domingo, 21 de septiembre de 2025

Pasajeros

 Siempre me ha parecido sorprendente cómo la vida, en su discurrir cronológico, nos obliga a intercambiar roles y funciones con otras personas, colocando arriba a quien estaba abajo y convirtiendo a cada cual en lo que nunca imaginó. Cuando esta transmutación de papeles ocurre con nuestros seres queridos, ya saben, con la senectud los padres se convierten en hijos y los tíos en sobrinos, entonces nos parece vivir en una nube de irrealidad impuesta por las circunstancias, mientras afrontamos cada día situaciones difíciles de comprender y de asimilar. 

Se asumen, eso sí, por el inmenso cariño que preside esas relaciones paterno (o materno) filiales y desde el cálculo indudable de que, en todo caso, estamos devolviendo una mínima parte de lo que esos niños sobrevenidos nos dieron cuando ejercían como adultos en la plenitud de su vida.

Me han leído alguna vez contar la emoción sin igual que sentíamos de niños cuando emprendíamos aquellos viajes a Hacinas, al empezar el verano o en cualquier otra fecha señalada, y la tremenda nostalgia con que afrontábamos, tiempo después, los de regreso a casa. Nuestros padres o familiares nos llevaban y traían en sus coches particulares o en coches de línea (“Navarro” y “La Serrana” para los que hacíamos la ruta central), mientras aceptábamos sin rechistar, total ¿para qué?, fechas, horarios y condiciones del viaje. En aquellos años, la inmediatez y las ganas de aventuras eclipsaban todo lo demás y no hubiéramos creído fácilmente que, muchos años después, nosotros dirigiríamos las operaciones de traslado y tomaríamos el papel de choferes mientras ellos y ellas cogerían el de pasajeros.

Cuando mi padre, con los años, empezó a perder algunas facultades, si hubo que ir a Hacinas era yo quien le llevaba y traía, pero nunca ejercí de director de operaciones, pues esa función la mantuvo hasta el final, haciendo caso omiso a ruegos, consejos y consideraciones. Genio y figura se llama eso. Se llamaba Deogracias Manuel y siempre admiré en él la capacidad de desdoblamiento nominal que alcanzó, pues en algunos ambientes relacionados con su activismo en las circunstancias históricas que le tocó vivir se le conocía por el primer nombre, mientras que en el ámbito familiar y más cotidiano era conocido como Manuel o, a veces, como Manolo. Una suerte de dualidad calculada, de modo que “Deogracias” se convirtió en algo así como un seudónimo.

Lo cierto es que el Deogracias no le llegó por tradición familiar sino más bien por el azar del santoral vigente el día de su nacimiento. Siempre agradecí a mi madre la capacidad negociadora que mostró con la familia de mi padre, evitando que ese nombre paterno me alcanzara, permitiendo, eso sí, el otro, con lo que todo el mundo quedó tan satisfecho y yo tan agradecido. De la misma forma, recuerdo cuando, alguna vez, llegaban a casa cartas que, equivocadamente, alguna persona remitía a nombre de “Don Desgracias”, lo que nos llenaba de perplejidad pues la verdad es que las adversidades, cuando las hubo, nunca fueron para tanto. 


Fuente: diario Público

En uno de esos viajes a Hacinas en que yo ejercía de conductor y padre postizo y él de acompañante e hijo rebelde, observé al atravesar Huerta de Rey que esa misma tarde se celebraba allí el “Encuentro Internacional de Nombres Raros”, materia prima de la que Huerta es una gran cantera, prometiendo los anuncios que colgaban de farolas y fachadas importantes premios a los ganadores, además de la inclusión de tan original mérito en una famosa lista de récords. No lo dudé y, antes de enfilar hacia el cerro, le propuse que se presentara. 

- “Es verdad que quizás no te lleves un premio grande”, le advertí, “pero quién sabe si te dan un accésit o una invitación a merendar”. 

Me miró de reojo con resignación y echando la cabeza hacia atrás me señaló con la quijada la dirección del camino que ya habíamos tomado, con lo que no me quedaron dudas de su opinión, ni de su decisión respecto a mi solicitud. Y fue una pena porque si bien su exótico nombre no le llegaba en rareza y singuralidad ni a la suela de los zapatos a los Evilasio, Gláfida, Filadelfo, Walfrido, Hierónides, Filogonio, Sindulfo, Burgundófora, Firmo, Alpidia y Ercilio que se presentaron y fueron dignos ganadores de los trofeos, estoy seguro de que hubiéramos pasado una buena tarde, degustado y bebido alguna exquisitez de la despensa y bodega local y, quién sabe, si registrado el tan señalado nombre de mi padre en ese libro de excesos que hay en inglés y que lleva, además, el título de una famosa cerveza negra irlandesa.

En otra ocasión acompañé a mi tío Leandro, religioso de las Escuelas Cristianas, a las fiestas de Santa Lucía. Bueno, ahora que lo pienso y dadas las circunstancias, seguramente fue él quien me acompañó a mí, un servidor haciendo de tío y conductor del vehículo y él de sobrino, copiloto y padre espiritual, algo consustancial a su carácter y vocación. Fue aquel un viaje místico, pues la advocación de cada localidad que atravesábamos a su santo patrón le daba al bueno de mi tío un motivo para iniciar una oración a la que yo respondía, poniendo mucha atención en no equivocarme y sin perder de vista la carretera.


Fuente: coolbe

-          - Buitrago de Lozoya, magnífico pueblo de la sierra madrileña, cuyo patrono es San Roque. Recemos una oración en su honor, ahora que hace poco que fue su fiesta. A ver, Creo en Dios Padre Todopoderoso….

Y así fuimos avanzando kilómetro a kilómetro sin dejar de repasar el santoral, él iniciando los rezos correspondientes con todo énfasis y yo respondiendo a cada uno lo mejor que podía. Aunque usé algunas artimañas para intentar que decayera tan pío propósito del Hermano Leandro, tales como parar a comprar agua, o a echar gasolina, o hablar del tiempo y de otros temas banales, él siempre volvía a sus intenciones.

-          - Aranda de Duero, la capital de la Ribera. Vamos a rezar un Ave María a la Virgen de las Viñas, su patrona. Dios te salve María, llena eres de gracia…  

No pudo faltar, al pasar por Caleruega, el recuerdo a Santo Domingo de Guzmán y el rezo de un Misterio Doloroso del Santísimo Rosario y al atravesar Santo Domingo de Silos, el Padrenuestro. “Padre nuestro que estás en los cielos”, comenzó, y ya metidos en las curvas del Mataviejas respondí yo sin perder de vista la carretera “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy…”

Creí que mi participación había sido bastante honrosa, pero noté, al finalizar mi parte, que algo no funcionaba bien y que la tensión ambiental se incrementaba por momentos. Miré a mi tío de reojo mientras él, muy serio y sin pestañear, las manos entrelazadas, no apartaba la vista de la calzada. Antes de llegar a Carazo me lo preguntó:

-         -  ¿Cuánto tiempo hace que no vas a misa?

La pregunta me sorprendió tanto que no acerté a contestar.

-          - Hombre, tío, ¿por qué me preguntas eso?

-         -  Porque el Padrenuestro hace tiempo que no se reza así.

Me quedé sin palabras y de poco valió que, después, alegara mil y un motivos para justificar mi mal desempeño oratorio, “Ya sabes tío, que soy muy despistado, como tú, eso nos viene de familia, seguro que he oído la nueva versión pero no la he incorporado” o, “Estaba pendiente de las curvas, era un tramo muy peligroso” o, incluso, dispuesto a mostrar mi malestar con el clero y hasta con el catecismo: “Pero, bueno, qué necesidad había de cambiar una letra que estaba tan bien…”

Pero nada fue suficiente para que modificara la mala impresión que en aquél viaje le había causado, ni para que se le quitara la idea de que su sobrino, aunque galeno, era poco practicante. Y eso que durante las fiestas me esmeré en asistir a todos los oficios religiosos, situándome siempre en algún lugar destacado para que me viera, o cantando más alto que nadie el “Loor a la excelsa patrona de Hacinas…”, de su inspiración y de la de Anastasio Antón, para que me oyera, pero creo que nada de eso fue suficiente.

Llegan momentos en la vida en que, empujados por el deterioro propio de los años, cambiamos los roles y debemos cuidar y asistir a quienes antes lo hicieron con nosotros. Si las circunstancias lo requieren nos convertimos en su apoyo, pero lo que nunca podremos cambiar es que sigan siendo nuestros referentes, guías y ejemplos.

Y aún mucho menos si van de copilotos.

 

 

Manolo Díaz Olalla

Madrid, el día de San Pedro, patrón de Hacinas, de 2025

Publicado en la Revista de la Asociación "Amigos de Hacinas", número del º trimestre de 2025

miércoles, 4 de junio de 2025

Quien te conoció ciruelo

 


Quién te conoció ciruelo, FB de Salvador Cerezo

Nos dejamos fascinar por lo que viene de fuera, personas o cosas, mientras desdeñamos lo que nace o se hace en el terruño. Así somos, no me digan que no. En especial si lo foráneo no es pobre o de factura sencilla. Si no lo es, lo que llega nos embruja de tal modo que no pensamos que la cotidianidad que nos rodea lo puede superar con creces.

Esta evidencia, consustancial a la naturaleza humana, empuja a muchos vanidosos y acomplejados a abdicar de su origen y hasta a falsearlo si las circunstancias les pone en esa tesitura.  

“Quien te conoció ciruelo y hoy Santo Cristo te ve” exclamaba mi padre, con sorna, ante la presencia de quien, tras alcanzar cierta relevancia pública, renegaba de su origen, como el apóstol Pedro, especialmente si la procedencia era humilde o modesta. Indagando sobre el fundamento de esa expresión popular llegué al conocimiento de la fábula que la sustenta, que no es otra que la del hortelano que vendió ese árbol frutal que adornaba su huerta al cura del lugar, quien se lo entregó a un artesano para que, de aquel leño fértil, aunque informe, hiciera surgir, oh maravilla, la imagen mística de Jesús crucificado. Pues bien, según la leyenda, cuando estuvo terminada y ubicada en una esquina del altar de la iglesia de aquel lejano lugar acertó a pasar por allí el horticultor que fue propietario de la materia prima con que se confeccionó, el que, mirándolo fijamente y algo confundido ante el realismo de sus facciones no pudo hacer otra cosa que exclamar la aludida expresión que figura más arriba, a la que añadió, recordando los escasos y amargos frutos que le proporcionaba en su vida vegetal, “los milagros que tú hagas que me los cuelguen a mí”.

Cuenta la historia que el perplejo expropietario del frutal, pensando en el destino de otro pedazo de aquella misma madera murmuró a una feligresa que le miraba sin entender el sentido de su comentario:

-          Del pesebre de mi burra es el hermano carnal

Somos un poco como el bueno del agricultor del cuento, escépticos por naturaleza, desconfiados con lo que conocemos y generosos con lo que desconocemos, sobre todo si viene bien envuelto o con pedigrí de primera. Las cosas que nos son comunes han perdido toda la magia y la capacidad de deslumbrarnos, pero las desconocidas, aunque de peor catadura, siempre conservan ante nuestros ojos ese encanto de lo ignorado, imprevisto, novedoso o extraño.

Pero de la fabulilla jocosa se desprenden otras enseñanzas muy importantes, como la incomparable fuerza de la creación artística, ese don que solo poseen los seres humanos, que puede, de la nada o de algo inconsistente, recrear la realidad, como aquí ocurre o, aún más sublime, interpretarla. El hortelano de la historia no era capaz de elevarse con la magia del arte por lo que se negaba a rezar a una imagen que, a pesar de su realismo, sabía que no dejaba de ser más que un trozo de la madera de un árbol con el que se relacionó durante su vida y no mereció por su parte más consideración que la que se le brinda a un vegetal que, como todos, florece y da sus frutos cuando corresponde. “Ciruelas, muchas”, pensaría, “milagros, ninguno”.

¿Será mejor, por tanto, no conocer el origen de las cosas para que gocen de nuestra consideración? Por supuesto que no. Las cosas son, ante todo, lo que creemos que son y tienen el valor que queramos darles.

Aún recuerdo aquellos atardeceres espléndidos de los veranos de nuestra adolescencia, allí, en el castillo, donde andaba el mozalbete que fue este que escribe con su radiocasete al hombro, marca Sanyo, preparando las cintas que íbamos a escuchar mientras caía la noche, cual moderno deejay, esperando a la cuadrilla. Algún aficionado a la tecnología de la edad de piedra de la electrónica, miraba aquél rudimentario reproductor con interés hasta que preguntaba:

-          ¿De dónde es el invento?

-          Japonés

-          ¡Oh, japonés! ¡Qué maravilla! ¡Lo extranjero es mucho bueno!

Además de los temas de Karina, Mocedades y Serrat, apuestas seguras ayer y siempre, nos gustaba escuchar música en inglés que, aunque con letras ininteligibles para la mayoría, hacían las delicias de los congregados y conferían a quien las solicitaba cierto halo de exquisitez y cosmopolitismo.

-          ¿No tienes algo de “Simón y Cafrune”?

-          Sí, por ahí está el casete ese de Sonidos del “silence” y el de Puente sobre “wáter” turbulentas, o como se diga….

Lo extranjero era mucho bueno, nunca lo hemos dudado, quizás más bueno entonces que ahora, porque la globalización cumple su implacable función de homogeneizar y porque de lo cotidiano conocemos todo o, al menos, eso creemos. Pero el tiempo se ha encargado de demostrarnos lo contrario.

Los finos estudiosos del folklore que me agasajan con su atención y leen estas modestas historias no habrán quedado impasibles al leer la parábola que comento y comprender que, como en tantas otras, aparecen juntos el preciado frutal y un clérigo, al igual que pasa en la que cuenta lo que le ocurrió al cura de la ribereña localidad de Sinovas, que duerme en el suelo, pero este tema, que daría para escribir otro relato, lo dejaremos para otra ocasión

Yo soy de Hacinas, aunque las circunstancias de la vida, sobre todo de la vida de mi madre, me llevaran a nacer en otra parte. Como nadie es profeta en su tierra, y aquí enlazamos el refranero con la fabulilla que da hilo a estos párrafos, bien pudiera ser que tuviera más credibilidad en cualquier otro pueblo que en el mío, pero no lo siento así. Noto que en el mío los paisanos y amigos que me ven, me saludan, me abrazan o me leen, reconocen en mí antes al ecce homo que parezco que al tarugo que soy, lo que es muy de agradecer. Aunque no tenga culto ni haga milagros, que solo faltaba.

 

 

                                                                                                                                     Manolo Díaz Olalla

                                                                                Guardalavaca, Holguín, 8 de octubre de 2024

                                   (Publicado en la Revista de la Asociación Amigos de Hacinas, abril 2025)

 

 

 

 

 

sábado, 11 de enero de 2025

44.ª Reunión anual de la Cofradía “Los Lechales”. Un paseo por el entorno.

 
Un año más, con el regocijo habitual, se celebró la reunión de la famosa cuadrilla de tan ovino título, que cumple ya su aniversario color turquesa (“cuadragésimo cuarto” también se llama, pero se decidió desechar esta denominación porque es difícil de pronunciar, en especial después de la segunda ronda de blancos). Tan magno evento tuvo lugar durante los días 25 y 26 de octubre de 2024 y estuvo animado, muy animado diríamos, por los 16 miembros que acudieron a la convocatoria, casi un pleno, siendo muy sentida por todos la ausencia, en el día grande, de uno de sus socios habituales que causó baja, muy a su pesar, por indisposición transitoria.


Tras la cena-recepción de la primera jornada, en la que el destacado socio Agustín fue nombrado “Cocinero Mayor” de la cofradía por sus muchos méritos, tanto en la recogida y selección de las materias primas como en su posterior elaboración, la jornada principal amaneció lluviosa, por lo que hubo que suspender las actividades al aire libre programadas por la organización y acogerse al “plan B” que preveía solo actividades culturales “a puerta cerrada”. De esta manera conocimos y disfrutamos de los “Museos Vivos” de Castilla y León, loable iniciativa de protección y difusión del patrimonio natural, cultural, histórico y artístico de la Comunidad, en la que está incluido nuestro Museo del Árbol fósil. Y así visitamos el Museo de Instrumentos musicales antiguos de Silos y el de Fósiles de Tejada, antes de hacer una visita guiada por Caleruega, su casco histórico y el Monasterio de Santo Domingo de Guzmán, paradas muy aconsejables e instructivas.

Entre unos vinos y otros llegó la hora de comer, lo que se hizo con gran satisfacción de los asistentes en la cercana localidad de Espinosa de Cervera, en un establecimiento de buen libar y mejor yantar cuyo nombre evoca la presencia del más insigne de los guerreros que ha dado nuestra tierra, donde, horas después, los cofrades vieron caer la tarde mientras cantaban órdagos y reclamaban arrenuncios. Una paradita en Salas para saludar a algunos amigos y para que, los más hinchas, se pusieran al día de los resultados futbolísticos, antes de acabar en Castrovido reponiendo fuerzas, si es que a alguno le flaqueaban, a base de sopas de ajo (“Somos lechales, sí, pero soperos también”, es el lema) y otras delicias ligeras, para concluir con el fin de fiesta musical que estuvo amenizado a la guitarra por este humilde trovador bajo la dirección artística de Paco, el más musical de la panda.

Total, que se levantó la reunión con prisa, pero sin pausa, y cada mochuelo a su olivo porque, ¡ay que ver lo que son los años!, parece que como el gintonis de casa con el pijama puesto, no hay nada.

Otra jornada excelente que vivimos con alegría y compañerismo, preludio de las que vendrán, que pensamos seguir disfrutando y contando desde estas páginas. 


Manolo Díaz Olalla, relator de la Cofradía

(Publicado en la Revista d la Asociación "Amigos de Hacinas,  nº 186, IV trimestre de 2024)

 


lunes, 2 de diciembre de 2024

Forasteros

Todos somos, hemos sido y seremos forasteros en alguna parte. En algún pueblo cerca del nuestro, en otra región o en otro país. Hemos vivido, por tanto, la incómoda sensación de sentirnos observados, analizados, malmirados y peor considerados, simplemente porque otros han notado que no somos de allí, que hablamos otra lengua, tenemos otro color de piel o, simplemente, entendemos la vida de otra manera. Es el miedo atávico a lo desconocido, una desconfianza que, por la generalización, llega pronto a la injusticia y compromete la seguridad y el bienestar de los demás.

Cerrando el círculo que va desde el “somos diferentes” al “nosotros somos buenos y ellos son malos”, pasando por el “ellos tienen la culpa de lo que nos pasa”, quienes han sabido inculcar y extender esos mensajes entre la gente han gestado las mayores barbaridades de la historia de la humanidad. Hay tantos ejemplos que sería ocioso detenerse en ellos, sobre todo si al hacerlo perdemos la perspectiva de que el miedo y la desconfianza son cuchillos de doble filo y de la misma forma que los blandimos contra otros, en algún momento alguien los puede volver contra nosotros.

Pero déjenme que les cuente una historia que ocurrió hace mucho, pero mucho, tiempo. Resulta que el serranomatiego al que me quiero referir andaba una noche remota y gélida de un año impreciso del primer quinquenio de los años 30 del siglo pasado, a paso decidido por el camino que transcurre entre Hacinas y Salas, aguantando con resignación el ris que le cortaba el rostro, claro anticipo de la pelona que iba a caer.

Marchaba el mocetón serrano empingorotado y más chulo que un cortapijas, y no era para menos, pues “se hablaba” con una muchacha de Hacinas, la hija mayor de una conocida familia de la localidad, y volvía a su pueblo tras el paseo y el rato de cháchara en el “hilorio”, una cosa discreta, no crean, que tampoco hace falta que te cuelguen el sambenito de cascarrón a la primera, que si cascaba era cosa suya, pero era mejor hacerse el muino para empezar. Aún no había “entrado en casa” del juez de paz, pero notaba que en el pueblo de la aspirante a novia no era bien visto, en especial por los mozos, que consideraban un atrevimiento que un forastero aspirara a llevarse una moza del pueblo, como si en el suyo no hubiera o no fueran dignas de mención, que lo eran.

-          Me había entrado por los ojos, ¿qué quieres?, bien maja que era, y trabajadora, la que más, y yo a ella creo que no le parecía mal tampoco, eso decían…

Lo cierto es que el bueno del pretendiente, según contaba, no se negaba a "pagar el vino" que se le exigía a cualquier mozo de fuera que rondara a alguna soltera de la localidad, estando dispuesto a acoquinar lo exigido sin ajabardarse a última hora, lo que siempre creí pues, hasta donde recuerdo, no era un agonías y cumplía a rajatabla la palabra dada. La “media cántara” iba por su cuenta y pagaba “la entrada” de mil amores con tal de que le dejaran tranquilo en los prolegómenos de sus amoríos; pero no, los soperos habían optado por convencerle de que nada se le había perdido por allí. 

Al parecer, esa noche, los alicates habían planeado emboscarle en su viaje de vuelta y darle un buen susto cuando llegara a la caseta y, si se ponía modorro, algún mandoble por añadidura.

Y mientras el protagonista de nuestra historia se acercaba a paso ligero al lugar de la trampa, nadie se había dado cuenta de que un embozado le seguía a distancia con discreción, atento a los acontecimientos que iban a suceder. Era el padre de la novia, quien había recibido una confidencia de uno de los confabulados que, aunque remordido por su propia conciencia, no quería parecer un acochinado delante de sus compañeros, ni ser el hazmerreír del mocerío local. No había caminado el salense ni media legua desde donde sale el camino de La Revilla cuando le pareció distinguir la figura de un hombre como aculado bajo un roble, lo que le extrañó por lo tardío de la hora y porque, aunque era de noche, no llovía.

-          ¿Quién anda por ahí?, acertó a decir mientras buscaba entre la ropa algo con lo que defenderse si era necesario.

De repente se vio rodeado de varios hombres que, en actitud poco amigable, le empezaban a increpar entre empujones, a alguno de los cuáles, aunque ocultaban sus rostros, reconoció.

-          ¡Aivá, la Virgen! ¿Qué queréis? Ojo, que os conozco a todos….

Y cuando se alzó enmedio de la negrura de la noche la primera cachiporra, justo antes de que le dieran el primer cocotazo, se oyó una voz enérgica que venía de atrás gritando ¡alto!, mientras la vara de la justicia se alzaba aún más alta que la cachava pastoril. Los alipendes bajaron los archiperres y, amurriados, escucharon al mayor en edad, dignidad y gobierno, que de modo inesperado acababa de hacer su aparición.

-          ¿Pero qué hacéis, insensatos? Marchad para casa y dejad a este hombre que siga su camino en paz.

Cuentan los que supieron del caso que no hubo más palabras. Cada cuál cogió su camino, y que el proyecto de novio, sin que le llegara la camisa al cuerpo, al pasar el puente del Ciruelos aún tuvo cuajo de volver la cabeza y gritar por lo bajini: “¡espantajos!”.

Volvieron las aguas a su cauce, no las del Ciruelos sino en general, y el buen mozo, aunque algo montisco, pagó el vino que los de Hacinas bebieron con alegría y todos celebraron la ocurrencia en armonía, pero el de Salas, que aquel día se quedó esperrado, siempre los miró con resquemor y, colorín colorado, porque, aunque es sabido que el escabeche empapa poco, salieron de la taberna felices, bolingues y medio empandinados.

Oí contar esta historia muchas veces en casa de mi abuela, siendo un gurriato, cuando, bien entrado septiembre, pedía que me contaran un cuento que escuchaba mientras me acurrucaba en la cama con la bolsa de agua caliente, por no fijar la mirada en el techo, donde unos desconchones colindantes de formas caprichosas se me figuraban horrendos monstruos que acechaban para llevarme a las calderas de Pedro Botero, lo que merecía, según decía mi abuela, por zoquete.

-          Abuela, que digo yo que habrá que pintar la alcoba.

-          Pues sí, cuando te dé la gana te vas a buscar un escorado por la parte de Villanueva y traes jalbegue…. No te amuela el mocoso.

Eran tiempos de mucho aislamiento y de malas comunicaciones geográficas y personales, lo que incrementaba el miedo a lo distinto. Si lo miran bien no deja de ser una paradoja, pues hemos sido un pueblo de emigrantes y la mayoría de los que se vieron obligados a salir de su tierra para mejorar su vida y la de su familia fueron bien acogidos, generalmente, allá donde fueron, y lograron, si quisieron, emprender una nueva vida. Muchos hacinenses han sido forasteros en otros continentes (en América durante todo el siglo XX), en otros países de Europa durante la postguerra española y, más recientemente, tras la crisis de 2008-2010 e, incluso, sin ir más lejos, lo han sido en otras ciudades y regiones de la geografía nacional cuando aquellos años difíciles del desarrollo industrial y la migración interior (Burgos, Madrid, Cataluña, Euskadi). 

Los que vinieron de fuera a quedarse entre nosotros siempre hicieron avanzar a nuestro pueblo, abrieron mentes y horizontes y, al integrarse, nos hicieron superar la endogamia crónica que históricamente han padecido los pueblos castellanos, mejorando, de esa forma, la salud de la gente y alargando su supervivencia, hasta fundirse de tal manera que ahora no sabemos quiénes son ellos y quiénes nosotros.


Muchos años después... Francisco y Victoria, de paseo por Salas

Muchos años después, frente al Altollano que se dibujaba a través de la ventana del comedor de su casa de La Carrera, en Salas, mi tío Francisco, el pretendiente de esta historia, habría de recordar aquella noche remota y gélida en la que el noviazgo que iniciaba con mi tía Victoria casi le cuesta, además de un buen susto, algún hueso roto.

 

                                                                                                                       Manolo Díaz Olalla

                                                                                    Madrid, el día de San Pedro Alcántara de 2024

 

N del A. Las palabras que aparecen en cursiva pertenecen al hacinés original y han sido consultadas en el “Diccionario tradicional del siglo XX de un pueblo serrano-burgalés”, de Jesús Cámara Olalla.

 Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", N° 185, III trimestre de 2024

jueves, 29 de agosto de 2024

La manduca

 

"Puchero a la lumbre". (Fuente: Ayuntamiento de Malagón. Concejalía de cultura. C. Real)


Lo del minchar es asunto de trascendencia, diga usted que sí. Por los buenos ratos que pasamos mientras nos nutrimos, sobre todo si es en buena compaña, y por lo que la manduca y todo lo que la rodea explica de cómo somos, cómo vivimos y hasta la salud, o la poca salud, que tendremos. Lo que tiene que ver con su preparación, que también nos gusta, aunque no sean remojones, lo dejamos para otro día, no sea que algún chamuscas nos coloque el mote de catapucheros y la broma pase a mayores.

Siempre oí que hace años, cuando el desarrollo de una sociedad como Hacinas o, en general, como la Castilla rural de la época, era apenas un sueño, la alimentación diaria cabía en un puchero en el que se depositaba con cariño, muy temprano en la mañana, un puñado de garbanzos, algo de berza, quién sabe si un chorizo o un pedazo de tocino, cuatro vainillas, pero nada de pizca, eso ni soñarlo, ni que fueran bodas, con suerte una bola si la hicieron, o un pedazo de zangarrón, y se llenaba de agua de los Cubillos, que, por su blandura, cuece las legumbres muchísimo bien.

Eso me contaba mi abuela mientras me señalaba con el dedo de mandar chitón el quincho donde colgaba el cuadro con los calderos para que saliera a escape, camino de la fuente.

Y después, ahí, en la cocina, encima de las estrébedes o entre los rescoldos humeantes se pasaban las horas en aquél chup-chup lento, como a conciencia, mientras la gente andaba, dale que te pego, esterronando en la tierra, o en la casona metiendo los chivos en el ciburto, llenando el gamellón, o afilando la zadilla, ya saben, en su trajín cada cual.  

Ese cocidito sabía a gloria cuando, después del toque de mediodía, la familia se juntaba y se destapaba aquel puchero y se servía aquella sopa sustanciosa, en la que algunos hundían buenos cachos de pan de la hogaza (¡ay, los soperos!), deleitándose en cada cucharada mientras no quitaban ojo del recipiente entreabierto por el que asomaba lo que vendría después, en los siguientes vuelcos. Esas comiditas sencillas pero naturales y honradas, dicen que resucitaban a un difunto, bueno, es difícil saber si llegaban a tanto, pero desde luego espabilaban una filoxera y remendaban la mala pelleja que daba gusto. Hasta le cambiaban la cara al pujete cuando le llegaban los aromas al portal atravesando la sobrecocina.

El niño rebisco tenía que pasar por la palancana después de sacudirse bien la pichorra, antes de coger su plato, y al verle comer con tanta cazuza no faltaba quien comentara que quizás habría que suspender el tratamiento a base de quina Santa Catalina, que es medicina y es golosina, por sus extraordinarios efectos como reconstituyente.

¡Dejaime, dejaime!, protestaba el gurriato mientras tía y abuela le quitaban los churretes de la cara con la esquina de una rodilla mojada en saliva, sin soltar ni un segundo el plato humeante, temeroso de que el castigo por el desaliño llevara asociado el ayuno al áspero restriegue facial.

“¿Sabe hijo, sabe?”, preguntaba la abuela con interés muchos años después en aquélla misma cocina, mientras Manolín, que siempre fue un melindre, asentía con la cabeza por no defraudar, disimulando que lo que de verdad absorbía su curiosidad en ese momento no era tanto el contenido de cada bocado ni su suculencia sino el allar que colgaba del cañón de la chimenea, al que no quitaba ojo en su pendular cadencia.

Alimentación monótona, sabrosa y poco proteica, como es y ha sido en todos los sitios y en todos los momentos la manduca de los humildes, que mantiene a la gente fibrosa, aunque, en ocasiones, muy cerca de los límites de la desnutrición, en especial a quienes más necesidades tienen, un suponer, los lagartijos muy movidos, a riesgo de quedarse canijos, o las empampiroladas que no están cumplidas. La poca variedad en la dieta diaria hace, además, a la gente muy vulnerable ante cualquier evento imprevisto que ponga en peligro la cosecha, meteorológico, como una sequía, o natural, como una plaga, poniendo a las personas, a poca costa, en el pico de la cigüeña negra.

Afortunadamente había momentos en que la rutina se rompía y aparecían manjares insospechados. Durante las fiestas, los cumpleaños, tras un ojeo exitoso, en las bodas y otros acontecimientos sociales se llenaban mesas y barrigas de cabecillas asadas, sadurillas, con suerte alguna lebrasca o un cuarto asado, mazas de cabra bien curadas, sin hablar de morcillas, lomos y chorizos, ni cuantas delicias procedentes del reino animal, conservadas con mimo en abundante aceite, se puedan imaginar para el consumo humano.

Dietas, no obstante, en las que el pescado era una excepción. Conocido es el hecho de que la necesidad de una correcta conservación de esos alimentos siempre fue un límite importante para su consumo en la meseta en la época previa a la electrificación, lo que fue más o menos resuelto con las salazones y las conservas. En aquellos tiempos de que les hablo llegaban a todos sitios las bacaladas y los arenques, ¡ay esas cajas redondas encima de los mostradores con las coronas de sardinas en perfecta formación!, y, una tarde sí y otra también el alguacil, tras el oportuno toque de corneta, avisaba a la concurrencia de que:

“¡¡¡ se venden…

chicharros…

en el rollo !!!”.

La especie que se cita, o el zapatero, un suponer, que también se pregonaba mucho, son excelentes pescados azules muy populares en nuestra comarca, pero el asunto de la distribución del pescado fresco procedente del Cantábrico por Castilla en aquél entonces, es un enigma difícil de descifrar. Por ejemplo, el congrio, abierto o cerrado, es un pescado tan popular en la Ribera, que existe un plato típico de su cocina que se llama “congrio a la arandina”, lo que sin duda demuestra que nunca faltaron esas codiciadas piezas en aquellos mercados, donde siempre fueron muy populares, no dejando de ser un asunto singular, sobre todo una vez comprobado que tan sabroso pez no se pesca en el Duero.

Comparen, en fin, de qué, cómo y cuánto se alimentaban los hacinenses hace unos lustros con lo que pasa ahora en nuestra bella localidad y en todos los sitios. En primer lugar, llama la atención la uniformidad de la que hablábamos otro día: hoy por hoy se come casi igual (de mal) en todas partes. Hay una enorme variedad de alimentos diferentes, pero la gente padece malnutrición (sobrepeso y obesidad) como nunca antes, con terribles efectos sobre su salud. Si nuestros antepasados lo vieran seguro que nos dirían que nos hemos equivocado: no se trataba de comer mucho, sino de comer bien, una dieta equilibrada y variada con suficiente contenido en proteínas, pero moderada en hidratos de carbono y baja grasas, así como en azúcar y sal. Y, después de dar buena cuenta de lo ingerido, arreando al campo o a la huerta, a la bici o al camino, a la piscina o al parapente, a quemar las calorías que sobran.

Hoy en día nos conformamos con cualquier comistrajo o con cualquier aguachirle que nos ponen porque tenemos prisa, salimos a escape sin tiempo de acabar el jariguay o el solisombra, como espantajos, ni el clarete con el plato de cacagüeses terminamos, cuando deberíamos comportarnos como padres cucharones y, al menos, comer con tranquilidad la buena manduca que nos merecemos y nos dan o nos preparamos.

Somos cairones, hay que reconocerlo, y nos gusta chingar del porrón y de la bota hasta dejarlos secos, pero no le den vueltas ni le busquen, por malicia, otro sentido a un verbo que en perfecto hacinés tiene más de una acepción. Y si este idioma es tan rico, les prometo que otro día hablaremos de su otro significado. Eso también puede dar para mucho.

Manolo Díaz Olalla

Madrid, el día de San Pedro, patrón de Hacinas, de 2024

Nota: Las palabras y expresiones en cursiva forman parte del hacinés tradicional, no están incluidas en el DRAE 22ª edición y están tomadas del “Diccionario tradicional del Siglo XX de un pueblo serrano-burgalés”, de Jesús Cámara Olalla

 

 

 

 

jueves, 2 de mayo de 2024

El delantal

Cuentan que cuando el gran escritor García Márquez escuchó por primera vez la canción titulada «Pedro Navaja», compuesta por el músico panameño Rubén Blades e interpretada por él mismo junto a Willie Colón en 1978, exclamó que lamentaba profundamente no haber escrito la novela de la historia que cuenta esa tonada salsera. Uno, que nunca le llegará ni a la suela del zapato al gran Gabo, y que ni siquiera lo intenta, ha sentido una especie de frustración parecida a la suya cuando, hace poco, navegando por esa biblioteca desesperantemente desordenada que es internet, encontró un precioso relato de Ángeles Fuentes que más abajo transcribo, titulado “El delantal de la abuela”.

Se trata de una narración que, con sensibilidad y sencillez, traslada los mismos recuerdos y sentimientos que albergo sobre tan versátil elemento de la indumentaria de mi propia abuela, hasta donde me llega la memoria, gurriato urbanita, al fin, aunque con ínfulas de niño de campo, en aquellos años espléndidos de nuestra infancia en Hacinas. Más de una vez han leído en estas mismas páginas referencias a esa humilde prenda que, a veces y por modestia, no pasaba de mandil, y lo requetebién que cumplía su función de cobijar, esconder y refugiar al insensato Manolín cuando huía tras hacer una trastada o se espantaba ante la presencia inquietante de un desconocido. Pero esa misión salvadora era solo una de las que, en las manos sabias de la abuela Margarita y de las demás mujeres, tías y madres de nuestro pueblo, podía desplegar tan excepcional invento.

Cuando uno encuentra, como ahora, que todo lo que sentía y pensaba escribir ya lo había sentido y relatado de forma excepcional otra persona, solo queda difundirlo sin hacer más comentarios. Ahí va.

 

https://www.territorioancestral.cl/2020/02/20/historia-del-delantal-de-la-abuela/

 El primer propósito del delantal de la abuela era proteger la ropa de debajo, pero, además … sirvió como un guante para quitar la sartén del fuego. Era una maravilla secando las lágrimas de los niños y, en ocasiones, limpiando sus caras sucias. Desde el gallinero, el delantal se usó para transportar los huevos y, a veces, los polluelos que necesitaban terapia intensiva.

Cuando llegaron los visitantes, el delantal sirvió para proteger a los niños tímidos, y cuando hacía frío la abuela se envolvía los brazos en él. Este viejo delantal era un fuelle, agitado sobre un fuego de leña. Fue él quien llevó las patatas y la madera seca a la cocina.

Desde la huerta, sirvió como un capazo para muchas verduras; después de que se cosecharon los guisantes, fue el turno de las coles. Con él se recogían los frutos que caían de los árboles al terminar el verano.

Cuando los visitantes llegaron inesperadamente, fue sorprendente ver lo rápido que este viejo delantal podía limpiar el polvo de los muebles. Cuando se acercaba la hora de comer, la abuela salía a la puerta y sacudía el delantal y entonces, los hombres en el campo y los niños en la escuela, comprendían de inmediato que el almuerzo estaba en la mesa.

La abuela también lo usó para poner la tarta de manzana justo fuera del horno en el alféizar de la ventana para que se enfriara. Pasarán muchos años antes de que algún invento u objeto pueda reemplazar este viejo delantal … En memoria de nuestras abuelas.”

Nuestras madres, tías y abuelas, todas ellas, son y han sido ejemplo vivo de trabajo, lucha y amor a los suyos. Sin ellas y sus delantales no seríamos lo que somos y todo hubiera sido infinitamente más triste y difícil.  Pero ese viejo y querido delantal, el de aquéllas indómitas, posiblemente hoy será una reliquia colgada de un clavo o una percha, como vestigio de un tiempo que fue y no volverá. Como los trastos viejos, que cuando pierden su utilidad se mueren de tedio y abandono en algún rincón olvidado.

Ya no importa tanto que se manche la ropa de debajo porque tenemos mucha y también lavadoras que, en un periquete, la deja como nueva, sin tener que pasar el día para acá y para allá, frota que te frota, tiende y recoge, en Fuentepeña. Los mangos de la sartén ya no abrasan la mano y a los niños les limpiamos las caras sucias con moqueros de papel, húmedos y desechables, empapados en crema hidratante.

Pocos tienen gallinero en casa, ni fuego en la cocina cuya llama haya que avivar, ni los niños se esconden del forastero ya que, más bien al contrario, por menos de nada les encaran con desafío y desparpajo si se atreve a interpelarlos. Las patatas y las verduras vienen en bolsas del supermercado, a veces congeladas, lo mismo que la fruta, y el sucedáneo de madera con que prendemos la barbacoa nos lo traen a casa, bien compactado o en pastillas, en sus cajas de cartón.

El polvo lo limpiamos con gamuzas que lo repelen y cuando la comida está preparada, la abuela hace una llamada al móvil de los que tienen que dar buena cuenta de ella.

Y así, esos delantales mágicos se habrán quedado colgados para siempre, obsoletos e ignorados, en algún quincho recóndito de la cocina o del cuarto de los leones, pero aquellas abuelas, tías y madres, que con tanta maestría los manejaron están, para siempre, colgadas en nuestros corazones.

 

Manolo Díaz Olalla

Madrid, 8 de marzo de 2024

(En recuerdo y homenaje a todas las maravillosas mujeres de Hacinas.

Las que son y las que fueron)

 

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Lechales 43, crónica de la reunión anual 2023 por la Sierra de Burgos


 

Foto oficial "Lechales 43",  Necrópolis de Cuyacabras. Anticipo de la fiesta pagana de halloween

Los pasados días 27 y 28 de octubre se reunió la célebre comunidad de compañeros que más arriba se cita, en sesión festivo-gastronómica, que hizo la número 43, según consta en los anales y en los libros de actas. Fueron 15 los agraciados que disfrutaron en esta ocasión la legendaria fiesta, que comenzó, como es tradición, el día previo en sesión de noche, con degustación de una rica cena elaborada por los propios participantes.

Al día siguiente salieron los mozos a los pueblos de la sierra, donde visitaron preciosos parajes y lugares de interés, aunque las maravillas que conocieron resultaran algo deslucidas por la climatología, bastante adversa. A saber: el mirador de Castroviejo en Duruelo, el yacimiento de huellas de dinosaurios y la necrópolis antropomorfa de Regumiel, los enterramientos del asentamiento medieval de Cuyacabras (Quintanar), donde se hicieron la artística foto oficial, y la casa de la Madera y el comunero de Revenga. Ahí fue nada la parte cultural. En la bella localidad de Quintanar tomaron el aperitivo, que iba haciendo falta, para comer poco después en Palacios. Las visitas matutinas fueron laboriosas, intensas y largas, incluidas las explicaciones históricas y antropológicas del guía Julio, por lo que los cofrades, a la hora convenida, comieron muy bien y echaron la partida sin prisa en el mismo pueblo serrano.

La tarde, entre descartes y pases a chica, se pasó volando y, cuando quisieron darse cuenta, ya estaban en Castrovido, mesa y mantel, para cenar algo ligero, eso sí, que es sabido lo perjudiciales que son para la salud las cenas copiosas. Hubo poco cante este año y, sin pasar siquiera por el bar para disfrutar de una despedida en condiciones, como es preceptivo, se fueron a la cama, qué majos, que los años no pasan en balde y un día lleno de emociones requiere, en cuanto se pueda, reposo y posición horizontal.

No pasan, no, pero estos mozos de la cofradía están cada día mejor, y si se recogen pronto es porque les va entrando algo de juicio, no por otra cosa. Como queda dicho, fue un día, como ocurre todos los años, de gran felicidad, diversión y compañerismo, de esos que no se olvidan. Y para que ustedes tampoco lo hagan se lo contamos desde estas páginas, con la advertencia de que estos chavales lo disfrutan tanto, que uno al año les va pareciendo poco, por lo que amenazan con juntarse trimestralmente. Ya veremos. Les mantendremos informados.

 

Manolo Díaz Olalla

Secretario de la cofradía
Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", 4º trimestre 2023  

lunes, 20 de noviembre de 2023

El hacinés

 

Foto: EFE/Jesús Monroy

Nos quieren parejos, indistinguibles, cortados como por el mismo patrón, igualados, aunque no seamos ovejas, porque así nos pueden pastorear mejor. No nos colocan la barrila porque no pueden, pero cuenten que para ellos ya estamos marcados con remisacos o con aguzos, dependiendo del rebaño, para que no nos chospemos y vayamos todo el día como amorrados. Eliminan lo genuino, lo que nos caracteriza y nos hace diferentes, nos quieren mostrencos y les molestan hasta los caretas si llamamos demasiado la atención. Mucho me temo que cualquier día nos mancorvan y nos arremeten con sus cachiporras o nos azupan sus canes.

Es la dictadura de la uniformidad, que busca no solo facilitar la tarea del pastor, burriquero o boyero, depende del “ganao” que acarreen, sino también anularnos como grey y que no nos escarriemos, so pena de hincarnos sus girodias donde más duela.

En todos los manuales de sometimiento y guerra psicológica se marca la prioridad de eliminar todo lo que hace diferentes a los que se quiere dominar, subrayando lo importante que es homogeneizar, equiparar y, si es necesario, apartar a los que difieren, estén esgurriados o tengan badana, que tanto da o, simplemente, sean ojinegras en un rebaño de blancas, anden con modorra o no acudan a escape cuando les chifle el amo. No digo nada si estás machorra o se figuran que seas merina en atajo de churras. Te esquilan, que es como si te dieran un uniforme, y te borran el alias y hasta el apodo para convertirte en un número más.

No duden de que es así, aunque un poco más sutil. Viajas y te cuesta reconocer lo auténtico, lo característico de cada sitio, lo que hace único un pueblo, una ciudad, una cultura o una lengua. Se vive una invasión de restaurantes de las mismas grandes cadenas comerciales donde te ponen la misma manduca y cada vez es más difícil hallar tiendas de barrio o mercadillos donde encontrar productos diferentes. Todos, aquí o allá, en esta o aquélla majada, comemos el mismo pasto y nos surtimos de los mismos aperos. Hasta balamos igual, ese es el problema.

Vamos a Hacinas, hoy en día, y cuesta escuchar que alguien se dio una órdiga o estuvo a punto de descocotarse, si se arranó alguna casona, o si hay que amolarse cuando vienen unos pelujetos de otro pueblo. Más bien, en el bar o en la calle, oyes hablar de influencers, de si algún muchacho imprudente potó en una calleja, de que lo mejor es que rule o de que hay que irse a casa porque va haciendo gusa. O sea, que cierras los ojos y no sabes si estás en la maravillosa localidad serrana que nos vio nacer o nos acogió desde niños, o en Valdepeñas, es un decir. Y a fuerza de perder lo que nos hace únicos y diferentes dejamos de ser pueblo para convertirnos en masa informe preparada para su adecuado manejo.

Sí, efectivamente, los medios de comunicación masiva, con sus enormes ventajas y su incontestable aportación al progreso, acaban con el lenguaje propio de cada lugar y hasta con su idiosincrasia, eso sin hablar de cómo nos someten, como el cojudero a los borregos, al pensamiento único, que esa es otra más peliaguda.

Sofocar lo que no es igual, acabar con esa larvada rebelión de lo dispar, ese es el propósito. Y en esta batalla oculta y permanente, los que dirigen la morcada, en sus mestas, se frotan las manos, porque saben que igualados estamos perdidos, nos apacentan a su antojo, nos llevan a la era que más les guste y, allí, nos venden el puchero que más les interesa y nos lo atan al cuello.

No es fácil, no lo dudo, tienen todas las cachavas preparadas para domarnos y a los perros de la globalización, con sus carlancas erizadas, dispuestos a someternos. Pero propongo desde aquí a los eficientes mayorales que gobiernan el hatajo que somos, munícipes, responsables de las asociaciones, paisanos ilustres, una campaña para promocionar el “hacinés”, maravillosa lengua que aprendimos desde infantes, en peligro de extinción, sofocada por el habla homogeneizada e insulsa que nos meten todos los días en la cabeza, como el merinero atiza a las andoscas descuidadas.

Ojalá que así sea y en unos años podamos celebrar a lengua suelta, chichorros o con ropa, colodros o serenos, mangarranes o de punta en blanco, el renacer de nuestro idioma local, tan rico, distintivo y exclusivo. Lo celebraremos, aunque sea, y por mucho que esté mal visto, echando un caliqueño que, en perfecto hacinés, no es lo que ustedes se imaginan sino un purito de esos esgarramantas, que sueltan malos humos, pero tan buenos momentos nos han hecho pasar.

 

Manolo Díaz Olalla

El día de la Merced de 2023

 

Nota del autor. Las palabras escritas en cursiva son expresiones usadas en Hacinas que no están incluidas en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, según el “Diccionario tradicional del siglo XX de un pueblo serrano-burgalés” (Jesús Cámara Olalla, 2011, editado por la Asociación Amigos de Hacinas), excepcional trabajo que propongo desde aquí como referencia oficial del hacinés.


Publicado en la Revista de la Asociación "Amigos de Hacinas" , nº 181, III trimestre de 2023