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Tomada de Xatakandroid.com |
Explica el genial escritor argentino Hernán Casciari que en
cierta ocasión se encontraba contándole a su hija el cuento de Hansel y Gretel
y, en lo más emocionante de la historia, justo en el momento en que los hermanitos
se pierden en el bosque, la niña le reventó el relato cuando, inocente e
incrédula, le interrumpió con esta pregunta: “¿Y por qué no hacen una llamada
por washapp a su papá?”.
Aunque quizás les extrañe lo que voy a escribir, creo que
hemos tenido suerte de haber transitado por nuestra infancia, adolescencia y
juventud sin conocer el teléfono móvil. No dudo que quizás descubran una gran
contradicción en ello, cansados de oírme mantener todo lo contrario si es que
leen estas modestas crónicas, pero todo tiene su explicación.
Una gran parte de las historias de nuestra vida, de las
importantes, de las que se pueden contar y también de las otras, de las que les
traigo aquí en ocasiones con el ánimo de desvelar quiénes fuimos y cómo era
Hacinas entonces, tienen como eje de la trama la distancia y la incomunicación.
Planteamiento, nudo y desenlace. Pongan un móvil en el bolsillo de aquellos
muchachitos y muchachitas que fuimos alguna vez y ninguna de esas historias
valdría un céntimo, ni las recordaríamos, ni merecería la pena contarlas. Ninguna
historia funcionaría porque no habría argumento. Da cierto vértigo pensar lo
insulsa de aquella existencia si la tecnología de la comunicación con su
telefonía de datos y sus terminales inteligentes hubieran llegado 20 años
antes. Veamos.
¿Qué hubiera sido de nosotros si Jesusín, que pasó temprano aquélla
tarde por los praos de Campo el Valle, hubiera puesto un
mensaje en el grupo de “Buscadores de hojas tiernas para los cochinos”,
diciéndonos que aquello estaba pelao
y que más valdría que nos fuéramos, con calderos y todo, hacia la parte de la
Hontana? Pues que esa tarde no hubiéramos dedicado el tiempo a hablar de música
y a tirar balones a puerta ante la escasez de follaje, por lo que el mundo
quizás hubiera perdido un músico de la categoría de Julito y un rematador a
puerta de los que no se olvidan, como fue un servidor, modestia aparte.
¿Qué les hubiera podido contar a ustedes de aquél mi primer
enamoramiento adolescente frustrado por incomparecencia, si aquella noche en
que andaba de sanquintines con mis
amigos, la maravillosa muchacha que tanto me gustaba me hubiese puesto un
mensaje en el móvil que dijera “¿Vienes o ké? Llevo + de 1 hora n’el baile
esperando. O llegas o m voy p casa”?
¡Qué poco hubiéramos disfrutado de la hazaña de aquél
muchachito que se bebió el agua de los renacuajos “sin tragarse ni uno”, como
dijo, “porque apreté bien los dientes”, como añadió, si en los días siguientes a los hechos le
hubiera pedido a su abuela que colgara fotos en el Instagram cada seis horas de
la conjuntiva y la lengua del depredador de especies y, si hubiera podido ser,
también de algunas caquitas de las que hacía la esgurriada criatura!
¿Qué tendríamos que contar a la concurrencia y a los
lectores de esta revista sobre aquélla tarde en que se desató tan terrible
tormenta que nos caló hasta los huesos y espanzurró
decenas de chopos a nuestro paso, si en vez de coger las bicis e irnos a
Silos nos hubiéramos quedado en casa porque el localizador GPS, los mensajes de
alerta meteorológica y la webcam del monasterio nos hubieran informado, dos
horas antes, de lo que se avecinaba?
¡Qué carentes de emoción hubieran sido aquellas tardes
jugando al “tres navíos” si, sin necesidad de patearnos el casco urbano, que
era lo propio y lo emocionante, y sin movernos del castillo hubiéramos
localizado a los escondidos en calle, calleja o casona activando la
geolocalización de sus móviles y situando sus coordenadas XY en el google-map!
“Ojo chavales, que Jesús va para allá”, y sin más, al punto
de recibir el SMS hubiéramos apagado nuestros menceys y enterrado las colillas, nos hubiéramos enjuagado la boca
con orangina y las manos con varondandy, hubiéramos desenfundado la
guitarra y nos hubiéramos hecho los sorprendidos cuando Jesús “El pollo”, en su
visita exploratoria y sospechando lo que era evidente, hubiera hecho acto de
presencia por detrás del castillo mientras, disimuladamente, seguíamos rasgando
inútilmente las cuerdas como quien busca la nota exacta. Ese placer
incomparable de experimentar lo prohibido sin saber si vas a ser descubierto no
existe cuando el buen amigo te avisa del peligro y, otra vez, la historia se
queda en el cajón de todo aquello que nunca fue interesante.
“Ven a la estación de Salas para que veas a la mismísima
Claudia Cardinale pasearse entre los vagones del tren de Soria”, no me pudo
contar en un audio mi amigo Fede aquélla mañana en que asistió, por casualidad,
a tan fabulosa aparición. Y si eso hubiera ocurrido se me habría desvanecido
ese mito erótico, que es lo que les pasa a todos los mitos cuando los ves, de
aquí a allí, al natural y en carne y hueso. Como nadie me pudo mandar ese audio
me pasé la mañana en la casa del cura probando el tocadiscos y aunque no vi a
la estrella en toda su apabullante corporalidad, me la he imaginado muchas
veces entre las vías y hoy tengo una historia que contarles, la de lo que pudo
haber sido y no fue.
Esas historias, las que no fueron, aunque podían haber sido,
siempre son mejores que las otras. En aquéllas la imaginación se hace la dueña,
en las otras la realidad tozuda y gris acaba con todo con demasiada frecuencia.
Hubo un tiempo anterior a la telefonía móvil, aunque muchos
no lo hayan conocido. Hoy en día se puede añadir a la pirámide de Maslow de
jerarquía de las necesidades humanas, dos nuevos elementos además del
reconocimiento, la seguridad, la afiliación, la autorrealización y la
filosofía: el wifi y el cargador del móvil. Pero los tiempos modernos y las
tecnologías “de doble punta”, que dice un buen amigo, dejan poco margen a la
sorpresa y a la incertidumbre, y la vida con ellas se vuelve insustancial y
monótona demasiadas veces. Todo lo arreglamos desde el sofá con el móvil en la
mano y creemos que vamos sobre seguro, pero no es así.
En Hacinas tenemos la ventaja de que la cobertura de
telefonía móvil no es buena. Aprovechemos esa circunstancia para vivir
historias de verdad, con sus desencuentros, sus imprecisiones, sus sorpresas y
sus soluciones en diferido.
Vivamos esa excitante experiencia y tendremos historias para
contar.
Manolo Díaz Olalla
(Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", número del tercer trimestre de 2019)