domingo, 19 de abril de 2015

La pez



Hablaba yo hace unos días de Hacinas y su cultura con un buen amigo de otras tierras muy interesado en tradiciones, costumbres y música popular. Le recitaba algunas coplillas, refranes, dichos y otras expresiones de transmisión oral con las que hemos pasado tantos y tan buenos ratos en nuestra vida, mientras le decía que alrededor del vino, o tomándole como excusa, existe un auténtico arsenal de letras jocosas y chanzas que, con más o menos destreza, esto dependía casi siempre de la cantidad ingerida antes de cantar, hemos perpetrado cada vez que la ocasión lo recomendaba. O aunque no lo hiciera. O sea, muchas veces. Y en fiestas, ni qué decirse tiene.

Lo que hace el vino no lo hace la escabeche”, le dije recordando lo que me enseñaron los mozos que me dieron la alternativa en aquél lejano despertar a las costumbres adultas, y no pude evitar entonces que me vinieran a la mente aquéllas rondas terribles alrededor del porrón, que se celebraban generalmente antes de ir a casa a cenar durante los días de Santa Lucía. Era “el sanquintín”  y aunque la denominación no procedía exactamente de “la que se armaba” en casa de algunos ante el lamentable estado en que llegaban a la mesa (más de uno se quedó sin salir al baile tras tener que exponerse a la observación paterna), lo cierto es que era una costumbre inconsciente que nos llevaba a padecer de forma exprés los peores efectos de la bebida sin apenas apreciar sus cualidades organolépticas.

Llegados a este punto y ante la cara de incomprensión de mi contertulio, no tuve más remedio que mirarle fijamente y, marcando los tiempos musicales, recitarle así: “San Quintín/ que ha entrado en Madrid/ con su capa rota./ Que beba usted una gota/ que vuelva usted a beber/ que le ha sabido a la pez./ Tú que has bebido/ tú te emborracharás…” Mi amigo analizó la letra con detalle concluyendo enseguida que el  San Quintín al que se aludía no era el propio mártir cristiano, pues nunca entró en Madrid ni por asomo ya que vivió en la Galia ganándose allí la palma y la devoción de toda la cristiandad sin necesidad de viajar a sitio alguno. Pensó quizás que la alusión no era al santoral  sino que  tuviera  más que ver con la toponimia, refiriéndose por tanto al lugar del mismo nombre donde se libró la famosa batalla ganada por Felipe II a Enrique II de Francia en 1557, aunque también le pareció improbable. Me animé a calmar sus dudas diciéndole que muchas veces se escogen estos términos con el único objeto de que rimen con el segundo verso, que ya está, ese sí, sólidamente establecido. Le intenté persuadir diciéndole que incluso yo, que nunca he pasado de compositorcillo “de andar por casa”, he echado mano de esa artimaña alguna vez. Pero finalmente lo que más le sorprendió a mi amigo fue la alusión a la pez.

¿Qué es la pez?, me dijo. Enseguida me acordé de aquélla sustancia negra y pegajosa que recubría interiormente las botas y los pellejos de vino que, hinchados como sapos, dormitaban en una esquina de la bodega de Jesús, entre las latas de bizcochos Noel, de Lerma, y los juguetes de los Almacenes Quitanilla, del mismo Burgos. Me vino a la memoria, también, lo difícil que era desprenderte de ella cuando te manchabas las manos y las tundas que te ganabas si era la ropa la que quedaba impregnada de tan oscura materia. Pero nada supe explicar, en mi ignorancia de estos asuntos de usos, costumbres y oficios tradicionales en vías de extinción, sobre la naturaleza de tan sorprendente elemento.
José M. Caraballo, tomado de puntatlantis
Como resulta que preguntando se va a Roma y mirando la wikipedia resuelves con rapidez y eficiencia, aunque no siempre con rigor y detalle, algunas dudas y enigmas, averigüé cosas sobre la pez sorprendentes para mí aunque sin duda conocidas por muchos de ustedes. Me sirvieron para ilustrar, eso sí, a mi curioso amigo, a quien dejé boquiabierto cuando le conté que se trata de un subproducto derivado de la resina de los pinos (convertida en miera sangrante), que se produce cuando la de mejor calidad ya se ha empleado en la elaboración de la trementina y sus derivados (aguarrás y colofonia), que su elaboración era la actividad principal de los resineros durante el invierno, que por tanto fue una industria típica de tierra de pinares, como es el caso de algunas zonas de Segovia o de Burgos, estableciéndose en Quintanar de la Sierra un punto de referencia nacional que era visitado por boteros y pellejeros de media España, y que su obtención era faena muy laboriosa y dura que comprendía  la combustión de la materia prima en hornos ubicados en el monte a los que se denominaba pegueras.  Es, por sus condiciones de obtención y por su uso, una actividad y una sustancia en vías de extinción, habiendo sido sustituida, al menos para su uso no alimentario, por otras materias impermeabilizadoras derivadas del petróleo.

La pez es la “pix” romana y su uso se extendió en aquél imperio.  Lo más curioso es constatar cómo la lengua, aquí también, fija, conserva  y “da esplendor” a palabras en desuso como esta, preservando de paso su significado y hasta su historia, pues aunque no conozcamos lo que ha sido y lo que ha significado este curioso pringue en tiempos remotos, la raíz latina de nuestro idioma nos obliga a referirnos a ella y a tenerla presente cada vez que indicamos que algo “se pega” a otra cosa, que lo que aquél puso en la pared fue “un pegote” o que  mi amigo, el de la curiosidad insaciable, se había “empecinado” en el conocimiento del término.

El vino y sus efectos ha sido y es fuente inagotable del refranero y la música popular. “Los borrachos en el cementerio, juegan al mus”  cantábamos mientras encargábamos al cantinero otra ronda y pasaban los porrones de mano en mano deslizando su jugo del pitorro a los gaznates mientras alguien entonaba, suplicando como por caridad, que aquél elixir no tuviera sabor a “la pez”. Era difícil que así fuera pues la pez, antes de su uso final, se cocía con el objeto de que desprendiera sabores como el humo o la madera, que formaban parte de su naturaleza y de su origen.

En aquéllas, mientras seguíamos cantando un sanquintín detrás de otro y la conciencia se enturbiaba tanto como se trapeaba la lengua, el clarete que hinchaba los pellejos rezumantes de negra e insípida pez en el fondo de la bodega de Jesús entre cajas de galletas y soldaditos de plomo, esperaba ansioso el dulce momento de ser liberado de tan oscura compañía y que algún alma caritativa le trasegara por fin a jarras y vasijas.

Manolo Díaz Olalla


Nota del Autor.-  Para saber más cosas de la pez, su elaboración  y sus usos, y para conocer más de la fabricación de botas y pellejos consultar: (1) de Ignacio Sanz, el artículo “Pegueras para la obtención de la pez en la provincia de Segovia”  publicado en 1992 en la Revista de Folklore, número 142, y accesible por internet a través de la página de la Fundación Joaquín Díaz; y (2) de Antxón Aguirre Sorondo, el trabajo titulado “La bota paso a paso” publicado en 2002 en la página web Euskonews Media. (3) También oír el cuento titulado “El hombre de pez” del disco  “25 cuentos tradicionales”, de Joaquín Díaz, editado por Movieplay.


(Publicado en la revista Amigos de Hacinas, nº 147, primer trimestre de 2015)