En lo que a mí respecta, además de la emoción siempre incomparable de volver a Hacinas (una especie de turbación de la que sólo podemos disfrutar en toda su plenitud los que lo hacemos pocas veces al año), lo de aquel día trataba sobre todo de saldar una deuda afectiva, cumplir una promesa demasiado pendiente, restañar una herida que, a pesar de los años, no acababa de generar suficiente tejido de granulación.
Mi madre, Agustina, esa mujer admirable que nos dejó hace ya más de cuatro años, la que pasó su vida amando a su pueblo, recordándolo cada día e inculcándonos ese cariño a todos los que la rodeábamos, ella, en sus últimos años, se ponía melancólica cuando echaba la vista atrás y muchas veces la oímos exclamar con tristeza:
- ¿Y las tierritas? ¿Qué habrá sido del prao de Pinilleja?
- Allí estará… cualquier día cogemos y nos vamos a verlo….
Ese día nunca llegó para amargura de la propietaria y vergüenza del que prometió en vano. Y, lo diremos aquí en descarga del autor de este relato, si no se hizo no fue por falta de ganas. En muchas ocasiones, ya lo saben, las cosas urgentes no nos dejan atender las auténticamente importantes. Y el tiempo fue pasando y ella se fue. Tristemente, entonces, un servidor, Manolo el de la Agustina, o Manolín como también me llaman aún en Hacinas, hizo otra promesa, en esta ocasión a sus hermanas y sobrinas: la de efectuar la misión de reconocimiento pendiente más temprano que tarde.
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En el prao de Pinilleja (que era de San Marcos, como dijo Agustín) |
Una cosa es predicar y otra, ya lo saben, dar trigo. Y difícilmente podría dar respuesta a lo acordado sin, ¿cómo decirlo?, apoyo externo especializado. Yo recordaba vagamente el
prao tan querido como abandonado por haberlo visitado siendo muy jovencito… casi un
gurriato. Posiblemente en aquéllos mismos días en que recuperábamos del desconocimiento de siglos árboles de piedra en las cercanas
Trisineras. Y a eso, a buscarlo, nos dispusimos un grupo de amigos, además de mi familia. Tuvimos la suerte de contar con un guía de lujo por los montes de Hacinas, Agustín, así como con bibliografía de expertos: el “Diario de tenadas, mojoneras y términos de Hacinas” de Antonio Cámara, ese documento magistral e imprescindible para los que pretenden adentrarse en terreno desconocido sin perder el rastro. Porque no hay nada como beber en las fuentes naturales, se lo dice quien lo ha hecho en la
Iguariza y en
Campo los Muertos algunas vece
s. Porque si nos hubiéramos guiado por las señas que nos daba el registro, el catastro y hasta el
google map (latitud, longitud y coordenadas xy)
aún estaríamos dando vueltas por la ledanía de Gete o por la de Cabezón, como ovejas modorras que no encuentran el rebaño y sin llegar a sitio alguno.
- Míralo, aquí está en el mapa, parcela 31 de Pinilleja
- Pues para mí que eso es San Marcos
- Pues aquí dice Pinilleja
- Pues como si dijera misa
Lo de las fuentes es muy importante, no lo olviden, como lo es el hecho de que donde esté un experto que se quiten veinte mapas, así que en la misma barra del bar un selecto grupo de ellos (ahora que no hay cabras y poca leña no nos cansaremos de dar las gracias a la micología por su inestimable aportación a la supervivencia del conocimiento de caminos, páramos y barbechos) no tardaron ni dos minutos en dictar su docto veredicto.
- Ese prao que dices, que era de tu abuela, es el último de San Marcos
- Pero aquí en lo del catastro dice...
- Como si dijera misa...
- Si señor, como usted diga
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