Amaneció este 13 de diciembre, día de Santa Lucía, soleado, frío y con restricciones perimetrales a la movilidad en muchos municipios y comunidades autónomas de España. Recordé otros tiempos en que este día, siempre en la distancia, se celebraba en casa con mucho cariño y nunca faltaban una comida especial, algunos ayes nostálgicos de mi madre y una llamada telefónica a la abuela:
- Cuídese madre, no coja frío, háganse compañía Julianita y usted y escriba cada vez que pueda.
- Que sí hija, marcho a escape, que ya han dado las largas, no te preocupes y cuelga ya, que es conferencia.
Quienes nunca pasamos un día de Santa Lucía de los “oficiales”, de los que se celebran cuando toca según manda el santoral, siempre tuvimos esa festividad invernal alternativa como una especie de enigma indescifrable más. Y no sería porque los amigos que en Hacinas la pasaban no daban toda la información que se les requería, hasta con pelos y señales si venía al caso (horarios, actividades, afluencia de público), pero a pesar de ello no dejaba de ser algo incomprensible para quienes los disfrutábamos, es un decir, del lado de acá: un día de la patrona sin romería y, lo que era más grave, sin nuestra propia y, pensábamos, ilusos de nosotros, fundamental presencia.
Aún sin conocer detalles no dudo que este año las cosas hayan sido muy diferentes a jornadas festivas anteriores. Como dijimos en una ocasión, esta pandemia que nos arrasa nos ha descubierto una verdad que no queríamos ver: somos completamente vulnerables y de esta solo podremos salir si lo hacemos todos juntos. Los acontecimientos se suceden tan deprisa y nos arrojan a la cara, un día sí y otro también, informaciones tan distintas y aún contradictorias respecto a las anteriores que, de repente, hemos descubierto lo peligroso que puede resultar el aire que respiramos cuando lo ponemos en común en un espacio cerrado. Y este hallazgo, no cabe duda, va a producir un cambio radical en nuestra forma de comportarnos y relacionarnos, al menos mientras la COVID-19 continúe llenando hospitales, UCI's y, por desgracia, cementerios del mundo entero.
Es muy posible que si las vacunas resultan eficaces, lo que deseamos con todas nuestras fuerzas, y esta terrible infección pasa a ser un mal recuerdo, olvidemos pronto lo aprendido y la vida, y los días de Santa Lucía, los de septiembre y los de diciembre, sean como antes, pero pasará mucho tiempo hasta que eso vuelva a ser así. La descarnada realidad que nos ha trasladado este virus es que una infección que se transmite de forma simple y sencilla, tanto como lo es el hecho de compartir el aire que exhalamos, puede ser fatal para muchos, de la misma forma que, en su momento, el HIV/SIDA llenó de inquietud al mundo entero al comprender que una relación sexual sin protección puede resultar mortal, como lo fue y aún lo es para millones de personas en todo el orbe.
Andaba yo con estas y otras disquisiciones parecidas cuando sonó en mi vitrola particular aquella maravilla de canción de Serrat, en catalán, que es como mejor ha compuesto siempre el Joan Manuel, llamada Temps era temps (algo así como “érase una vez”) y me dejé llevar por esos versos que canta: “Eran tiempos que más que buenos o malos, eran los míos y han sido únicos”.
Únicos, sin duda, fueron. Como únicos serán los que nos quedan por vivir. Esperemos que, aunque como dice esa canción “Temprano y mal lo supimos todo: quiénes eran los reyes, de dónde vienen los niños y qué come el lobo”, esta vez aprendamos bien las cosas y no las olvidemos, seamos más conscientes del riesgo que corremos y del valor que nuestra actitud y la de los demás tiene en la vida de todos, de la inmensa riqueza que significan unos buenos servicios públicos que protejan a todos y todas y que, cuando por fin podamos llevar una vida lo más parecida a la que antes teníamos, lo hagamos sin dejar a nadie atrás. Porque solo estaremos a salvo cuando estemos todos a salvo.
Día de Santa Lucía de 2020
Publicado en la Revista Amigos de Hacinas, primer trimestre de 2021
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