viernes, 27 de septiembre de 2019

Nuestra vida antes del móvil

Tomada de Xatakandroid.com 


Explica el genial escritor argentino Hernán Casciari que en cierta ocasión se encontraba contándole a su hija el cuento de Hansel y Gretel y, en lo más emocionante de la historia, justo en el momento en que los hermanitos se pierden en el bosque, la niña le reventó el relato cuando, inocente e incrédula, le interrumpió con esta pregunta: “¿Y por qué no hacen una llamada por washapp a su papá?”.
Aunque quizás les extrañe lo que voy a escribir, creo que hemos tenido suerte de haber transitado por nuestra infancia, adolescencia y juventud sin conocer el teléfono móvil. No dudo que quizás descubran una gran contradicción en ello, cansados de oírme mantener todo lo contrario si es que leen estas modestas crónicas, pero todo tiene su explicación.

Una gran parte de las historias de nuestra vida, de las importantes, de las que se pueden contar y también de las otras, de las que les traigo aquí en ocasiones con el ánimo de desvelar quiénes fuimos y cómo era Hacinas entonces, tienen como eje de la trama la distancia y la incomunicación. Planteamiento, nudo y desenlace. Pongan un móvil en el bolsillo de aquellos muchachitos y muchachitas que fuimos alguna vez y ninguna de esas historias valdría un céntimo, ni las recordaríamos, ni merecería la pena contarlas. Ninguna historia funcionaría porque no habría argumento. Da cierto vértigo pensar lo insulsa de aquella existencia si la tecnología de la comunicación con su telefonía de datos y sus terminales inteligentes hubieran llegado 20 años antes. Veamos.

¿Qué hubiera sido de nosotros si Jesusín, que pasó temprano aquélla tarde por los praos de Campo el Valle, hubiera puesto un mensaje en el grupo de “Buscadores de hojas tiernas para los cochinos”, diciéndonos que aquello estaba pelao y que más valdría que nos fuéramos, con calderos y todo, hacia la parte de la Hontana? Pues que esa tarde no hubiéramos dedicado el tiempo a hablar de música y a tirar balones a puerta ante la escasez de follaje, por lo que el mundo quizás hubiera perdido un músico de la categoría de Julito y un rematador a puerta de los que no se olvidan, como fue un servidor, modestia aparte.

¿Qué les hubiera podido contar a ustedes de aquél mi primer enamoramiento adolescente frustrado por incomparecencia, si aquella noche en que andaba de sanquintines con mis amigos, la maravillosa muchacha que tanto me gustaba me hubiese puesto un mensaje en el móvil que dijera “¿Vienes o ké? Llevo + de 1 hora n’el baile esperando. O llegas o m voy p casa”?

¡Qué poco hubiéramos disfrutado de la hazaña de aquél muchachito que se bebió el agua de los renacuajos “sin tragarse ni uno”, como dijo, “porque apreté bien los dientes”, como añadió,  si en los días siguientes a los hechos le hubiera pedido a su abuela que colgara fotos en el Instagram cada seis horas de la conjuntiva y la lengua del depredador de especies y, si hubiera podido ser, también de algunas caquitas de las que hacía la esgurriada criatura!

¿Qué tendríamos que contar a la concurrencia y a los lectores de esta revista sobre aquélla tarde en que se desató tan terrible tormenta que nos caló hasta los huesos y espanzurró decenas de chopos a nuestro paso, si en vez de coger las bicis e irnos a Silos nos hubiéramos quedado en casa porque el localizador GPS, los mensajes de alerta meteorológica y la webcam del monasterio nos hubieran informado, dos horas antes, de lo que se avecinaba?

¡Qué carentes de emoción hubieran sido aquellas tardes jugando al “tres navíos” si, sin necesidad de patearnos el casco urbano, que era lo propio y lo emocionante, y sin movernos del castillo hubiéramos localizado a los escondidos en calle, calleja o casona activando la geolocalización de sus móviles y situando sus coordenadas XY en el google-map!

“Ojo chavales, que Jesús va para allá”, y sin más, al punto de recibir el SMS hubiéramos apagado nuestros menceys y enterrado las colillas, nos hubiéramos enjuagado la boca con orangina y las manos con varondandy, hubiéramos desenfundado la guitarra y nos hubiéramos hecho los sorprendidos cuando Jesús “El pollo”, en su visita exploratoria y sospechando lo que era evidente, hubiera hecho acto de presencia por detrás del castillo mientras, disimuladamente, seguíamos rasgando inútilmente las cuerdas como quien busca la nota exacta. Ese placer incomparable de experimentar lo prohibido sin saber si vas a ser descubierto no existe cuando el buen amigo te avisa del peligro y, otra vez, la historia se queda en el cajón de todo aquello que nunca fue interesante.

“Ven a la estación de Salas para que veas a la mismísima Claudia Cardinale pasearse entre los vagones del tren de Soria”, no me pudo contar en un audio mi amigo Fede aquélla mañana en que asistió, por casualidad, a tan fabulosa aparición. Y si eso hubiera ocurrido se me habría desvanecido ese mito erótico, que es lo que les pasa a todos los mitos cuando los ves, de aquí a allí, al natural y en carne y hueso. Como nadie me pudo mandar ese audio me pasé la mañana en la casa del cura probando el tocadiscos y aunque no vi a la estrella en toda su apabullante corporalidad, me la he imaginado muchas veces entre las vías y hoy tengo una historia que contarles, la de lo que pudo haber sido y no fue.

Esas historias, las que no fueron, aunque podían haber sido, siempre son mejores que las otras. En aquéllas la imaginación se hace la dueña, en las otras la realidad tozuda y gris acaba con todo con demasiada frecuencia.

Hubo un tiempo anterior a la telefonía móvil, aunque muchos no lo hayan conocido. Hoy en día se puede añadir a la pirámide de Maslow de jerarquía de las necesidades humanas, dos nuevos elementos además del reconocimiento, la seguridad, la afiliación, la autorrealización y la filosofía: el wifi y el cargador del móvil. Pero los tiempos modernos y las tecnologías “de doble punta”, que dice un buen amigo, dejan poco margen a la sorpresa y a la incertidumbre, y la vida con ellas se vuelve insustancial y monótona demasiadas veces. Todo lo arreglamos desde el sofá con el móvil en la mano y creemos que vamos sobre seguro, pero no es así.

En Hacinas tenemos la ventaja de que la cobertura de telefonía móvil no es buena. Aprovechemos esa circunstancia para vivir historias de verdad, con sus desencuentros, sus imprecisiones, sus sorpresas y sus soluciones en diferido.

Vivamos esa excitante experiencia y tendremos historias para contar.

Manolo Díaz Olalla

(Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", número del tercer trimestre de 2019)