Buceando en carpetas ajadas por los años y la desidia, en el trastero de casa, sin buscar nada concreto (últimamente lo hago tan a menudo que estoy pensando en preocuparme), me doy de bruces con una carta fechada en Hacinas el 8 de Enero de 1973, firmada por el Alcalde Don Bonifacio Rojo, dirigida a mis padres, en la que les anuncia que van a iniciarse las obras de “abastecimiento de aguas y saneamiento”.
El descubrimiento de esta deliciosa pieza, que es ya un documento histórico sobre el progreso de nuestro pueblo, y su lectura, me llevó a recapacitar sobre el efecto tan definitivo que la construcción de este tipo de infraestructuras (las de saneamiento ambiental) tiene en las importantes mejoras de la salud de la gente, en la disminución de la mortalidad infantil y en los incrementos notables de la supervivencia, de la calidad de vida y de la esperanza de años que cada cual puede esperar vivir. Incluso diré que los trabajos que se realizan en el ámbito de la salud pública internacional nos ayudan a clarificar el hecho de que, en términos de beneficios para la salud, es más importante la adecuada eliminación de excretas y aguas negras que la propia disponibilidad de agua potable en los domicilios.
En el documento histórico que hallé en mi trastero y al que me refiero, las justas argumentaciones que expone la autoridad y la pertinente solicitud de aportación a cada vecino me hizo recordar cómo era la vida en Hacinas antes de que se iniciara tan determinante suceso: ése que quedó grabado en nuestra memoria colectiva con el eufemismo casi bíblico de “la traída de las aguas”.
Los hacinenses que tienen menos de cuarenta años en la actualidad, y que por lo tanto no habían nacido o eran muy niños cuando ocurrió tan feliz evento, no sabrán que hubo un tiempo en que caminar por algunas callejas del pueblo era, aproximadamente, como andar por campos minados.
- Mira por donde andas, ojazos, o vas a pisar donde no debes. ¿O es que no te das cuenta cómo está por ahí n’eso?
- ¡Vaya! Otro día vamos a coger moras por otro lado, porque por aquí n’esto viene mucha gente y no a por moras precisamente…
- Sí, más parece que vengan a dejar que a coger, como nosotros...
El progreso en general, y las nuevas tecnologías que trae consigo, como los váteres, tienen también su parte más negativa. Tal es el hecho frecuente de que nos aíslan a unos de otros y nos hacen más egoístas fomentando el individualismo más feroz. Se lo digo porque hubo una época en Hacinas (no hace tanto, ¡yo ya había nacido!, hablo del último tercio del siglo pasado) en que ciertas actividades personales que ahora muy poca gente se plantea realizar en público, no eran sino una expresión comunitaria y festiva de la necesidad fisiológica.
- ¿Dónde se habrán metido éstos?
- No sé, les busco hace rato pero ¡no están por tal tierra! Parece que les vieron trasponer por el lado de allá.
- Pó que se hayan ido a tirar el pantalón a la arrein de la tía María… ¡como si lo viera!
- ¡Pues como les pille les arrea un par de ellas detrás de cada oreja…!
- Déjales que se diviertan todos juntos, que son jóvenes…
Hubo un tiempo en que entrar en algunas casonas, establos o cochiqueras tenía doble ración de riesgo: el determinado por la presencia del bestiario doméstico y la disposición aleatoria de sus excrementos, y el añadido del derivado de la presencia humana que a veces evidentemente había sido urgente, cuantiosa y depositada en cualquier parte del recinto sin luces, señales, ni avisos de situación.
- Vamos a por hojas para los cochinos.
- Bueno, dame el caldero y te ayudo a cogerlas, pero luego les echas tú, que a tu casona no hay quien entre.
- No seas tan remilgao. Con que te fijes un poco se arregla el asunto. Donde veas un cacho periódico ya sabes que tienes que andarte con cuidado. Y se acabó.
Esa era otra de las grandes utilidades de la prensa escrita después de leída, y a veces antes: la de facilitar las actividades higiénicas de cada cual, por muy áspera que esa colaboración pudiera resultar. Eran tiempos donde el autoconsumo era un planteamiento vital, y el reciclado no era una actividad más del esnobismo, como lo es ahora, sino la expresión más patente de la necesidad. A la fuerza, que diría alguno, y yo lo suscribiría. Con la consiguiente ventaja de amenizar también, y previamente a su uso final, la parte más aburrida del proceso evacuatorio informándonos de cuanto acontecimiento digno de mención había sucedido en Burgos y la provincia.
Hubo una época, no tan lejana, en que la gente enseñaba a las visitas el cuarto de baño recién construido como una rareza, casi excéntrica, que nos imponía la modernidad que venía, impertérrita, a apoderarse de todo y a marcarnos una nueva forma de vivir. Una época donde el desconcierto inicial fue tan grande que hubo que vencer prejuicios y luchar a brazo partido contra una fuerza titánica, que es la de la costumbre.
- Tu prima se ha hecho un cuarto de baño de ésos con mármol en las paredes, pero dice que va a seguir yendo a la calleja a aliviarse p’a no mancharlo mucho.
- ¡Si será mostrenca!
- Déjala, así se orea un poco…
Hubo un momento en nuestras vidas en que se acabó lo que de comunitario y festivo había en la actividad fisiológica más común, mejorando la transitabilidad de callejas y callejones, aunque fuera a costa de disminuir notablemente los índices de lectura entre el vecindario. Se trata de tributos que hemos tenido que pagar al progreso para poder vivir más y mejor.
Cuando he tenido que trabajar en determinados lugares del mundo con bajo nivel de desarrollo humano y mucha pobreza, y he analizado cómo viven sus habitantes y por qué motivos muchos de ellos enferman y mueren tan frecuente y precozmente, he sacado la conclusión científica de que el hecho de no tener acceso a agua potable y no disponer de un sistema de eliminación de excretas y aguas residuales en condiciones, era la causa de una gran parte de esos problemas de salud y de falta de desarrollo. Si pensamos cómo son sus condiciones de vida, al menos en estos aspectos, concluiremos que no se trata de mundos atrasados varios siglos respecto a nosotros. Sino que son pueblos que viven en situaciones de subdesarrollo parecidas a las que nosotros sufríamos, solamente, hace 40 años. Por ello al bucear esta mañana en mi trastero y encontrarme con la carta del Alcalde Don Bonifacio Rojo supe que había encontrado un documento histórico. Algo que marcaba, ineludiblemente, el fin de una época de precariedades históricas para Hacinas.
Y supe además que en esa cuartilla se marcaba el inicio de otro tiempo que nos lanzaba, imparable, hacia el progreso y hacia rotundas mejoras de las condiciones de vida y salud.
Manuel Díaz Olalla
(Publicado en la revista Amigos de Hacinas, 4º trimestre de 2006)
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