Contradiciendo las leyes básicas de la naturaleza y los
principios más elementales de la demografía, de los hermanos de mi madre se
fueron ellas y se quedaron ellos. Mi madre incluida. La norma universal es
aquélla que determina que nacen más
hombres que mujeres y que aquéllos van desapareciendo más y más pronto que
éstas de tal forma que las postreras etapas de la vida las alcanzan tres
mujeres por cada hombre. Es en esa edad en la que se experimenta tan descomunal
desequilibrio de sexos, sí, y no antes, por mucho que así lo pretenda cierta cultura
popular.
Bien, mi abuela Margarita, esa mujer irrepetible de la que
tanto les hablo en estas páginas y con la que aparezco fotografiado, yo un
gurriato, en un retrato magistral del que es autor Jesús Molinero y que cuelga
de una pared del Bar de La Plaza, y mi abuelo Ceferino tuvieron seis hijos.
Todas las mujeres, Victoria, Felipa,
Agustina y Casilda nos
abandonaron ya, alguna de forma muy temprana como mi tía Felipa, mientras que aún
tenemos la suerte de que nos acompañen los dos hombres, Leandro y Víctor,
situados curiosamente casi en ambos extremos de la lista. Nos acompañan, sí,
pero a su manera y en los últimos años, y como efecto de éstos, mostrando más
bien poco interés por lo que les rodea.
Al primero de ellos, Hermano de La Salle e insigne poeta, le
visito con cierta frecuencia en su retiro plácido de Griñón, en Madrid, por el
placer de pasar algunos ratos con él y por la cercanía. A mi tío Víctor, el más
joven de todos a sus 86 años, no tengo el gusto de verle con tanta asiduidad,
pues vive en Granada desde hace muchos años.
Siempre fue el que vivió más distante geográfica y anímicamente del
resto de la familia, aunque seguramente fuera el preferido de madre y hermanas,
como pasa siempre con los pequeños. Hombre culto e ilustrado, también excelente poeta y notable
filólogo, experto en la cultura y la lengua árabe, humanista y gran
conversador, aún recuerdo el enorme placer que se experimentaba al recorrer en
su compañía, hace años, los rincones de La Alhambra, un auténtico lujo de
visita en el transcurso de la cual era capaz de desvelarte, en cada rincón, una
sorprendente historia de califas y princesas, episodios insospechados, mitad
leyenda y mitad historia, que nunca relatan las guías de turismo.
A primeros de Septiembre, aprovechando una visita a la ciudad andaluza, me acerqué por sorpresa
a visitarle en su casa actual, la Residencia Ecoplar-La Salle. No le veía desde
Febrero de 2011 cuando le encontré en aquél mismo lugar. En aquella ocasión
tuvimos la suerte de que nos acompañara en el estupendo paseo que dimos por los
alrededores otro hacinense de pro, el Hermano Ponciano, que allí vivía y quien
poco después fallecería. Encontré en esta reciente visita a mi tío Víctor bien
de salud y muy relajado. Pero los años no pasan en balde, ni para ellos ni para
los demás y esta vez intenté que la sorpresa de mi inesperada aparición
provocara en él el resurgimiento de algunos recuerdos escondidos, contribuyendo de esa manera a superar el
vacío de la ausencia y la lejanía, pero fue en vano. Los recuerdos no querían
volver ni a base de sorpresas ni de novedades. Miraba con curiosidad lo que le
mostraba y atendía entre divertido y perplejo las cosas que le contaba de la
familia y de los conocidos. Los recuerdos, por ahí, en algún lugar recóndito
del corazón o del encéfalo, que tanto da, continuaban dormidos por la falta de
uso.
Tengo comprobado en distintos casos que he tratado con esta
terapia natural que voy a relatarles que cuando los acontecimientos del pasado,
aunque fueran del pasado reciente, tienden a borrarse con facilidad y cuesta
recuperarlos para traerlos al presente, sobre todo si quien los introdujo hacia
adentro, ensimismado en parcelas ignotas de la mente humana y perdiendo
conexión e interés por lo que les rodea, es de Hacinas, si eso sucede, el relato
de sucesos, personas, paisajes, lugares, hechos, acontecimientos y canciones
hacinenses se comporta como un poderoso estímulo a la hora de rescatar, de repente,
tanto el interés como el contenido de todo lo que estaba agazapado en algún
rincón del alma. Y así lo hice. Mientras paseábamos por la residencia y el estupendo
jardín que la rodea comencé a recitarle poesías suyas y de su hermano que hablan
de Hacinas, de su infancia y de su familia, a contarle anécdotas que conozco de
sus primeros años en nuestra tierra y, sobre todo, a cantarle canciones de su
pueblo. Empecé suave, con alguna cosa de El
Reinado y de la matanza y cuando
conseguí excitar su curiosidad y se fue viniendo arriba, nos pusimos a entonar
a dúo el inenarrable Himno de Santa Lucía, compuesto por su hermano Leandro y
por Anastasio Antón hace algunas décadas: “Loor / a la excelsa
patrona de Hacinas / entone el romero canciones de amor…”
Un destello de luz asomó en sus ojos, algo apagados, y
asistí perplejo al cántico afinado y seguro de mi tío quien revivía por un
instante la romería de Santa Lucía y los mejores pasajes de su vida en su
pueblo. Tanto y tan bien lo cantó que temí, por un momento, que se desatara una
ola de aplausos desde la primera planta y quisieran los oyentes, ya puestos,
que perpetráramos un recital completo de canción popular y mística de Hacinas.
Poco rato después y tras repasar algunas anécdotas
familiares, me despedí de él hasta el siguiente viaje. Y pensé por un momento
que aquí y allá, los hacinenses siempre llevan su pueblo y su gente en el corazón.
Y son capaces de sacarlos fuera y reencontrarse con ellos, por muy olvidados
que parezcan, en cuanto alguien se proponga que no se queden dormidos para
siempre en algún rincón oculto y misterioso de la mente humana. Ese enigma.
Manolo Díaz Olalla
Granada, Septiembre de 2013
(Publicado en la revista "Amigos de Hacinas", número del primer trimestre de 2014)
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