jueves, 31 de octubre de 2019

Lechales’40: la leyenda




De un tiempo a esta parte optamos por la discreción a la hora de compartir con nuestro público y seguidores las gozosas noticias de las reuniones de la Cofradía de Amigos del Cordero Lechal (“lechales” en adelante) para no resultar reiterativos, acaparadores ni plastas. No fue una decisión fácil, pero comprendimos que sólo con la reunión anual aparecemos en uno de cada cuatro números de esta revista y si, después, con permiso de la dirección, nos dejáramos llevar por la emoción y la fanfarria ocuparíamos una buena parte de las páginas de que consta la publicación por lo que tuvimos miedo de que algún día este medio perdiera su acertado nombre para pasar a llamarse “Revista de lechales”.

Nos limitamos por ello, con comedimiento y contención, a dar una pequeña nota en el número de invierno correspondiente y, como si tal cosa, volver a un modesto segundo plano hasta el año siguiente. Pero en esta ocasión no podemos continuar con ese falso papel de cautos que tan poco nos pega y queremos reclamar el espacio que merece el insigne acontecimiento que venimos a anunciarles y que no es otro que los pasados días 25, 26 y 27 de octubre de este año 2019 celebramos la edición número 40 de estas reuniones fabulosas, sin faltar ni un año y con una nómina bastante constante de cofrades que, reunión tras reunión, asciende a unos 15 ejemplares, lechal arriba o lechal abajo. En esta ocasión, y como el calendario recomendaba, la quedada tenía que ser especial y así lo fue gracias a la ilusión de todos y a la impecable organización de un medalla de oro de la cofradía: Julito Cámara. Tanto se cuidó el escenario que nos desplazamos a celebrarla a Urdaibai, Reserva de la Biosfera, esa maravilla natural de Vizcaya de singular belleza, cuya contemplación la complementamos con paseos y estancias por otras localidades cercanas (Gernica, Mundaca, Sucarrieta-Pedernales, San Juan de Gaztelugache y Baquio).

No entraremos aquí en detalles para que vean que nuestros deseos de moderación son sinceros, pero debemos decir que las jornadas, los ratos pasados, los lugares visitados (los de contemplar la naturaleza y los otros) y esa magia de disfrutar de estar todos juntos, volvieron a brillar, deslumbrantes, como pocas veces lo había hecho. El medio condiciona, ya lo saben, y no se puede disfrutar de esos parajes naturales sin gozar y mucho del paisaje humano que, año tras año, componemos los amigos que nos juntamos.

Nos encontramos la primera vez el 25 de mayo de 1980 (como las cabezas ya no están buenas del todo y ha llovido tanto, sobre el día exacto nunca acabamos de ponernos de acuerdo, pero la señalada es la fecha que goza de mayor consenso) un grupo de amigos, el germen de los futuros “lechales”, en Aranda de Duero con la sana intención, creíamos, de pasar el día y dar buena cuenta de algunos cuartos asados del óvido infante en la Casa de Rafael Corrales. Si a alguno de aquellos amigos hacinenses, por aquél entonces mucho mozos y bien majos, que nos reunimos con tan sana y provechosa intención aquel día lejano, nos hubieran contado que 40 años después seguiríamos encontrándonos con el mismo propósito y anhelo, año tras año y sin fallar ni uno solito, no lo hubiéramos creído. Pero no ha sido la incredulidad lo que nos ha hecho llegar hasta aquí, hazaña que bien merecería figurar en un libro de excesos que se publica en inglés, como bien dijo el genial Krahe, si no la sana alegría de continuar y no darle una sola ocasión al olvido o la indolencia para que hicieran la más mínima mella en la profunda amistad y camaradería que nos une. Porque tanto mérito tuvieron los que lanzaron la primera cita como los que, a punto de despedirse aquella vez pionera dijeron “¿Y si repetimos el año que viene? Vamos a poner fecha…”.

De esa forma, después de aquella reunión inaugural sin saber que lo era, siguieron otras dos en la misma localidad de la Ribera (1981 y 1982), la más frecuentada por la cofradía, y para que no decayera convocamos la cuarta en Burgos en el año 83, después de nuevo en Aranda (84), El Burgo de Osma (85), Pedraza (Segovia) en el 86, Riaza (también Segovia) en el 87, la burgalesa Roa en el 88, Cuéllar (Segovia) en el 89, Burgos en el 90, Ereño (Vizcaya) en el 91, Torrecaballeros (Segovia) año 92, Aranda en el 93, Soria en el 94, Haro (Logroño) en el 95, Villalcázar de Sirga (Palencia) año 96, Covarrubias en el 97, Hontoria de Valdearados en el 98, Vilvestre del Pinar en el 99, Aguilar de Campoo en el año 2000, El Burgo de Osma en 2001, Soria en  2002, Lerma en 2003, Aranda, otra vez, en 2004, Las Viniegras (Rioja) en 2005, Burgos en 2006, Vilviestre del Pinar en 2007, Tariego de Cerrato (Palencia) en el año 2008, Valdelateja (Valle de Sedano, Burgos) en 2009, Berberana (Burgos) en 2010, Ayllón (Guadalajara) en 2011, Saldaña (Palencia) en 2012, Gumiel de Izán (Burgos) en 2013, Poza de la Sal (Burgos) en 2014, Porto Colom (Mallorca) en 2015, La Vid (Burgos) en 2016, Rioseco de Soria en 2017, Valle de Valdelaguna y Castrovido en 2018 y Urdaibai y San Juan de Gaztelugatxe (Vizcaya) 2019, el año de los 40, que no pican pero atormentan.

La educación y la cultura es la mayor riqueza de los pueblos y tan sensibilizados estamos de ello que en ninguna reunión faltó la visita cultural, el museo, las ruinas, la iglesia, el centro de interpretación o la bodega, aunque, eso sí, deprisa, vamos, no se fuera a pasar la hora del blanco. Tenemos la memoria ya tan enclenque que desde hace años llevamos un libro de actas en el que se apuntan todos los detalles de cada reunión, aprobándose, o no, según proceda, cada año la del anterior y añadiendo, cuando es menester, quejas, comentarios o sugerencias de los cofrades. La recepción de asistentes el viernes, la partida de mus tras las comidas del sábado, el posado de Carlos para el álbum de fotos y el repaso al variado y trasnochado repertorito musical, a veces a capela, pero siempre bajo la exigente batuta de Paco y el auxilio de la guitarra de Manolo, se han convertido ya en clásicos de estos fantásticos encuentros de amigos.

No queremos abusar más de su atención y su confianza, hemos dicho que todo lo hacemos sin ánimo de protagonismo, pero no nos equivocamos si afirmamos que los lechales de Hacinas se han convertido en leyenda: “Lechales, cuarenta años dejando bien alto el nombre de Hacinas en tascas, bares, casas de comida y locales de esparcimiento de Castilla y León”.

Cuarenta años nos contemplan y lo que empezó siendo una reunión de amigos se ha convertido en un clásico del otoño castellano, la perseverancia en mito y este modesto secretario de cofradía en Historiador de este asombroso fenómeno que ya forma parte de nuestra historia.

Manolo Díaz Olalla
Historiador de los Lechales




N. del A. Se acompaña esta crónica de dos fotos. Son de las dos reuniones celebradas en Vizcaya, una del año 1991 en Erentxun y otra de este último año en la isla de Txatxarramendi. No ponemos cuál es cada una porque preferimos que lo adivine el avispado lector. Ah, y no admitimos bromas al respecto. Gracias.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Nuestra vida antes del móvil

Tomada de Xatakandroid.com 


Explica el genial escritor argentino Hernán Casciari que en cierta ocasión se encontraba contándole a su hija el cuento de Hansel y Gretel y, en lo más emocionante de la historia, justo en el momento en que los hermanitos se pierden en el bosque, la niña le reventó el relato cuando, inocente e incrédula, le interrumpió con esta pregunta: “¿Y por qué no hacen una llamada por washapp a su papá?”.
Aunque quizás les extrañe lo que voy a escribir, creo que hemos tenido suerte de haber transitado por nuestra infancia, adolescencia y juventud sin conocer el teléfono móvil. No dudo que quizás descubran una gran contradicción en ello, cansados de oírme mantener todo lo contrario si es que leen estas modestas crónicas, pero todo tiene su explicación.

Una gran parte de las historias de nuestra vida, de las importantes, de las que se pueden contar y también de las otras, de las que les traigo aquí en ocasiones con el ánimo de desvelar quiénes fuimos y cómo era Hacinas entonces, tienen como eje de la trama la distancia y la incomunicación. Planteamiento, nudo y desenlace. Pongan un móvil en el bolsillo de aquellos muchachitos y muchachitas que fuimos alguna vez y ninguna de esas historias valdría un céntimo, ni las recordaríamos, ni merecería la pena contarlas. Ninguna historia funcionaría porque no habría argumento. Da cierto vértigo pensar lo insulsa de aquella existencia si la tecnología de la comunicación con su telefonía de datos y sus terminales inteligentes hubieran llegado 20 años antes. Veamos.

¿Qué hubiera sido de nosotros si Jesusín, que pasó temprano aquélla tarde por los praos de Campo el Valle, hubiera puesto un mensaje en el grupo de “Buscadores de hojas tiernas para los cochinos”, diciéndonos que aquello estaba pelao y que más valdría que nos fuéramos, con calderos y todo, hacia la parte de la Hontana? Pues que esa tarde no hubiéramos dedicado el tiempo a hablar de música y a tirar balones a puerta ante la escasez de follaje, por lo que el mundo quizás hubiera perdido un músico de la categoría de Julito y un rematador a puerta de los que no se olvidan, como fue un servidor, modestia aparte.

¿Qué les hubiera podido contar a ustedes de aquél mi primer enamoramiento adolescente frustrado por incomparecencia, si aquella noche en que andaba de sanquintines con mis amigos, la maravillosa muchacha que tanto me gustaba me hubiese puesto un mensaje en el móvil que dijera “¿Vienes o ké? Llevo + de 1 hora n’el baile esperando. O llegas o m voy p casa”?

¡Qué poco hubiéramos disfrutado de la hazaña de aquél muchachito que se bebió el agua de los renacuajos “sin tragarse ni uno”, como dijo, “porque apreté bien los dientes”, como añadió,  si en los días siguientes a los hechos le hubiera pedido a su abuela que colgara fotos en el Instagram cada seis horas de la conjuntiva y la lengua del depredador de especies y, si hubiera podido ser, también de algunas caquitas de las que hacía la esgurriada criatura!

¿Qué tendríamos que contar a la concurrencia y a los lectores de esta revista sobre aquélla tarde en que se desató tan terrible tormenta que nos caló hasta los huesos y espanzurró decenas de chopos a nuestro paso, si en vez de coger las bicis e irnos a Silos nos hubiéramos quedado en casa porque el localizador GPS, los mensajes de alerta meteorológica y la webcam del monasterio nos hubieran informado, dos horas antes, de lo que se avecinaba?

¡Qué carentes de emoción hubieran sido aquellas tardes jugando al “tres navíos” si, sin necesidad de patearnos el casco urbano, que era lo propio y lo emocionante, y sin movernos del castillo hubiéramos localizado a los escondidos en calle, calleja o casona activando la geolocalización de sus móviles y situando sus coordenadas XY en el google-map!

“Ojo chavales, que Jesús va para allá”, y sin más, al punto de recibir el SMS hubiéramos apagado nuestros menceys y enterrado las colillas, nos hubiéramos enjuagado la boca con orangina y las manos con varondandy, hubiéramos desenfundado la guitarra y nos hubiéramos hecho los sorprendidos cuando Jesús “El pollo”, en su visita exploratoria y sospechando lo que era evidente, hubiera hecho acto de presencia por detrás del castillo mientras, disimuladamente, seguíamos rasgando inútilmente las cuerdas como quien busca la nota exacta. Ese placer incomparable de experimentar lo prohibido sin saber si vas a ser descubierto no existe cuando el buen amigo te avisa del peligro y, otra vez, la historia se queda en el cajón de todo aquello que nunca fue interesante.

“Ven a la estación de Salas para que veas a la mismísima Claudia Cardinale pasearse entre los vagones del tren de Soria”, no me pudo contar en un audio mi amigo Fede aquélla mañana en que asistió, por casualidad, a tan fabulosa aparición. Y si eso hubiera ocurrido se me habría desvanecido ese mito erótico, que es lo que les pasa a todos los mitos cuando los ves, de aquí a allí, al natural y en carne y hueso. Como nadie me pudo mandar ese audio me pasé la mañana en la casa del cura probando el tocadiscos y aunque no vi a la estrella en toda su apabullante corporalidad, me la he imaginado muchas veces entre las vías y hoy tengo una historia que contarles, la de lo que pudo haber sido y no fue.

Esas historias, las que no fueron, aunque podían haber sido, siempre son mejores que las otras. En aquéllas la imaginación se hace la dueña, en las otras la realidad tozuda y gris acaba con todo con demasiada frecuencia.

Hubo un tiempo anterior a la telefonía móvil, aunque muchos no lo hayan conocido. Hoy en día se puede añadir a la pirámide de Maslow de jerarquía de las necesidades humanas, dos nuevos elementos además del reconocimiento, la seguridad, la afiliación, la autorrealización y la filosofía: el wifi y el cargador del móvil. Pero los tiempos modernos y las tecnologías “de doble punta”, que dice un buen amigo, dejan poco margen a la sorpresa y a la incertidumbre, y la vida con ellas se vuelve insustancial y monótona demasiadas veces. Todo lo arreglamos desde el sofá con el móvil en la mano y creemos que vamos sobre seguro, pero no es así.

En Hacinas tenemos la ventaja de que la cobertura de telefonía móvil no es buena. Aprovechemos esa circunstancia para vivir historias de verdad, con sus desencuentros, sus imprecisiones, sus sorpresas y sus soluciones en diferido.

Vivamos esa excitante experiencia y tendremos historias para contar.

Manolo Díaz Olalla

(Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", número del tercer trimestre de 2019)


domingo, 21 de julio de 2019

Alicáncanos


El recientemente canonizado San Brochero decía: "Dios es como los alicáncanos, está en todas partes pero prefiere a los pobres""

Veía el muchacho, con los ojos como platos, cómo los mozos grandes, porrón en mano o la bota, que tanto da, se desternillaban de risa mientras  desgranaban aquéllas letanías de doble intención imitando al cura en plena celebración. Levantaban las manos hacia el techo del bar y, muy solemnes, entonaban en perfecto gregoriano:

“Alicáncano que picaste

En cabeza de sacerdocio

Has de morir en patena

Per Christum dominum nostrum”


Y respondían todos muy serios “Amén”  mientras volvían a echar el porrón para arriba y brotaban las carcajadas de todas las gargantas rompiendo otra vez la placidez de la noche veraniega.

El renacuajo, sin entender nada de lo que allí se decía, retenía todo lo que podía de aquéllas liturgias paganas y jocosas para hacer indagaciones por su cuenta cuando las condiciones fueran favorables. Le costó entender que el alicáncano es ese parásito maldito que causa estragos en escuelas e internados y pavor en madres y padres, que pica más que la guindilla y se contagia más que el bostezo. Ese insecto que se combate con permetrina y liendreras o, si la cosa se pone crítica, sin miramientos pelando al cero. Le costó, incluso, darle sentido a la chanza de los mayores.


- Parece ser que era un piojo que le picó al cura mientras decía misa, y el cura lo cogió y  lo aplastó disimulando delante de los feligreses, así, con la uña, en el platillo ese reluciente que luego limpia con tanto esmero, sin cortarse lo más mínimo …

- Me extraña no le echarían (sic) la culpa al monaguillo de haber pegado los piojos al señor cura… o sea, los alicáncanos esos….


Se miraban los otros gurriatos entre incrédulos y divertidos, deseosos de que las incursiones de Manolín en el folklore popular acabaran lo antes posible para marchar al campo de fútbol de una vez, que es lo que realmente aseguraba una tarde divertida.


El chavalito aspirante a folklorista deseaba con frenesí que se repitieran esas reuniones mozas, animadas por el buen clarete de la Ribera, para apuntar en la libreta o en el cacumen aquéllas joyas de la tradición oral que tanto gustaba memorizar, desentrañar y repetir después. Por algo sería. Más de treinta años después, en las reuniones de lechales y en alguna otra celebración, sus compañeros aún le piden que se arranque con alguna coplilla tradicional, si lleva un poco de picante o de irreverencia mejor, de aquéllas que aprendió de niño y mocito, para animar las noches compartidas en Castrovido o donde se tercie.

Lo cierto es que en aquéllas reuniones cantadas de antaño la mejor estrategia era la de pasar desapercibido. El mostrenquito buscaba acomodo en algún rincón y permanecía en silencio toda la velada evitando llamar la atención. Con los ojos y los oídos bien abiertos. Pero la curiosidad era mucha, casi tanta como la imprudencia y las ganas de aprender del mocoso.

- Echaros la del alicáncano, venga.

En esos momentos el silencio se imponía hasta que un murmullo medio etílico, entre de sorpresa y de intrusión, inundaba la tarde espesa.

- ¡Pero mira quien está ahí! ¡Jodío Manolín! Pero ¿qué haces aquí si aún no has pagado la entrada de mozo? Agárramelo que saco la navajilla. Ven p’acá, que te vamos a capar….

Y el cencerrín salía a escape calle arriba, hasta meterse en el mejor refugio que conocía para esas ocasiones, las faldas de su abuela. Y allí, tranquilo, notaba cómo se apagaba el miedo a quedarse eunuco tan deprisa como crecían las ganas de merendar. Y con un buen cacho de hogaza y media onza de chocolate dejaba la investigación etnológica para el día siguiente o para cuando se terciara.

Durante mucho tiempo vivió intrigado por el auténtico sentido de algunas de aquéllas coplas furtivas de tonada mística pero de contenido disolvente. Por ejemplo nunca le quedó claro qué pretendía en realidad aquél páter que andaba en coplas y que tocó las campanas de Roma y anduvo, al parecer toda la noche, que ya es trajín, de la ventana al jardín, un poco antes de irse a dormir con el ama. Algo así, y que los expertos perdonen si la memoria de aquél aspirante a Joaquín Díaz le traiciona:

“Que si fuistis y vinistis

Y las campanas de Roma tocastis

Y no faltó quien te vio

De la ventana al jardín

Y con el ama te fuisti a dormir”


No le sonó bien aquélla historia jeroglífica que nunca entendió, aunque con el tiempo seguramente acertó cuando se puso en lo peor  y hasta en lo lascivo, en especial por las caras de sátiros de aquéllos mozos que lo entonaban mientras repetían pasándose el tintorro: “Santo, santo, santo”.


Lo del folklore le viene de atrás al galgo. Buenos maestros tuvo, no digo yo, aunque se esmeraron poco en la enseñanza y como de tantas cosas importantes de la vida, tuvo que aprender lo más interesante de manera clandestina, saltando de fiesta en fiesta sin ser visto, de la misma forma que va, de cabeza en cabeza, un buen alicáncano.




Manolo Díaz Olalla

(Publicado en la "Revista de Hacinas", segundo trimestre de 2019)



Nota del autor.

En la monografía titulada CALÁNDULA (EL CUENTO POPULAR EN TORRE PACHECO, Murcia), el etnólogo Anselmo Sánchez Ferra recoge estos dos cuentos que bien parece pudieron servir de inspiración a aquéllos mozos hacínenses de los que se habla en el texto.


“Estos cuentecillos los contaba el tío Viga, se llamaba Andrés que se casó con "la" Margarita de Driebes. Este hombre le contaba los cuentos a mi abuelo Antero (1901) en Brea de Tajo cuando era chico.

El alicáncano
  
“Era un cura en aquella época que había muchos piojos, y el cura estaba diciendo misa y le empezaron a picar los piojos de la cabeza y levantando las manos en el altar cantó:

- Alicáncano que picasteis
Cabeza de sacerdocio
Moriréis en la patena
Per cristum dominum nostrum
(Y en la patena le aplastó con la uña)”

Los pastoráticos

“En aquellos entonces se pasaba mucha hambre y mandó el cura a robar ovejas al sacristán y a los monaguillos. Y llegó la hora de decir misa y no venían, no venían, no venían y no le pudieron dar noticias de cómo les había ido el robo y resulta que estando ya en misa les vio que aparecieron por el coro el sacristán y los monaguillos y el cura en vez de decir “dominus vobiscum” dijo:

Los que fuistis y vinistis
De la rapiña ¿Qué trajisitis?
Y el sacristán, tocando el órgano y todo le contestó:
Los que fuimos y vinimos
De la rapiña trajimos
Que salieron los pastoráticos
Nos dieron cuatro palíticos
Y nos quitaron la yegua Fátima”.


Del mismo autor y texto es interesante leer este cuento (nº 248) que guarda parentela con el comentado ripio que los mozos de Hacinas cantaban sobre el toque de “las campanas de Roma”: 

LA CONFESIÓN DEL CURA (Roldán)

Vivía una fuera del pueblo, a cuatro o cinco kilómetros, y la mujer pos venía a
confesarse. Pero llegó tarde en la que el cura había dicho la inisa ya y le dice:
-Mire usté, que venía a confesarme.

-Pos mire usté, ha llegao tarde porque la misa la dicho ya.
-Pos mire usté, que vengo a cinco kilómetros pa confesarme ...
Dice el cura:
-Pos na. Fuera de tiempo, pero te voy a confesar.
Y entonces pos la metió en el confesionario, la puso enfrente; y el hijo del
sacristán (que entonces había sacristanes), pos estaba por allí, era un pillete, y
se escondió:
-Pos voy a ver la confesión d 'esta.
Y entonces el cura fue tocando poco a poco (a la feligresa) y le puso la mano en
la frente y dice:
-Esto qué es, hija?
-Pos mire usté, la frente.
-No, esto son tierras de Herminia. No sabéis hablar:
Y luego le puso las manos en los pechos. Dice:
-; Esto qué son ?
-Pos mire usté, unos le icen las tetas, otros los pechos.
-; Válgame Dios, hija, que palabras más terrestres Virgen del Carmen! jE~to
son las Vírgenes Marías!
Y luego pos fue y le tocó el ombligo. Dice:
-; Esto qué es?
-Pos mire usté, esto es el ombligo.
-;No hombre, no! ;Esto es el Mojón de Medio Mundo, el que divide los dos
extremos!
Luego se fue abajo, dijo:
-Esto qué es ?
-Pos mire usté, unos le icen la breva, otros el conejo, otros ...
-; Uy qué palabras más terrestres, Virgen del Carmen! jPor eso pecais tanto!
-dice-. Esto es la Pila de Bien Intruiste, la Pila de Bien Intruiste -dice-. ;Vente
pa la sacristía!
Y allí en la sacristía l'izo tres, la «confesó» tres veces. Total que la dejó ir ya.
Pero el hijo del sacristán, que estaba viendo toa la confesión pues le dijo a su
padre:
-;Papá, voy a ir a ayudarle al cura a decir misa!
-Hijo, tú izo sabes.
-jNo, sí, sí, sí, sí!
Y entonces.fue aquella mañana y le dijo al cura:
-Vengo en puesto de mi padre a ayudarle a usté a decir misa, porque mi padre
Está  muy  resfriao y tal.
-Sí, s i No está mal, no está mal.
Y entonces se pusieron a decir misa. Y cuando el cura dice unas cosas, el
monaguillo le contesta. Dice (el pilluelo al sacerdote entonando como si de una
letanía se tratara):
-En Tierras de Herminia estuviste,
por Tierras Lanas (?) bajaste,
las campanillas de las Vírgenes (?) tocaste,
en el Mojón de Medio Mundo estuviste
v en la Pila de Bien Instruiste
tres veces caíste.
Y dice el cura:
-;Ah, hijo de la gran puta, que bien me viste! ;Amén!"


Sobre este mismo asunto Agúndez, en su libro titulado “Rimas” comenta:

Como nos hace observar Joaquín Díaz, la canción que suele entonar el niño es un canto
popular, evidentemente, que sigue los ritmos de la tradicional canción Viudita del conde
Laurel. En otra versión diferente, el propio niño es testigo de los turbios manejos del cura
que, con un lenguaje figurado, induce a la mujer que acude a confesarse a mantener relaciones con él: después se burlará con la siguiente canción:

En Tierras de Herminia estuviste,
por tierras Lanas (¿) bajaste,
las campanillas de las Vírgenes (¿) tocaste,
en el Mojón de Medio Mundo estuviste
y en la Pila de bien Intruiste
tres veces caíste “

(Anselmo J. Sánchez Ferra, op. cit., pp. 188-190, n° 248: La confesión del cura. El propio recopilador aclara antes de la canción: "Dice (el pilluelo al sacerdote entonando como si de una letanía se tratara)". En el lenguaje figurado, el cura da a la frente el nombre de Tierras de Herminia, a los pechos, Vírgenes Marías, al ombligo, Mojón de Medio Mundo y más abajo, Pila de Bien Intruiste)

De la misma obra de Agúndez destaco que el autor interpreta que lo que pretende aquel niño es avergonzar al cura públicamente en la iglesia por sus fechorías. Pero el padre hace que aprenda otra canción que habla de los amoríos del sacerdote, y la cante en público.
La cantinela de nuestra versión es prácticamente idéntica a la del Campo de Gibraltar, de donde son los versos precedentes:

“El cura de Jerez 
Ha cogido todas las mujeres,
Y la que le falta del alcalde,
Que la va a coger esta tarde”

Cuento con ciertas reminiscencias al escuchado por el muchachito en Hacinas durante los años de su niñez, que trataba de la hazaña del cura de Castrovido que encontrándose dirigiendo el rezo del rosario en la Iglesia un domingo, sintió que empezaba a llover y acordándose de que tenía la hierba en el prao anexo extendida secándose, levantó a la feligresía de los bancos y organizó la recogida de la parva con urgencia, a la orden de “Los hombres (a horcadas) y las mujeres conmigo (a brazadas)


martes, 15 de enero de 2019

La desmemoria

Ilustración de Miguel Bustos para VEME digital


Como en aquel espléndido pasaje de la inmortal novela de Gabo en que Aureliano Buendía y su prole, al ver amenazado su futuro y el de Macondo por la fatal epidemia de desmemoria que se les venía encima, decidió pegar un letrerito en cada cosa con su nombre y su función, un servidor anota desde tiempo inmemorial -no me negarán que la expresión no es de lo más acertada-  en libretas, servilletas y pedazos de papel las cosas que cree deben salvarse de la quema inapelable del tiempo y el olvido, que nada respeta.

Esta epidemia, como saben, es el mal de nuestros días y conocemos su existencia desde mucho antes de que el Dr. Alzheimer decidiera pasar a la historia dándole su nombre. Preocupado por sus devastadores efectos me inventé ese ardid simplón que les comento, nada original como ven, el Premio Nobel colombiano ya había recurrido a él en su fantástica novela, pero cuya eficacia no tengo mas remedio que poner en duda.

Todo esto viene a colación porque hace unos días, forzando la cerradura del baúl de los recuerdos -¡ay Dios, qué imprudencia!, cada vez me inquieta más lo que puedo encontrar dentro- hallé una libreta cuya existencia desconocía -¿qué les dije de la cabeza?- aunque escrita de mi puño y letra, datada posiblemente alrededor del 1985 del siglo pasado, en la que con poca paciencia y muy mala letra fui anotando refranes, dichos, máximas y expresiones de uso común, la mayoría hacinenses, salenses y de la comarca, que había ido recopilando durante infancia y adolescencia, con el objeto de que esa transmisión oral de cultura popular de que me había beneficiado no acabara en mi humilde persona cuando hiciera su presencia el maldito mal del olvido, si es que me alcanza.

Reconozco en muchos de esos dichos la inspiración de mi tía Victoria, la más expansiva y desinhibida de mi familia materna, un autentico verso suelto que dirían ahora, pero con el paso del tiempo no acierto a comprender su significado, el sentido que tienen, el contexto en el que fueron creados ni su uso correcto. Es como si recordara la letra pero desconociera la música. Pienso y no comprendo por qué Crespo siempre está sólo por mucho que insista en hablar en plural, “aquí estemos”, repite, ni por qué se complicaron tanto las cosas el día en que Moreno contrajo nupcias. Me cuesta comprender qué pudo pasar en Gete con un marinero y un perro, por qué, a pesar de la rima,  Ciriaco y Lucía, una señora que tal día como hoy celebraría su onomástica, confiaban tanto en el día de mañana, ni, en fin, la razón por la cuál el que no consigue ir a Zaragoza admite con resignación que su destino sea un charco. Hay que averiguar quién era esa Rita a la que todos señalaban como trabajadora ejemplar cuando daban vivas al campo y por qué el cemento sobrante siempre encontraba acomodo en los almacenes municipales. Desconozco qué condiciones meteorológicas deben darse para considerar a marzo “cagarzo", ni por qué comparten tan mala fama el cura callejero y el sol madrugador.

Leo y releo y sigo “in albis”. Según cuenta García Márquez en su tan citada Cien años de soledad, con paciencia ejemplar en Macondo etiquetaron los objetos y los animales y las plantas para que sus nombres resistieran los duros picotazos del olvido. Con buena caligrafía Aureliano escribió “puerta para entrar”, “cama para dormir”, “cacerola para cocinar” o “esto es una vaca y hay que ordeñarla todas las mañanas”. Con similar proceder, un servidor intenta hoy salvar del naufragio los últimos recuerdos de su juventud. Cometí la imprudencia de apuntar las cosas pero no su significado por lo que el feliz hallazgo de la libreta, lejos de refrescarme la memoria y activarme la masa encefálica solo ha servido para incrementar aun más mi incertidumbre y mi desasosiego. Me consuelo pensando que la precaución que tomaron los personajes de la novela no les llevó a mejor puerto que a mí pues, según dicen, cuando por fin el temido mal les alcanzó se olvidaron también de leer por lo que, como a mí ahora, todos aquellos carteles se tornaron en un jeroglífico indescifrable.

Lamentablemente, todo aquél mundo de nuestra juventud está hoy a punto de desaparecer bajo la herrumbre inexorable del tiempo, carcomido por nuestra propia indolencia o, peor aún, demolido a golpes bajo la triste piqueta del desinterés y el abandono. Como una enorme manta que empezara a deshilarse desde la última fibra vamos dejando jirones en el camino y nos hundimos sin remedio en el pantano de la desmemoria, perdiendo el recuerdo de lo aprendido, la certeza de lo averiguado y la experiencia de lo vivido.

Hay que compartir recuerdos y experiencias, refrescarlas y contrastarlas con quienes las han vivido con nosotros, actualizarlas e, incluso, ampliarlas con lo que recuerdan otros. Mientras tanto he decidido dejar mi libreta con mucho cuidado en el mismo sitio en que la encontré y rogar que si esa peste fatal me llega, aparezca, como en Macondo, un gitano Melquiades con el antídoto que cure ese terrible mal.

Manolo Díaz Olalla
Santiago de Cuba, 13 de diciembre de 2018

Publicado en "Amigos de Hacinas", primer trimestre de 2019