juegan con cosas que no tienen repuesto, / la culpa es del otro si algo les sale mal, / entre esos tipo y yo hay algo personal), o desde los primeros tiempos, cuando andábamos interrogándonos sobre nuestro destino tuvimos el Titiritero (Titiritero / ale hop / de feria en feria / canta sus sueños y sus miserias) o Tu nombre me sabe a yerba (Porque te quiero a ti / porque te quiero / cerré mi puerta una mañana y eché a andar), cuando añoramos a quien tanto nos quiso nos dejó La tieta (Li darà vint durets per obrir una llibreta / cal estalviar els diners com sempre ha fet la tieta), cuando buscamos el amor nos emocionamos con la mítica Penélope (Le sonrió / con los ojos llenitos de ayer / no era así su cara ni su piel / ”Tú no eres quien yo espero...") o con la rima algo obsesiva de Los debutantes (Los amantes debutantes / empezaron a bailar ayer / van girando, preludiando / la sinfonía del hombre y la mujer), hasta que, en fin, si tuvimos que sufrir el desamor y el abandono ya Serrat nos entregó, cómo olvidarlas, las Paraules de amor (Ella qui sap on és / ella qui sap on para, / la vaig perdre I mai més / he tornat a trobar-la).

Siempre encontramos en él lo que necesitamos, supo interpretar nuestros sentimientos como ninguno, consolarnos cuando lo pedimos o emocionarnos cuando la vida nos sonrió. Amor con amor se paga, por eso el gran Serrat, el mejor, el incomparable, el nuestro, ha envejecido tan bien como nosotros.

Un autor es universal cuando le entienden, le quieren y le hacen suyo pueblos de otras latitudes y gentes de otras culturas, mostrándonos, cómo no, que los sentimientos trascienden tiempos y fronteras y no tienen idiomas. Por ello resulta impresionante observar el fervor con que a Serrat le siguen y le admiran no solo aquí, sino también en Cuba, México o Argentina, de modo que la emoción que trasmiten sus obras se hace común y alcanza a todo tipo de gente, como él mismo predijo, profetizando, en su inolvidable Fiesta (En la noche de San Juan / cómo comparten su pan / su mujer y su galán / gentes de cien mil raleas).

Se va Serrat a disfrutar de ese merecido descanso. Nos deja sus canciones que forman y formarán para siempre parte de nuestras propias vidas, porque nos hemos apropiado de ellas como seguramente él pretendió. Al maestro le deseamos larga vida, la gloria la tiene asegurada pues, como nos enseñó que habría que hacer con sus Piratas, para hincarle de rodillas / hay que cortarle las piernas.

 

Manolo Díaz Olalla

La Puebla de Sancho Pérez, el día de Santa Lucía de 2022


Publicado en la Revista de la Asociación Amigos de Hacinas, 4º trimestre de 2022