miércoles, 29 de diciembre de 2021

Lechales 41ª: un paseo inolvidable por la Comarca del Arlanza (de la famosa serie "Crónica de lechales")

 


Foto oficial "Lechales 41"




Se celebró este año, los días 29 y 30 de octubre, la reunión 41ª de “Los lechales”, famosa agrupación gastronómico-musical de mozos mayores de Hacinas, que se realiza cada año ininterrumpidamente desde 1980, con excepción del 2020, en que tuvo que postponerse hasta este año por razones de fuerza mayor y de salud pública, léase: la pandemia de COVID-19.

Pero este año sí, este, y para acabar con el mito de que los miembros de esta cuadrilla estamos “sueltos y sin vacunar”, nos agrupamos todos desde temprano en el royo, tan majos, con el carné de inmunización en una mano (solo se dejó subir al autobús al que acreditaba dos dosis) y la caja de FFP2 en la otra (¡cómo cambian los tiempos!), dispuestos a pasar una jornada de confraternización por la Comarca del Arlanza, en la región occidental de la provincia de Burgos, en concreto por los pueblos de Santa María del Campo, Mahamud y sus alrededores. PCR de las últimas 72 horas no pidieron y se agradece, porque el que tuvo dificultades para salir ya venía llorado de casa y los demás, a pesar de la edad provecta o precisamente por ello, ponemos el máximo interés en reducir al máximo las exposiciones que entrañan peligro, y esto sirve tanto para la prevención de la infección por el conocido coronavirus como para todo lo demás.

El caso es que, entre saludos y repaso al anecdotario común y colectivo, pasó la primera parte de la mañana como un suspiro y cuando nos dimos cuenta estábamos a las puertas de la colosal Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de la primera de las localidades citadas, soberbio templo del gótico burgalés cuya colegiata corona una torre que fue reconocida por el historiador y arquitecto Chueca Goitia como la más bella y monumental de todo el Renacimiento español. La Iglesia, además, muy necesitada de recursos para su conservación, reúne una importantísima colección de obras de arte, motivos más que sobrados para ser visitada y admirada por los lectores de esta revista que no la conozcan, a los que se anima a hacerlo. Se avisa, no obstante, de que no será fácil que cuenten con los conductores de lujo que nos atendieron: la guía turística de Santa María y el alcalde de la localidad. Y es que “Los lechales” son leyenda y por donde van despiertan curiosidad, primero, admiración luego, en ocasiones deseos de que se tomen algo y, cuanto antes, las Villadiego.  

No fueron las de esa bonita localidad al norte las que tomamos, sino las del más cercano municipio de Mahamud, a escape, espoleados por la lluvia, donde fuimos a caer, no por casualidad, no, que estaba preparado, en el gran viñedo que nutre las bodegas Buezo, en cuyas modernas instalaciones nos dieron una lección magistral sobre la elaboración de los vinos D.O Arlanza. Nada que no sepa cualquier afamado mozo hacinense, como tuvimos tiempo de demostrar con nuestras atinadas y expertas preguntas, y tanto la visita, como la cata posterior y la comida frente al extraordinario viñedo fueron gratas, instructivas y reconfortantes.

Foto oficial después en el exterior de la bodega, este año dos, paisaje solo y paisaje más paisanaje, para que el lector o lectora escoja la que más le guste. Recomendamos la primera: el otoño tenía la viña pintada de lujo, ya ven, y el cielo encapotado puso eso que llaman “un marco incomparable” para admiración de todos y jactancia de fotógrafos aficionados. Por lo demás, qué decir de “los chavales” que aparecen en la otra, que seguimos al pie del cañón y con más ganas que nunca, pero el tiempo no pasa en balde y han sido dos años muy duros desde la reunión vizcaína del 19.

A Mahamud llegamos después, bonito pueblo de reminiscencias árabes, no solo en el nombre sino también en la historia y que, como el nuestro, posee un royo de justicia, aunque este delante de la impresionante Iglesia de San Miguel. En la pintoresca localidad, cuya visita recomendamos a los lectores, paseamos y echamos las partidas de mus. Anochecido ya, contentos e inspirados iniciamos la vuelta con parada obligada en Castrovido, para deleitarnos con una cena sin sobresaltos y, a diferencia de lo ocurrido durante la rica comida, sin necesidad de explicación alguna. Terminó la velada con el tradicional recital de la música de siempre, que disfrutamos mucho, y que también sirvió para demostrarnos que lo de contentos, pase, pero de inspirados teníamos más bien poco.

Al gintonis del bar de la Plaza, en Hacinas, llegamos pocos y con menos ganas de continuar la fiesta, con lo que se demuestra que lo de los años que se comentó antes no era broma, pero que para la 42ª reunión estamos dispuestos a cargar pilas e insuflarnos ánimos renovados. Porque quedan muchas más y muchos deseos de seguir esta fabulosa saga, si no nos parte un rayo y la pandemia no lo impide.

En fin, amigos y amigas, otra reunión fantástica, de esas que no se olvidan. Seguimos en la brecha.

 

 

Manolo Díaz Olalla

En Madrid, el día de Santa Lucía de 2021

Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", nº 45, 4º trimestre de 2021 



 

 

viernes, 1 de octubre de 2021

Referentes

 Aún recuerdo cómo mi padre, en sus últimos años, vivía con profunda tristeza y abatimiento el fallecimiento de algún amigo o compañero. Mezclado con la desolación dejaba entrever ese regusto amargo de la orfandad, esa desazón del que siente que se está quedando solo, de quien, sin quererlo, se da cuenta de que está en plena primera línea de fuego.

Salíamos los sábados de paseo antes de comer y, de vuelta a casa, entrábamos en el bar de al lado a tomar el aperitivo. Bares, qué lugares tan gratos para conversar, por lo que, para darle la razón a Jaime Urrutia y a los de Caligari hacíamos un rápido resumen de la semana. Cualquier tema en su compañía resultaba entretenido, pero a veces, en lugar de noticias intrascendentes o episodios conocidos y comentados, generalmente jocosos y festivos, la conversación se tornaba grave.

-          ¿Sabes que ha muerto mi amigo Santiago?

-          ¡Santiago! No me digas…. ¿Cuántos años tenía?

-          Los mimos que yo.

Y ahí es cuando se ponía serio y entraba en una profunda melancolía. Para aligerar el trago amargo, nunca mejor dicho, le acercaba el vaso y dejaba que paladease su contenido. Me miraba sorprendido y me decía:

- ¡Caramba, vermú!  No te exagero si te digo que hacía más de 5 años que no lo probaba.

Lo cierto es que la cuestión se complicó cuando el mismo esquema y la misma conversación empezaron a repetirse todos los sábados. Todos llegaban con la noticia de algún amigo desaparecido y en todos afirmaba con rotunda convicción que no había degustado en el último quinquenio ese delicioso vino blanco aromatizado que inventaron los italianos para solaz de todos y para señalar con su nombre el baile matinal de después de misa, que tomaba con deleite del vaso que le acercaba.

Andaba mi padre por entonces próximo a los 90 años y, con bastantes menos, todo hay que decirlo, últimamente siento cierta similar inquietud agravada por el hecho de que quienes se han ido en un escaso y reciente espacio de tiempo son, más que amigos o compañeros, referentes de mi vida. Personas que han significado mucho para mí, con las que he compartido momentos inolvidables, alegrías infinitas, tristezas pasajeras, éxitos rotundos, algún fracasillo o decepción insignificante, si fueron más profundos ya lo olvidé, en fin, pedazos de la vida o, al menos, de lo que recuerdo de ella.

Seguro que saben de qué clase de personas les hablo, seres muy próximos, insustituibles, que han formado parte de nuestra vida y nosotros de la suya, tanto que nos resulta difícil recordar lo que fuimos y vivimos sin que aparezcan por algún lado, sin distinguir su presencia constante. Se han llevado nuestros secretos, si los hubo, algunas confidencias y esa complicidad que no exigía concertación previa porque nos conocíamos tanto y nos entendíamos tan a la perfección que bastaba con una sola mirada para saberlo todo. Hay que reconocer y asumir que eso y mucho más se ha ido para siempre. No crean que exagero si les digo que se marcharon con una parte importante de nosotros porque hay asuntos de nuestra propia existencia que solo los recodaban ellos, ni siquiera nosotros estamos seguros de cómo fueron o de si pasaron en realidad.

Llega la desmemoria precoz de la que alguna vez les hablé, no por el envejecimiento y el deterioro cognitivo, sino anticipada por la ausencia de nuestros referentes. Parte de nuestro disco duro, de nuestra memoria, lo que nos define e identifica, desparece de un plumazo con la persona querida, con el amigo o el compañero que junto con sus secretos se largó con los nuestros.

Es verdad que cuando se va alguien que nos quiere, morimos un poco también y es justo agradecer no solo haberles conocido, sino que nos permitieran formar parte de sus vidas y del inmenso caudal de sus familias y sus amistades. Se van nuestros referentes y no hay que olvidar que muchas de las ventanas que nos han permitido conocer el mundo nos las abrieron ellos.

Recuerdo los últimos años de mi padre y lo triste que le resultaba cada despedida. En esos años postreros de su existencia sufría por la soledad que le asaltaba, pero a veces tenemos que llorar también porque más temprano que tarde, injustamente, inesperadamente, se van nuestros referentes, gente querida y admirada, personas tan próximas que con ellos nos vamos un poco nosotros también.

Los referentes muchas veces ni se conocen entre ellos o se cruzan en el curso de nuestra existencia de forma circunstancial. A pesar de ello con frecuencia coinciden en sus diagnósticos: “Tienes una buena conexión entre el corazón y el lápiz”. Quizás nunca imaginaron que esa cualidad, si es que existe, me iba a servir algún día para escribir una nota sentida y triste de despedida como esta. Si por mí fuera, a partir de hoy dejaría de escribirlas para siempre.

 

Manolo Díaz Olalla

 27 de septiembre de 2021, publicado en la Revista Amigos de Hacinas nº173, 3er trimestre 2021


A la memoria de Lázaro Díaz y Pilar Estébanez, amigos, compañeros y, sobre todo, referentes de mi vida, que se han ido en las últimas semanas.

 




jueves, 15 de julio de 2021

Carta a la Directora de la Revista "Amigos de Hacinas"


Estimada directora,

Aunque el número actual de la revista habrá recogido el singular acontecimiento al que, con tu permiso, quiero referirme brevemente, quisiera aprovechar la publicación de un nuevo número de la Revista de “Amigos de Hacinas”, siempre un gran acontecimiento para los hacinenses de acá y de allí, para señalar la importancia de la presentación durante el mes de junio del Blog “Las Rutas de Julio”, en el lenguaje moderno que se habla ahora www.ventederuta.com, del que es autor nuestro paisano, amigo y compañero, el lechal Julio Cámara.

Se trata de un trabajo ímprobo, realizado con la meticulosidad y el detalle que siempre imprime a las cosas que hace, de gran utilidad, en el que ha invertido mucho tiempo y, lo que es más importante, mucha ilusión. Solo los visionarios pueden crear recursos de utilidad para todos a partir de actividades habituales o aficiones personales, aunque compartidas por muchos. Para llevarlos a cabo se necesita, además, grandes dosis de paciencia, de interés por el proyecto y, sobre todo, de sentido de la solidaridad para compartir, no ya lo que nos sobra o ha dejado de interesarnos, sino lo que más queremos.

Es un trabajo de gran proyección que no dudo incrementará el interés por nuestra tierra de gentes lejanas, viajeros curiosos y turistas de todas clases, además de mejorar el conocimiento que nosotros mismos tenemos de la riqueza natural, paisajística, arqueológica e histórica de nuestro entorno.

En fin, una gran obra por la que quiero agradecer a Julio su esfuerzo y manifestarle mi enhorabuena más efusiva. Un ejemplo para todos. No suelo ser muy imparcial con mis amigos ni, en general, con los que quiero, sobre todo si, como en este caso, son como hermanos para mí. Pero los hechos son incontestables, la calidad es la calidad y siento admiración por el trabajo bien hecho.

Y a ti, directora, gracias por mantener la Revista en este nivel tan alto, por el esfuerzo que hacéis todos los que la sacáis adelante cada trimestre y por crear espacios para comunicarnos y poder expresar nuestros sentimientos.

Recibe un abrazo,

Manolo Díaz Olalla

Julio de 2021

La siesta

"La siesta", Vincent Van Gogh. Copyright: © Photo RMN – Hervé Lewandowski

Un gran invento, dicen, made in Spain, remarcan, eso de la siesta en toda época, pero especialmente la estival, una pausa necesaria, un reposo revitalizante, un regalo para el cuerpo y la mente. Nadie discute ya el beneficio que supone para nuestro sistema cardiovascular e, incluso, los hay que aseguran que el récord en esperanza de vida del que podemos presumir los españoles es fruto no tanto de las bondades de la dieta mediterránea y del excelente sistema sanitario del que disfrutamos, maltratado por quienes deberían cuidarlo y cuyas costuras saltaron por los aires ante las acometidas de la pandemia, sino del efecto bálsamo   que ese corto pero merecido descanso produce en nosotros.

La siesta es un placer adulto, no lo duden. Recuerdo que mi padre nunca renunció a ella ni cuando teníamos visita en casa, lo que provocaba las excusas algo fingidas de mi madre, pues todos sabíamos que en el fondo agradecía ese rato de charla distendida lejos de su desbordante presencia. Pero para los niños y zangolotinos que poblábamos las calles de Hacinas en los veranos de aquellos años que tanto recuerdo, la siesta obligada era como un castigo inmerecido, una sanción que te separaba de amigos y aventuras gran parte de la tarde, mientras los mayores descansaban y tú te morías de aburrimiento encerrado en casa y mirando por la ventana la calle tan vacía como apetecible para un mocoso ávido de experiencias.

-          Hala, échate un rato hasta que baje el calor y no marees más.

La abuela se transponía a ratos en su sillón, aunque lo negaba tajantemente y el imberbe se rebelaba. ¿Y qué si hacía calor? Eso era lo de menos. ¿Acaso no había sombras donde cobijarse? La de detrás del castillo, por ejemplo, que era mucho buena y que, además, quedaba lejos de miradas indiscretas, lo que era excelente si el sopor te animaba a encender un cigarrito y observar la era del Señor Pedro a través del humo del mencey que se cayó de alguna cajetilla descuidada por su dueño. Siesta, decían, ¡pues no faltaba más! ¡Qué pérdida de tiempo! En fin, no costó mucho descubrir para qué servían las gateras de las puertas de las casas que no tenían gato. Sobre todo, si el gurriato era pequeño y el orificio grande. Hace gracia escuchar ahora a líderes de opinión o a dirigentes políticos cuando para relatar lo difícil que fue una negociación y contarnos todas las cosas a las que hubo que renunciar afirman que “se dejaron pelos en la gatera”. Los oyes y tienes que preguntarte: ¿sabrán de verdad qué es una gatera?, ¿habrán visto alguna en su vida? o, lo que es más importante, ¿se habrán escapado alguna vez de casa de su abuela a través de una de ellas?

Sin duda no, pero en aquellas calcinantes tardes de verano nos hicimos unos expertos en salir de casa sin ser vistos ni oídos, y depuramos tanto esa técnica de abrir cuarterón, correr tranca y dejar un resquicio en la puerta suficiente para que esos magros cuerpecitos se escaparan sin ser sentidos, que más de una vez pensaron de verdad que huíamos por donde debieran salir, o entrar, los gatos de la casa.  

Tiempos, siestas y periodos preventivos de reposo. Y ninguno peor que los que te obligaban a guardar con la excusa de evitar un corte de digestión, cuando andabas de excursión por algún río o piscina. Era algo así como una tortura cuyos motivos resultaban incomprensibles para el niño o la niña recién comido y deseoso de lanzarse al agua para continuar la húmeda fiesta del día.

-          Ni hablar del peluquín, ahora hay que esperar tres horas de digestión antes de volver al agua. Túmbate en aquella hamaca, o en la manta con Julio y Jesús, y haz un rato de siesta.

Mi padre y, en ocasiones, mi tío Caprasio, eran inflexibles con eso. Y tú mirabas deseoso aquéllas heladas aguas de la piscina de Hontoria o de la monumental de Navaleno, que era olímpica, del río Arlanza o del Pedroso, tan cercanas y refrescantes, que renegabas de las medidas profilácticas pautadas y, observando como otros niños se bañaban casi con el último bocado sin deglutir, o después de observar solo dos horas de cuarentena sin que les pasara nada, no te quedaba más solución que exigir algunas explicaciones.

Y entonces era cuando se reían de las cosas que tenía el mostrenco, te contaban el fundamento de la hidrocución y te desvelaban el misterio fisiológico de la sangre atrapada en el tubo digestivo durante la digestión, dejando sin atender algunas funciones muy importantes, como la del calentarnos cuando la piel se pone en contacto con un elemento frío, como el agua, en especial si esta era de la piscina de la Yecla, puro hielo recién derretido de algún nevero permanente de aquellas cumbres cercanas. Y por mucho que te advertían de que eso podría acabar en un colapso y hasta en el ahogamiento del bañista imprudente, tú seguías renuente.  Ante tus dudas, reparos y protestas por lo prolongado de la espera (“con dos horas vale”, aducías a la desesperada) siempre añadían al argumentario lo de que se debía incluir un extra de precaución si el menú había sido a base de ensaladilla y filetes empanados, o sea, lo que mi madre casi siempre incluía en el pack de excursión, que depositaba con amor en la neverita portátil junto a la botella de orangina y el melón.

Parecerá una tontería, pero esas discusiones de las tardes estivales me hicieron entender y, hasta asumir sin plantear muchas discrepancias, las decisiones de la autoridad sanitaria, que luego con los años me ha servido mucho, en especial en época de pandemias. Y todo ello a pesar de que aquellas siestas preventivas obligatorias se situaban para nosotros en el ámbito de lo incompresible y lo injusto, aunque los chapuzones posteriores, que nos dábamos con tantas ganas, borraran en un instante las incomodidades de la espera.

Vivimos infancias en que las siestas reparadoras y relajantes eran como castigos y las explicaciones fisiológicas nos sonaban a música celestial que era mejor no escuchar. Los adultos que somos, más que adultos en muchos casos, sabemos disfrutar ahora de una buena siesta, abandonados en brazos de Morfeo al sopor y a la ensoñación en algún rincón fresco de la casa, mientras en la calle se derriten los sueños y las aventuras que, no me pregunten por qué, hace tiempo han dejado de tener interés para nosotros. 

 

Manolo Díaz Olalla

Madrid, el día de mi cumpleaños de 2021

Publicada en la Revista de la Asociación Amigos de Hacinas, II trimestre de 2021

domingo, 4 de abril de 2021

Érase una vez



Amaneció este 13 de diciembre, día de Santa Lucía, soleado, frío y con restricciones perimetrales a la movilidad en muchos municipios y comunidades autónomas de España. Recordé otros tiempos en que este día, siempre en la distancia, se celebraba en casa con mucho cariño y nunca faltaban una comida especial, algunos ayes nostálgicos de mi madre y una llamada telefónica a la abuela:

- Cuídese madre, no coja frío, háganse compañía Julianita y usted y escriba cada vez que pueda.

- Que sí hija, marcho a escape, que ya han dado las largas, no te preocupes y cuelga ya, que es conferencia. 

Quienes nunca pasamos un día de Santa Lucía de los “oficiales”, de los que se celebran cuando toca según manda el santoral, siempre tuvimos esa festividad invernal alternativa como una especie de enigma indescifrable más. Y no sería porque los amigos que en Hacinas la pasaban no daban toda la información que se les requería, hasta con pelos y señales si venía al caso (horarios, actividades, afluencia de público), pero a pesar de ello no dejaba de ser algo incomprensible para quienes los disfrutábamos, es un decir, del lado de acá: un día de la patrona sin romería y, lo que era más grave, sin nuestra propia y, pensábamos, ilusos de nosotros, fundamental presencia. 

Aún sin conocer detalles no dudo que este año las cosas hayan sido muy diferentes a jornadas festivas anteriores. Como dijimos en una ocasión, esta pandemia que nos arrasa nos ha descubierto una verdad que no queríamos ver: somos completamente vulnerables y de esta solo podremos salir si lo hacemos todos juntos. Los acontecimientos se suceden tan deprisa y nos arrojan a la cara, un día sí y otro también, informaciones tan distintas y aún contradictorias respecto a las anteriores que, de repente, hemos descubierto lo peligroso que puede resultar el aire que respiramos cuando lo ponemos en común en un espacio cerrado. Y este hallazgo, no cabe duda, va a producir un cambio radical en nuestra forma de comportarnos y relacionarnos, al menos mientras la COVID-19 continúe llenando hospitales, UCI's y, por desgracia, cementerios del mundo entero. 

Es muy posible que si las vacunas resultan eficaces, lo que deseamos con todas nuestras fuerzas, y esta terrible infección pasa a ser un mal recuerdo, olvidemos pronto lo aprendido y la vida, y los días de Santa Lucía, los de septiembre y los de diciembre, sean como antes, pero pasará mucho tiempo hasta que eso vuelva a ser así. La descarnada realidad que nos ha trasladado este virus es que una infección que se transmite de forma simple y sencilla, tanto como lo es el hecho de compartir el aire que exhalamos, puede ser fatal para muchos, de la misma forma que, en su momento, el HIV/SIDA llenó de inquietud al mundo entero al comprender que una relación sexual sin protección puede resultar mortal, como lo fue y aún lo es para millones de personas en todo el orbe.

Andaba yo con estas y otras disquisiciones parecidas cuando sonó en mi vitrola particular aquella maravilla de canción de Serrat, en catalán, que es como mejor ha compuesto siempre el Joan Manuel, llamada Temps era temps (algo así como “érase una vez”) y me dejé llevar por esos versos que canta: “Eran tiempos que más que buenos o malos, eran los míos y han sido únicos”. 

Únicos, sin duda, fueron. Como únicos serán los que nos quedan por vivir. Esperemos que, aunque como dice esa canción “Temprano y mal lo supimos todo: quiénes eran los reyes, de dónde vienen los niños y qué come el lobo”, esta vez aprendamos bien las cosas y no las olvidemos, seamos más conscientes del riesgo que corremos y del valor que nuestra actitud y la de los demás tiene en la vida de todos, de la inmensa riqueza que significan unos buenos servicios públicos que protejan a todos y todas y que, cuando por fin podamos llevar una vida lo más parecida a la que antes teníamos, lo hagamos sin dejar a nadie atrás. Porque solo estaremos a salvo cuando estemos todos a salvo.


Manolo Díaz Olalla
Día de Santa Lucía de 2020
Publicado en la Revista Amigos de Hacinas, primer trimestre de 2021



jueves, 1 de abril de 2021

La revista

 



Leo y releo el último número de la revista “Amigos de Hacinas”, el 170, y vuelvo a reconocer en ella el enorme efecto aglutinador que lleva desarrollando desde hace más de 40 años. Mientras la deshojo cual margarita perenne esperada durante meses, recuerdo a mi madre, y a otros muchos hacinenses de la diáspora interior, y la emoción tan grande que sentía cuando el cartero llegaba con ella, glorioso momento en que, abandonando cualquier tarea que estuviera realizando, algo impensable en ella excepto por motivos de fuerza mayor como este, se la bebía entera, primero a grandes tragos y, después, con más sosiego y en los días sucesivos, sorbo a sorbo, deleitándose con cada uno. Sin duda, una de las grandes virtudes de este medio puesto en marcha por iniciativa de algunas mentes preclaras, ha sido la de asegurarnos la participación y la de permitirnos a todos y todas mantener las señas de identidad que tanto nos unen como pueblo y como comunidad dispersa. Estas cualidades son sobre las que con más seguridad se asienta esa capacidad de supervivencia que ha demostrado a lo largo de tantos años, incluso por encima de su función informativa, una de sus aportaciones más notables.

Una cascada de sentimientos encontrados se desata cuando la abro. Me emociono con las palabras que nuestra prima Felisa dedica a su amado y, tristemente, ausente David, que con tanta fuerza transitan de su corazón hasta su pluma, como todo lo que escribe, para después entristecerme con la noticia de la partida de Lucinio Gómez, el insustituible e inolvidable secretario de Hacinas, a cuya familia mando un abrazo desde aquí y entre cuyos miembros cuento con queridos amigos, para pasar después de la perplejidad a la incredulidad cuando, al dar la vuelta a otra página, me descubro en una foto de hace, digamos, muchos años, en compañía del también inolvidable Severiano de Juan. La mente empieza a rebuscar en ese baúl hecho de neuronas y conexiones sinápticas del que tanto les hablo y es entonces cuando recuerdo con nitidez aquella entrevista, que no fue otra cosa que una conversación grata y distendida con una persona excepcional y de cuya visión del mundo y de la vida tanto aprendimos esa tarde y otras tardes que vinieron después. Y es que, como se imaginan, no todo lo que hablamos fuera, como se dice ahora, “políticamente correcto”, aunque estuviera cargado de razones y argumentos irrebatibles. La contemplación de esa fotografía, una sorpresa más que trae esa revista, con mi ensayada pose a lo Lalo Azcona(*) y con esa mata de pelo que hoy es solo un bonito recuerdo, me hace recordar lo que dice un buen amigo de que envejecer es admitir que el pelo se caiga de donde no se tiene que caer y salga donde no tiene que salir; sobre la primera de estas predicciones no tengo nada que añadir ya que comparando aquella instantánea con mi versión actual salta a la vista lo acertado de la misma, pero sobre la segunda prefiero guardar un discreto silencio, si me lo permiten.

El autor, con la mata que se cita. Hace tiempo

Y así, entre sobresaltos y emociones llego a la información sobre la actualidad municipal y descubro una noticia que me gustaría comentar: se decide dedicar lo recaudado con las sanciones por incumplimientos de las medidas preventivas para la COVID-19 ocurridas en el verano (uso de mascarilla, distancia social, etc) a la Residencia de Mayores Santa María, de Salas, donde viven algunas personas de nuestro pueblo. Sabia decisión, creo yo, que nos introduce en el mundo de lo que podemos llamar “el destino finalista de los fondos” y que, en este caso, surge de una relación causa-efecto que no tiene discusión: el deficiente control de la infección que acarrea la baja observación de las medidas preventivas de demostrada eficacia provoca sus peores efectos en las personas mayores y, en especial y según lo observado, en las institucionalizadas. Hay antecedentes de este tipo de actuación y, como se imaginan, no siempre exentos de polémica, como, por ejemplo, aquél famoso “céntimo sanitario”, eufemismo con que se denominaba a la política de gravar con esa minúscula cantidad el precio de cada litro de gasolina, ya que la contaminación que los vehículos producen genera muchas enfermedades que sobrecargan e incrementan el gasto del sistema sanitario, que es a donde se dirigen esos fondos extraordinarios. ¡Qué bien pensado! que diría P. Tinto, siempre que, de verdad, fueran fondos adicionales y el sistema sanitario, una de las piezas fundamentales de nuestro Estado del Bienestar, estuviera bien y suficientemente financiado por fondos públicos, lo mismo que las residencias de mayores, independientemente de que quien deba recibir la atención correspondiente sea un mayor o un enfisematoso y que cada cual aporte lo que le corresponda según sus posibilidades, conduzca vehículos o sea peatón raso.  

Una polémica planteada en el Reino Unido hace años supuso otra vuelta de tuerca sobre este mismo procedimiento, aunque con algunos matices. Se anunció que se sacaría de la lista de espera de cirugía coronaria a aquellos pacientes que siguieran fumando tras detectárseles el problema que les señalaba la puerta del quirófano. Tiene su lógica, no lo negaremos, en este caso justificada además por la eficacia del tratamiento, ya que en los fumadores persistentes la solución tiene un efecto limitado. Como ocurre en la fontanería en que estos procedimientos se sustentan, hay que decir que se taponan con rapidez los vasos desobstruidos en quienes continúan con esa adicción y que en este caso la decisión tiene difíciles aristas que sortear desde el punto de vista ético. Porque ¿quién se puede arrogar la autoridad de negar a alguien una solución que le puede salvar la vida, por mucho que no quiera o no pueda cumplir las condiciones que garantizan un éxito duradero del remedio? 

Somos conscientes de que hay un trasfondo de búsqueda de la equidad en ambas decisiones, la de las sanciones veraniegas por proteger a los más perjudicados por una conducta que tiene poco en cuenta a los más vulnerables y la del National Health Service británico por priorizar el tratamiento de quienes esperan una solución desde hace mucho tiempo a la vez que aseguran mejor el éxito de la misma con su comportamiento, pero, cuidado, si nos volvemos estrictos con estas estrategias dentro de nada, querido lector, le pueden negar la receta del medicamento para el colesterol si continúa con ese feo vicio de comer chorizo o, a los que componemos la cuadrilla de los lechales, sin ir más lejos, expulsarnos de la consulta de nutrición donde nos ponen la dieta de adelgazamiento si persistimos en nuestras reuniones, en las que se consumen manjares hipercalóricos en demasía, a pesar de que dichos encuentros, de los que ustedes tendrán noticias, sean anuales exceptuando los años pandémicos.

El destino finalista de los recursos está muy bien y las estrategias disuasorias de los hábitos poco saludables también, porque estimulan la equidad y señalan dónde están los problemas, siempre que la atención que cada cual necesite en cada momento esté debidamente financiada con el esfuerzo de todos según las posibilidades de cada uno. Y, mientras concluyo estas disquisiciones, llego a la ultima página del número 170 de la revista y reconozco que, como siempre, ha cumplido con creces las expectativas que, cuando la saqué del sobre, había depositado en ella: me ha dado una buena ración de información, emoción, sorpresa, recuerdos de quienes somos y de cómo fuimos, tristeza por los que se han ido y alegría por los que llegan, reflexión y sonrisas, además de fomentar mis deseos de seguir participando y mis sentimientos de pertenencia a este pueblo que somos.

Enhorabuena a los que tuvieron la genialidad de poner todo esto en marcha en 1980 y a los que durante todos estos lustros han conseguido mantener viva esta llama.

 

Manolo Díaz Olalla

21 de marzo de 2021. Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", nº 171, primer trimestre de 2021

 

(*) Nota del autor. - Para los muy jóvenes o los desmemoriados copio a continuación lo que sobre este personaje dice la Wikipedia: “Ladislao de Arriba Azcona, conocido como Lalo Azcona (Oviedo, 20 de junio de 1951), es un periodista y empresario español que se hizo famoso cuando, en el verano de 1976, se le encargó la edición y presentación de la primera edición del Telediario de TVE, puesto que ocupó hasta finales de 1977. Su juventud, su peculiar y cercana forma de dar las noticias y su imagen (sic) lo convirtieron en un rostro extremadamente popular en la época”.

El susodicho Lalo Azcona. También hace mucho tiempo