En cuestión de pesos, longitudes y volúmenes, el sistema métrico decimal y lo consensuado en la 1ª Conferencia General de Pesos y Medidas de París de 1889 no admiten discusión, pero estarán de acuerdo conmigo en que a veces necesitamos algún “patrón” cercano y manejable, de esos de andar por casa, para poner en referencia cualquier dimensión, ayudándonos así a comprender mejor el tamaño de las cosas.
A ver si me explico. En Cuba, por ejemplo, la unidad de volumen más utilizada en la cocina es la latica de leche condensada.
-… y ¿cuánto arroz le pongo?
- No sé… como dos laticas de leche condensada.
Mi madre, excelente cocinera, también tenía claras las dimensiones de las cosas en la práctica culinaria común aunque dentro de un planteamiento, ¿cómo diría?, completamente autodidacta.
- …y si le añades un poco de caldo te queda buenísimo.
- Un poco… ¿cómo cuánto?
- Pues un poco así, más o menos.
Siempre he pensado que por no entender cómo de grandes eran “los pocos así” de mi madre en la cocina nunca pude hacer unas patatas con bacalao ni la mitad de buenas que las de ella.
Mi abuela fue otro ejemplo para mí de lo imprecisas que pueden resultar las medidas si se expresan en el sistema internacional y, sin embargo, lo efectivas que resultan cuando se miden según otra escala de mesura y de valores.
- ¿Dime abuela, cuántos litros de agua vas a necesitar?
- ¡Qué litros, ni litros…! Con que me traigas dos viajes de agua de Los Cubillos tengo bastante.
Ella tenía sus cálculos claros, y siempre le salían bien. Por ejemplo y a saber: para lavar un poco de ropa (unas rodillas, dos toallas y algún mandilón de trajinar en casa) 2 viajes de agua (4 calderos en su sistema particular de conversión de unidades); para bañarse y dependiendo del tamaño de la víctima y la gravedad del ensuciamiento, entre 3 calderos (gurriato no muy sucio) y 6 ó 7 (persona mayor que acaba de cambiar la cama a los cochinos) y así sucesivamente.
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A ver si me explico. En Cuba, por ejemplo, la unidad de volumen más utilizada en la cocina es la latica de leche condensada.
-… y ¿cuánto arroz le pongo?
- No sé… como dos laticas de leche condensada.
Mi madre, excelente cocinera, también tenía claras las dimensiones de las cosas en la práctica culinaria común aunque dentro de un planteamiento, ¿cómo diría?, completamente autodidacta.
- …y si le añades un poco de caldo te queda buenísimo.
- Un poco… ¿cómo cuánto?
- Pues un poco así, más o menos.
Siempre he pensado que por no entender cómo de grandes eran “los pocos así” de mi madre en la cocina nunca pude hacer unas patatas con bacalao ni la mitad de buenas que las de ella.
Mi abuela fue otro ejemplo para mí de lo imprecisas que pueden resultar las medidas si se expresan en el sistema internacional y, sin embargo, lo efectivas que resultan cuando se miden según otra escala de mesura y de valores.
- ¿Dime abuela, cuántos litros de agua vas a necesitar?
- ¡Qué litros, ni litros…! Con que me traigas dos viajes de agua de Los Cubillos tengo bastante.
Ella tenía sus cálculos claros, y siempre le salían bien. Por ejemplo y a saber: para lavar un poco de ropa (unas rodillas, dos toallas y algún mandilón de trajinar en casa) 2 viajes de agua (4 calderos en su sistema particular de conversión de unidades); para bañarse y dependiendo del tamaño de la víctima y la gravedad del ensuciamiento, entre 3 calderos (gurriato no muy sucio) y 6 ó 7 (persona mayor que acaba de cambiar la cama a los cochinos) y así sucesivamente.
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