La noticia, de boca de su hijo Julio, aquélla mañana prenavideña fue, además de sorprendente, como si mi gran amigo me hubiera planteado un enigma que no acertaba a comprender. Nos había dejado Jesús El Pollo, así, sin avisar, y su sola ausencia generaba un desorden y un desconcierto en mis referentes vitales muy difíciles de desentrañar.
Porque Jesús ha sido muchas cosas para mí. Desde luego una presencia consustancial a Hacinas. En multitud de recuerdos, en casi todos, que conservo de Hacinas desde que era niño aparece Jesús como era él: bonachón, divertido, trabajador, amante y admirador de los suyos, y siempre dispuesto a una buena conversación o a una partida de cartas. Llegar a Hacinas, a partir de ahora, y no encontrarle se me va a hacer muy extraño y difícil.
Recopilé con urgencia aquélla mañana anécdotas y pasajes infantiles y de juventud en los que aparece él, y he pasado algunos buenos ratos con esos recuerdos: como cuando íbamos, ya mocitos, Jesús padre con Jesús hijo, Julio y yo a pescar cangrejos a Cascajares y fingíamos ataques súbitos de tos cuando encendía su rosli para disimular delante de él, ilusos de nosotros, que ya a esas alturas éramos fumadores impenitentes y empedernidos; o cuando le acompañábamos las noches de las fiestas de Santa Lucía a repartir los mozos a los que había sentado mal algún vino por toda la comarca, de pueblo en pueblo, y las carcajadas que nos producían las torpezas etílicas que cometían; o cuando interpretábamos el papel, al amanecer, de que nos levantábamos de la cama cuando en realidad si estábamos vestidos a esa hora era porque en ese mismo instante en que él se despertaba nosotros pretendíamos acostarnos...
Tantas anécdotas recordé de tantos momentos compartidos, y otras muchas que no cuento, que sentí sin duda que alguien muy importante en mi vida desaparecía para siempre.
Alguien me hizo llegar una de las últimas cartas que escribió y quedó sin enviar. Le decía a un amigo en relación a mi presencia en la foto de toda la familia celebrando las bodas de oro, que yo estaba en ella porque era “como un hijo más y que él me tenía como tal”. Me emocionó leerlo porque, verdaderamente yo me he considerado siempre, en esa gran familia, como uno más. Por eso entiendo ahora lo que noté cuando Julio me dio la fatal noticia: fue un escalofrío de orfandad porque yo también, como todos sus hijos, me quedé un poco sin padre aquélla mañana de Diciembre.
He oído decir, y creo haberlo comentado en estas mismas páginas, que la llegada de Jesús y Julia a Hacinas hace cincuenta años supuso, de alguna manera, una pequeña revolución en aquélla sociedad rural muy endogámica, y demasiado cerrada e impermeable. Eso, por lo que tiene de cambio de mentalidad, y la incomprensión que produjo a su alrededor tuvo que acarrear más de un disgusto a la joven pareja. Pero el esfuerzo, visto con esta perspectiva que ahora tenemos, sin duda ha merecido la pena. Si algo maravilloso hizo Jesús en su vida, junto con su inseparable Julia, fue levantar ese gran imperio que es esa extraordinaria familia.
Por eso y porque fue un hombre eminentemente bueno es por lo que la siguiente mañana a la tan triste a que me refiero apareció un sol espléndido de invierno en el cielo serrano y el castillo de Hacinas, el camposanto y toda la campiña de alrededor no fueron capaces de acoger a la cantidad de gente que llegó, emocionada, a darle el último adiós y a acompañar a su familia, rota por el dolor.
Dolor que es el mío porque también lo es esa familia.
Manuel Díaz Olalla
(Publicado en "Amigos de Hacinas" en Enero de 2007)
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