Me tomo la libertad de cambiar, por esta vez, el tono y la temática de mis modestas notas para haceros a todos una recomendación veraniega: leer, o releer para quienes ya lo hayan hecho, algunos libros de los que componen la inmensa y admirable obra de un castellano que ha sabido plasmar, mejor que nadie, el espíritu de Castilla y el alma y la manera de entender la vida de los castellanos: Miguel Delibes.
Delibes nació en Valladolid el 17 de Octubre de 1.920 y falleció también en Pucela el 12 de Marzo del año actual a punto, por tanto, de cumplir los 90 años. Periodista y Director de El Norte de Castilla, inició su extensa carrera literaria en 1.947 con la novela La sombra del ciprés es alargada, comenzando con ella, también, el periplo de premios y reconocimientos que ha jalonado toda su existencia, pues con esta opera prima, obtuvo el Premio Nadal de ese año. Sería agotador hacer aquí un listado de ambas cosas, libros y premios, pero me permito señalaros los que a mi modo de ver pueden satisfacer mejor la curiosidad del lector que no conoce su obra o la de aquél que, buscando la emoción de dejarse envolver por la belleza transmitida mediante la escritura, quiera volver a sentir tal maravilla.
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Porque es muy cierto que la enorme capacidad del autor para narrar de forma sencilla pero absolutamente explicativa escenas, paisajes o personajes de nuestra tierra no ha sido superada por ningún autor contemporáneo. Leyendo algunos de sus textos he tenido la impresión, muchas veces, de ver más cosas de las que hubiera apreciado mirando una fotografía de los lugares que describe o de las gentes que retrata. Ese talento es, a mi modo de ver, una de sus principales aportaciones al arte de escribir y la sencillez de sus descripciones hace, de cada uno de sus libros, una joya inigualable. El otro rasgo consustancial a su obra, además de la permanente presencia de Castilla en todos sus relatos, es su dedicación artística y didáctica a la caza, que era una de sus aficiones más conocidas, siempre desde un profundo respeto a la naturaleza y a sus criaturas, incluso a las que eran víctimas de su escopeta, y una visión de la ecología como auténtica filosofía de vida. En este contexto leer libros como Diario de un cazador (1.955), Viejas historias de Castilla la Vieja (1.964), El libro de la caza menor (1.966), Con la escopeta al hombro (1.970) o Castilla, lo castellano y los castellanos (1.988) es una tarea tan suculenta como gozosa que no puedo menos que recomendaros a todos los amantes de esta tierra y especialmente a los que, además, la recorréis habitualmente con la escopeta o la caña.
Pero Don Miguel fue también un agudo observador y cronista de las costumbres de su época y de los aspectos más sublimes y mezquinos del alma humana. En novelas como El camino (1.950); La hoja roja (de 1.959, un canto sosegado y lúcido sobre el final de la vida); Las ratas (de 1.962, libro dónde la descripción de la miseria de la Castilla rural de la postguerra se hace estremecedora); Cinco horas con Mario (de 1.966, uno de los mejores monólogos escritos de la historia de la literatura); El príncipe destronado (1.973) o la cinematográfica Los santos inocentes (1.981), llega a emocionar de tal manera que es casi imposible abandonar su lectura hasta que se alcanza el punto final. Más recientemente fue capaz de describir de forma magistral la vida y las escenas cotidianas de una ciudad castellana en el periodo medieval en la excelente novela titulada El hereje (1.998) con cuya lectura se llega a sentir hasta el aroma de los leños y la carne ardiendo en las piras de la Inquisición. Así, culminó su carrera literaria con la publicación en 2.005 del ensayo La tierra herida, escrita junto a su hijo Miguel Delibes de Castro, que es un grito desgarrado de amor a la naturaleza.
Como la lista sería inacabable y con seguridad me he dejado entre las teclas muchos otros ensayos y novelas que merece la pena rescatar del olvido si es que allí los teníamos, os animo a que repaséis y elijáis lo que más os apetezca deteniéndoos un momento delante del escaparate de cualquier librería: esta afición nuestra por lo necrológico va a conseguir que se reedite de nuevo toda su obra y durante algunos meses podremos encontrar cualquiera de sus libros fácilmente. Como sois mis amigos, de momento esa tarea la he hecho yo en vuestro nombre y os he seleccionado alguna de sus novelas preferidas por mí. No os privéis de ese placer incomparable de abrir un libro de Delibes por la primera página para, después, dejarse envolver por el clima y las escenas que dibuja, hasta bebérselo entero letra a letra. Si esa lectura puede hacerse a ratos sentado bajo un chopo junto al río o en un banco en Sancirbián, os aseguro que, en muchas páginas, notaréis que el autor estuvo allí y vio el mismo paisaje que pueden contemplar tus ojos si levantáis un poco la vista por encima del libro.
Cuando hace unos meses los mozos que solemos gastar un fin de semana al año en deleitarnos con nuestra jornada gastronómico-cultural (más de lo primero que de lo segundo, esa es la verdad) pasamos por delante de la casa de Miguel Delibes en Sedano, ninguno sabíamos que el maestro andaba entonces en eso de escribir las últimas páginas de su novela personal, pero todos sentimos una emoción muy grande que expresamos con un silencio denso que duró algunos minutos. Un servidor, aprendiz eterno de escritor que hace mucho comprendió que nunca le llegaría a Don Miguel ni a la suela de los zapatos ni, dicho sea de paso, lo pretende, recordó aquél día en que empezó a amar la literatura siendo niño en su pueblo, Hacinas, un verano de hace muchos años, sentado en el poyo de la casa de su abuela durante las siestas plomizas de un verano, devorando, a la vez, un trozo de hogaza con dulce de membrillo y la novela La hoja roja. Porque mucho de lo que sé de la vida, de esa tierra y de cómo somos, se lo debo al maestro y a tantas horas espléndidas que he pasado leyendo su obra.
Date este gusto. Este verano lee y relee los libros de Miguel Delibes. Te aseguro que no te arrepentirás.
Manolo Díaz Olalla
(Reseña para la Revista “Amigos de Hacinas”, Junio de 2010)
(Fotografía de Chema Conesa para el diario "El País")
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