De un tiempo a esta parte optamos por la discreción a la
hora de compartir con nuestro público y seguidores las gozosas noticias de las
reuniones de la Cofradía de Amigos del Cordero Lechal (“lechales” en adelante) para
no resultar reiterativos, acaparadores ni plastas. No fue una decisión fácil, pero
comprendimos que sólo con la reunión anual aparecemos en uno de cada cuatro
números de esta revista y si, después, con permiso de la dirección, nos dejáramos
llevar por la emoción y la fanfarria ocuparíamos una buena parte de las páginas
de que consta la publicación por lo que tuvimos miedo de que algún día este
medio perdiera su acertado nombre para pasar a llamarse “Revista de lechales”.
Nos limitamos por ello, con comedimiento y contención, a dar
una pequeña nota en el número de invierno correspondiente y, como si tal cosa,
volver a un modesto segundo plano hasta el año siguiente. Pero en esta ocasión
no podemos continuar con ese falso papel de cautos que tan poco nos pega y
queremos reclamar el espacio que merece el insigne acontecimiento que venimos a
anunciarles y que no es otro que los pasados días 25, 26 y 27 de octubre de
este año 2019 celebramos la edición número 40 de estas reuniones fabulosas, sin
faltar ni un año y con una nómina bastante constante de cofrades que, reunión
tras reunión, asciende a unos 15 ejemplares, lechal arriba o lechal abajo. En
esta ocasión, y como el calendario recomendaba, la quedada tenía que ser
especial y así lo fue gracias a la ilusión de todos y a la impecable
organización de un medalla de oro de la cofradía: Julito Cámara. Tanto se cuidó
el escenario que nos desplazamos a celebrarla a Urdaibai, Reserva de la
Biosfera, esa maravilla natural de Vizcaya de singular belleza, cuya contemplación
la complementamos con paseos y estancias por otras localidades cercanas (Gernica,
Mundaca, Sucarrieta-Pedernales, San Juan de Gaztelugache y Baquio).
No entraremos aquí en detalles para que vean que nuestros
deseos de moderación son sinceros, pero debemos decir que las jornadas, los
ratos pasados, los lugares visitados (los de contemplar la naturaleza y los otros)
y esa magia de disfrutar de estar todos juntos, volvieron a brillar,
deslumbrantes, como pocas veces lo había hecho. El medio condiciona, ya lo
saben, y no se puede disfrutar de esos parajes naturales sin gozar y mucho del paisaje
humano que, año tras año, componemos los amigos que nos juntamos.
Nos encontramos la primera vez el 25 de mayo de 1980 (como las
cabezas ya no están buenas del todo y ha llovido tanto, sobre el día exacto
nunca acabamos de ponernos de acuerdo, pero la señalada es la fecha que goza de
mayor consenso) un grupo de amigos, el germen de los futuros “lechales”, en
Aranda de Duero con la sana intención, creíamos, de pasar el día y dar buena
cuenta de algunos cuartos asados del óvido infante en la Casa de Rafael
Corrales. Si a alguno de aquellos amigos hacinenses, por aquél entonces mucho mozos y bien majos, que nos reunimos
con tan sana y provechosa intención aquel día lejano, nos hubieran contado que
40 años después seguiríamos encontrándonos con el mismo propósito y anhelo, año
tras año y sin fallar ni uno solito, no lo hubiéramos creído. Pero no ha sido
la incredulidad lo que nos ha hecho llegar hasta aquí, hazaña que bien
merecería figurar en un libro de excesos que se publica en inglés, como bien
dijo el genial Krahe, si no la sana alegría de continuar y no darle una sola
ocasión al olvido o la indolencia para que hicieran la más mínima mella en la
profunda amistad y camaradería que nos une. Porque tanto mérito tuvieron los
que lanzaron la primera cita como los que, a punto de despedirse aquella vez
pionera dijeron “¿Y si repetimos el año que viene? Vamos a poner fecha…”.
De esa forma, después de aquella reunión inaugural sin saber
que lo era, siguieron otras dos en la misma localidad de la Ribera (1981 y
1982), la más frecuentada por la cofradía, y para que no decayera convocamos la
cuarta en Burgos en el año 83, después de nuevo en Aranda (84), El Burgo de Osma
(85), Pedraza (Segovia) en el 86, Riaza (también Segovia) en el 87, la
burgalesa Roa en el 88, Cuéllar (Segovia) en el 89, Burgos en el 90, Ereño
(Vizcaya) en el 91, Torrecaballeros (Segovia) año 92, Aranda en el 93, Soria en
el 94, Haro (Logroño) en el 95, Villalcázar de Sirga (Palencia) año 96,
Covarrubias en el 97, Hontoria de Valdearados en el 98, Vilvestre del Pinar en
el 99, Aguilar de Campoo en el año 2000, El Burgo de Osma en 2001, Soria en 2002, Lerma en 2003, Aranda, otra vez, en 2004,
Las Viniegras (Rioja) en 2005, Burgos en 2006, Vilviestre del Pinar en 2007,
Tariego de Cerrato (Palencia) en el año 2008, Valdelateja (Valle de Sedano, Burgos)
en 2009, Berberana (Burgos) en 2010, Ayllón (Guadalajara) en 2011, Saldaña
(Palencia) en 2012, Gumiel de Izán (Burgos) en 2013, Poza de la Sal (Burgos) en
2014, Porto Colom (Mallorca) en 2015, La Vid (Burgos) en 2016, Rioseco de Soria
en 2017, Valle de Valdelaguna y Castrovido en 2018 y Urdaibai y San Juan de
Gaztelugatxe (Vizcaya) 2019, el año de los 40, que no pican pero atormentan.
La educación y la cultura es la mayor riqueza de los pueblos
y tan sensibilizados estamos de ello que en ninguna reunión faltó la visita
cultural, el museo, las ruinas, la iglesia, el centro de interpretación o la
bodega, aunque, eso sí, deprisa, vamos, no se fuera a pasar la hora del blanco.
Tenemos la memoria ya tan enclenque que desde hace años llevamos un libro de
actas en el que se apuntan todos los detalles de cada reunión, aprobándose, o
no, según proceda, cada año la del anterior y añadiendo, cuando es menester,
quejas, comentarios o sugerencias de los cofrades. La recepción de asistentes
el viernes, la partida de mus tras las comidas del sábado, el posado de Carlos
para el álbum de fotos y el repaso al variado y trasnochado repertorito
musical, a veces a capela, pero siempre bajo la exigente batuta de Paco y el
auxilio de la guitarra de Manolo, se han convertido ya en clásicos de estos
fantásticos encuentros de amigos.
No queremos abusar más de su atención y su confianza, hemos
dicho que todo lo hacemos sin ánimo de protagonismo, pero no nos equivocamos si
afirmamos que los lechales de Hacinas se han convertido en leyenda: “Lechales,
cuarenta años dejando bien alto el nombre de Hacinas en tascas, bares, casas de
comida y locales de esparcimiento de Castilla y León”.
Cuarenta años nos contemplan y lo que empezó siendo una
reunión de amigos se ha convertido en un clásico del otoño castellano, la
perseverancia en mito y este modesto secretario de cofradía en Historiador de
este asombroso fenómeno que ya forma parte de nuestra historia.
Manolo Díaz Olalla
Historiador de los
Lechales
N. del A. Se acompaña esta crónica de dos fotos. Son de las
dos reuniones celebradas en Vizcaya, una del año 1991 en Erentxun y otra de
este último año en la isla de Txatxarramendi. No ponemos cuál es cada una
porque preferimos que lo adivine el avispado lector. Ah, y no admitimos bromas
al respecto. Gracias.