Hay artistas que marcan, indefectiblemente, nuestras vidas.
Hay poetas, pintores, músicos, actores, escultores o arquitectos que son
capaces de enseñarnos otra visión del mundo y de las cosas, completamente
distinta a la que accedemos desde nuestro rincón y de conmovernos y
emocionarnos con ella. Ellos son capaces de tocarnos esa fibra interior, ese
resquicio, ese atributo escondido con el que sentimos y pensamos, hasta poner
todo nuestro mundo patas arriba.
Uno de esos artistas imprescindibles, doblemente artista por
músico y por poeta, ha sido para mi generación y para algunas otras, el
cantante catalán Joan Manuel Serrat, que está a punto de poner punto final a su
vida artística.
Es difícil separar las vivencias más decisivas o
fundamentales de nuestra vida, las más emocionantes o las más tristes, que
tanto da, de sus canciones. Como si su música fuera la banda sonora de esa
“película” que, para este símil, ha sido nuestra existencia o la de muchos
otros. Desde siempre escarbo en el “baúl de los recuerdos “, como Karina, y
hasta los que están más al fondo llevan como acompañamiento alguna de sus
canciones.
En cada uno de los años de mi adolescencia y mi juventud
hubo algún momento mágico que daba sentido a las cosas: sin duda, entre los más
importantes figuraba asistir al concierto veraniego del Noi del Poble Sec en
el auditorio del Parque de Atracciones de Madrid o en el del Camp de Mart de
Tarragona, durante aquéllas vacaciones inolvidables en la preciosa ciudad
mediterránea, en casa de mis tíos (Carmen, Antonio, Dolores y Librada) que
eran, además de espléndidas, el preámbulo de la anhelada segunda parte del
descanso estival, la estancia en Hacinas con mi abuela Margarita, mi madre y mi
hermana María Jesús. Esta parte como aquélla tenía poco de descanso, no les
digo que no, pero para el zangolotino - ¡ay, Manolín! - vivir esas aventuras
caniculares era algo parecido a la felicidad completa.
Recuerdo como si fuera hoy cómo empezaban aquellos conciertos
memorables en los que el cantante se encontraba todos los años, a precios
populares, con su público más entregado. La gente nerviosa mirando el reloj, el
escenario a oscuras, el ambiente tenso y de repente empezaba la orquesta “del
Maestro Ricard Miralles” con los acordes introductorios de una de sus canciones
de bandera, Mediterráneo, ¿cuál si no?, la-lara-rai-ra-ra/
la-lara-rai-ra-ra, mientras la emoción se apoderaba de todos y se
prolongaba por algunos interminables minutos hasta que, desde el fondo y como
dirigido por un chorro de luz que caía del techo aparecía un joven Serrat melena
al viento, caminando con decisión entre los gritos y aplausos de la
concurrencia hasta llegar al micrófono, ante
el que entonaba “Quizás porque mi niñez / sigue jugando en tu playa...”.
En ese instante, y solo en ese instante, todas las gargantas enmudecían en seco
y empezaba la maravilla, que duraba una hora, pero se prolongaba hasta dos porque
el cantante y su orquesta no podían resistirse a las demandas de “¡otra, otra!”
que gritábamos los emocionados fans. Siempre, ya de retirada y mientras
paladeábamos aún el regusto dulce de sus últimos compases, alguien buscaba la
mejor explicación sobre la brevedad resignada del acontecimiento musical tantos
meses esperado:
-
Di que si por él fuera hubiera cantado más, tres
horas mínimo, pero di que le obligan a terminar pronto para que la gente se
gaste las perras en las atracciones. Para eso le traen, o ¿qué te crees?
Y mientras empezábamos a entender el mundo del márquetin de
esa triste manera, no nos dábamos cuenta de que el tándem Serrat-Miralles, que
había irrumpido en nuestras vidas en 1968, quedaría prendido de nuestras historias
personales para siempre.
Es muy difícil hacer una selección particular de sus mejores
temas porque son muchos, cada cual tendrá la suya y a cada uno, sus elegidos le
parecerán fundamentales. Es lo que pasa cuando lo que haces deja de ser tuyo
para convertirse en patrimonio de todos, que es exactamente lo que les ocurre a
los genios. Desde la maravilla hecha canción que es “Aquéllas pequeñas cosas” (Como
un ladrón / te acechan detrás de la puerta, / te tienen tan / a su merced / como
a hojas muertas), hasta Lucía (Tus recuerdos son / cada día más dulces, /
el olvido solo se llevó la mitad) o, ya en el marco de las predilecciones
personales, la emocionante Irene (Irene / tiende el alma en el balcón
/ y el viento / indiscreto la explora...),
podríamos seguir de forma inacabable sobre todo si, además, añadimos aquellas
canciones cuyas letras tomó prestadas de otros poetas consagrados, como Machado
(Nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria / de los hombres, mi
canción); Miguel Hernández (La cebolla es escarcha cerrada y pobre /escarcha
de tus días y de mis noches); Benedetti (Una mujer desnuda y en lo
oscuro / es una vocación para las manos / para los labios es casi un destino / y
para el corazón, un despilfarro) o Alberti (Se equivocó la paloma, se
equivocaba, / por ir al norte fue al sur, /creyó que el trigo era agua, /se
equivocaba), para hacerlas más universales que nunca y ponerlas, en
bandeja, al alcance de todos, incluso de los que nunca leerían poesía.
Irrepetible es tanto el artista como su obra, porque no solo
hemos aprendido poesía de la buena al poner alguno de sus discos, sino que, como
en mi caso, al hacerlo también empezamos a interesarnos y a querer el catalán,
su lengua, en la que, según los estudiosos de su música, ha escrito lo más bello
de su obra. Ahí es nada. Nos quedamos sin palabras, mientras intuimos que algo
debe haber de cierto en ello cuando, desde nuestro precario conocimiento
lingüístico, somos capaces de identificar, entre las escritas en esa lengua,
alguna de las canciones que más nos ha emocionado. Y me refiero en especial a
una, quizás la mejor canción de amor que ha compuesto, Helena (I és que quan
passa pel meu carrer / fins el geranis li acluquen l'ull, / l'aire es fa tebi
amb el seu alè, / i les llambordes miren amunt / sa pell morena).
Cómo olvidar aquel verano glorioso y las emociones que lo
rodearon, quizás el de 1973, en que entre la música que escuchábamos al
anochecer en el castillo de Hacinas, además de la de Simon y Garfunkel en el
concierto del Central Park (Hello darkness, my old friend / I've come to
talk with you again) y los grandes éxitos de Cat Stevens, con los años
Yusuf Islam, (Morning has broken like the first morning), estaba la enlatada
en los dos casetes que me había regalado mi prima Isabel, sin duda la más
moderna y avanzada de mi familia, el uno, con una recopilación de grandes
éxitos de aquél año, entre los que se hallaba el inolvidable temazo de Roberta
Flack “Killing Me Softly with His Song", fantástico para bailar “agarrao”,
y una de las mejores canciones de Tom Jones, “La voz” (“It's Not Unusual”). En la otra cinta, el recién publicado LP (¡qué
viejunas quedan esas siglas hoy en día, cuando entonces, solo
pronunciarlas, te colocaba en una cierta posición de sabiduría musical de lo
más atractiva!) de Serrat en catalán: “Per al meu amic”. Ese aprendizaje del
que hablo empezó con ese disco y algunas de sus inolvidables canciones, como la
referida Helena o Menuda (Pensa en mi quan no t'arribi el sou / o quan
t'arrambin en el metro a quarts de nou).
Han pasado los años y nos hemos hecho mayores juntos: el
artista y sus seguidores, él siempre un poco por delante, esa es la verdad. Y
en todos estos años Serrat siempre ha estado ahí, alumbrándonos el camino, adaptándose
a los nuevos tiempos, con una creatividad inagotable y madurando en cada álbum
de su inmensa colección, y en cada canción, porque cuando hemos necesitado
alegría nos dio El carrusel del Furo (Cuando la llama de la fe se apaga en
los doctores / no hallen la causa de su mal / señoras y señores), cuando
hemos querido ajustar cuentas con quienes apestan la tierra, Serrat nos regaló Algo
personal (Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz /y juegan con
cosas que no tienen repuesto, / la culpa es del otro si algo les sale mal, / entre
esos tipo y yo hay algo personal), o desde los primeros tiempos, cuando
andábamos interrogándonos sobre nuestro destino tuvimos el Titiritero (Titiritero
/ ale hop / de feria en feria / canta sus sueños y sus miserias) o Tu
nombre me sabe a yerba (Porque te quiero a ti / porque te quiero / cerré mi
puerta una mañana y eché a andar), cuando añoramos a quien tanto nos quiso nos
dejó La tieta (Li darà vint durets per obrir una llibreta / cal estalviar
els diners com sempre ha fet la tieta), cuando buscamos el amor nos emocionamos
con la mítica Penélope (Le sonrió / con los ojos llenitos de ayer / no era
así su cara ni su piel / ”Tú no eres quien yo espero...") o con la
rima algo obsesiva de Los debutantes (Los amantes debutantes / empezaron a
bailar ayer / van girando, preludiando / la sinfonía del hombre y la mujer),
hasta que, en fin, si tuvimos que sufrir el desamor y el abandono ya Serrat nos
entregó, cómo olvidarlas, las Paraules de amor (Ella qui sap on és / ella
qui sap on para, / la vaig perdre I mai més / he tornat a trobar-la).
Siempre encontramos en él lo que necesitamos, supo
interpretar nuestros sentimientos como ninguno, consolarnos cuando lo pedimos o
emocionarnos cuando la vida nos sonrió. Amor con amor se paga, por eso el gran
Serrat, el mejor, el incomparable, el nuestro, ha envejecido tan bien como nosotros.
Un autor es universal cuando le entienden, le quieren y le
hacen suyo pueblos de otras latitudes y gentes de otras culturas, mostrándonos,
cómo no, que los sentimientos trascienden tiempos y fronteras y no tienen
idiomas. Por ello resulta impresionante observar el fervor con que a Serrat le
siguen y le admiran no solo aquí, sino también en Cuba, México o Argentina, de
modo que la emoción que trasmiten sus obras se hace común y alcanza a todo tipo
de gente, como él mismo predijo, profetizando, en su inolvidable Fiesta (En
la noche de San Juan / cómo comparten su pan / su mujer y su galán / gentes de
cien mil raleas).
Se va Serrat a disfrutar de ese merecido descanso. Nos deja
sus canciones que forman y formarán para siempre parte de nuestras propias
vidas, porque nos hemos apropiado de ellas como seguramente él pretendió. Al
maestro le deseamos larga vida, la gloria la tiene asegurada pues, como nos
enseñó que habría que hacer con sus Piratas, para hincarle de rodillas / hay
que cortarle las piernas.
Manolo Díaz Olalla
La Puebla de Sancho Pérez, el día de Santa Lucía de 2022
Publicado en la Revista de la Asociación Amigos de Hacinas, 4º trimestre de 2022
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