Carlos, salao, me lo contó un pajarito, no ese que tú y yo
sabemos y que tanto celebrábamos de niños, que se aliviaba por las chimeneas y
acababa siempre contrayendo nupcias con Perico el día del Señor, no, fue otro el
que me lo dijo, uno que vive en tu casa y no te voy a dar más pistas, porque me
ha pedido que guarde el secreto, aunque como en la adivinanza del plátano, el
que no lo acierte bien tonto es… Me lo dijo, que te caían los que te caen, ¡ay
Dios!, y me quedé pensando que, no hay duda, son ya muchos, pero también que los
demás, tus amigos, los lechales y los de otras cuadrillas, están a puntito de alcanzar esa contundente y
redonda cifra, si es que aún no lo han hecho……
Carlos, majo, se pone uno a pensar y los recuerdos que nos
unen se remontan tanto y tanto que casi se escapan por el lao
de allá. Piensa si no, por las callejas de Hacinas, corre que te corre, ahora a
esbararse, ahora a cangrejos, luego a
nidos, mañana a setas, o a Campo el Valle
a echar un partido, o a un tras que le dio… En las competiciones
diarias a la salida de la escuela siempre eras el que llegaba más lejos y con
más puntería. Tus amigos no lo olvidan. Vaya, yo creo que más bien nunca lo han
superado. Entonces ya despuntaba en ti, es un decir, y en otros de aquellos
amigos, esa incipiente vocación de maestro que marcó tu vida, y no
desaprovechabas cualquier ocasión para enseñar a los que nos quedábamos más
atrasados. Pero esas son otras historias. Luego, tú ya en Aranda, las salidas festivas
y todos aquéllos momento que sin duda aún recuerdas, y que continuaron, por
mucho tiempo, cuando te instalaste en Madrid…
No sé si te lo he dicho, Carlos, niño, pero entre tantas
cosas que me gustan de ti siempre me ha fascinado tu capacidad de análisis de
la realidad, en especial de la realidad social de aquél Hacinas que conocimos
en nuestros años de niñez, adolescencia y juventud, y tu facilidad para integrar
datos y circunstancias con que construir todo un tratado de sociología
hacínense que nos permita interpretar los cómos
y los porqués de nuestro pueblo y sus
gentes. Especialmente agudo te he encontrado siempre en el análisis de los movimientos
migratorios de la época, es decir, por qué llegaron los que llegaron y cómo
aquello determinó un cambio radical en la manera de vivir y pensar de la gente, y por qué se fueron quiénes
lo hicieron y el impacto que eso tuvo en la vida de todos. Podemos decir que
eres un adelantado a tu tiempo. No en vano fuiste el primero de Hacinas que se fue
de veraneo. Y a Bilbao, ni más ni menos, ¡jodo, petaca! Sé también, Carlos, cencerro,
que siempre has disfrutado mucho con la precariedad de mis conocimientos
rurales y con mi analfabetismo de todo lo que tiene que ver con el campo. Que
si no distingo una picaraza de una
graja, un suponer, es verdad, o que confundo las arreines de San Marcos con las de Pinilleja, también, pero
tampoco había que darle cuatro cuartos al pregonero para que lo supiera todo el
mundo. Y aún con eso, hemos pasado buenos ratos y hecho muchas risas con ello.
Carlos, con la motosierra que le han regalado para cortar la suerte de leña que le toque a partir de ahora |
Y sin saber cómo ni por qué, Carlos, chaval, 37 encuentros
de los lechales nos contemplan, y aquí estás y estamos, tú iniciando esta
década, no diremos que peligrosa, pero casi, y otros haciéndonos cargo de que,
como cantan los mozos en las bodas, “con el tiempo iremos todos”. Estás muy
bien, ya sabes lo que dice mi chica, que eres el más guapo de quienes acudimos
a nuestras reuniones, a lo que yo le contesto que ojalá Santa Lucía le conserve
el oído, porque la vista la tiene perdida. Y como lo dice con tanta seguridad
te miro de reojo por si fuera verdad. Pero no lo es, yo lo sé y ella también
aunque insista, y la cosa es que te vas a retirar a la dolce vita en pleno uso de tus facultades físicas y mentales. Que
no es poco. Si la estadística no miente, que lo hace y sé de lo que hablo
aunque hagamos como que no, aún te quedan por delante, como promedio, entre 8 y
10 años en estupendo estado, antes de que lleguen los achaques. Es justo darse
con un canto del rio en la dentadura, porque muchos de los que te rodean,
cuando se vean en esa plácida situación que tú pronto vas a abrazar, estarán en
una tesitura que oscilará entre medio tocados a bastante jodidos. Pero ahí
estás… con un montón de cosechas de tomates, pimientos y vainas por delante, cultivadas
con tus propias manos, y tú, como si nada, como un reloj. Qué envidia y qué
alegría. Sobre todo pensando que cuando pasemos por delante de tu finca, camino
de Madrid o de Hacinas, nunca nos faltará una buena cesta de hortalizas
ecológicas recién recolectadas para llevarnos a casa. Gracias de antemano por las
ensaladas que me vaya a meter para el cuerpo.
Carlos, amigo, qué decirte, que nos alegramos mucho. Escribo
como te imaginas también en nombre de todos tus amigos, los mozos de Hacinas,
que te quieren pero que, como sabes, son muy perezosos a la hora de coger papel
y lápiz para contar las cuatro cosas afectuosas que les gustaría decirte. Ellos
y yo somos felices de ser amigos tuyos y de haber vivido juntos tantas cosas.
Disfruta de esta celebración que te han preparado quienes te
quieren. Y de este regalito que te hacen recolectando fotos, anécdotas y
dedicatorias, que es un buen antídoto para la desmemoria que nos acecha, tan
frecuente como triste, esa epidemia a la que bautizó un médico alemán del que
ahora no recuerdo su nombre. Hojéalo con frecuencia y fruición para fijar las
cosas bonitas, los momentos fantásticos y el cariño de tu gente.
No te digo más. Tiempo tendremos de charlar sobre las cosas de
la vida ahora y cuando, a la sombra de la plaza de toros de Aranda, nos
sentemos a observar cómo crecen las lechugas mientras vamos seleccionando las
mejores piezas de la cosecha para echarlas al capazo.
Porque, es verdad, compartir siempre ha sido una de tus
mejores cualidades.
Un abrazo y muchas felicidades,
Manolo
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