Foto: EFE/Jesús Monroy |
Nos quieren parejos, indistinguibles, cortados como por el mismo patrón, igualados, aunque no seamos ovejas, porque así nos pueden pastorear mejor. No nos colocan la barrila porque no pueden, pero cuenten que para ellos ya estamos marcados con remisacos o con aguzos, dependiendo del rebaño, para que no nos chospemos y vayamos todo el día como amorrados. Eliminan lo genuino, lo que nos caracteriza y nos hace diferentes, nos quieren mostrencos y les molestan hasta los caretas si llamamos demasiado la atención. Mucho me temo que cualquier día nos mancorvan y nos arremeten con sus cachiporras o nos azupan sus canes.
Es la dictadura de la uniformidad, que busca no solo
facilitar la tarea del pastor, burriquero
o boyero, depende del “ganao” que acarreen,
sino también anularnos como grey y que no nos escarriemos, so pena de hincarnos sus girodias donde más duela.
En todos los manuales de sometimiento y guerra psicológica se
marca la prioridad de eliminar todo lo que hace diferentes a los que se quiere
dominar, subrayando lo importante que es homogeneizar, equiparar y, si es
necesario, apartar a los que difieren, estén esgurriados o tengan badana,
que tanto da o, simplemente, sean ojinegras
en un rebaño de blancas, anden con modorra
o no acudan a escape cuando les chifle el amo. No digo nada si estás machorra o se figuran que seas merina en atajo de churras. Te esquilan, que es como si te dieran un
uniforme, y te borran el alias y hasta el apodo para convertirte en un número
más.
No duden de que es así, aunque un poco más sutil. Viajas y
te cuesta reconocer lo auténtico, lo característico de cada sitio, lo que hace
único un pueblo, una ciudad, una cultura o una lengua. Se vive una invasión de
restaurantes de las mismas grandes cadenas comerciales donde te ponen la misma
manduca y cada vez es más difícil hallar tiendas de barrio o mercadillos donde
encontrar productos diferentes. Todos, aquí o allá, en esta o aquélla majada, comemos el mismo pasto y nos
surtimos de los mismos aperos. Hasta balamos igual, ese es el problema.
Vamos a Hacinas, hoy en día, y cuesta escuchar que alguien
se dio una órdiga o estuvo a punto de
descocotarse, si se arranó alguna casona, o si hay que amolarse cuando vienen unos pelujetos de otro pueblo. Más bien, en
el bar o en la calle, oyes hablar de influencers, de si algún muchacho
imprudente potó en una calleja, de que lo mejor es que rule o de que hay que
irse a casa porque va haciendo gusa. O sea, que cierras los ojos y no sabes si
estás en la maravillosa localidad serrana que nos vio nacer o nos acogió desde
niños, o en Valdepeñas, es un decir. Y a fuerza de perder lo que nos hace
únicos y diferentes dejamos de ser pueblo para convertirnos en masa informe
preparada para su adecuado manejo.
Sí, efectivamente, los medios de comunicación masiva, con
sus enormes ventajas y su incontestable aportación al progreso, acaban con el
lenguaje propio de cada lugar y hasta con su idiosincrasia, eso sin hablar de
cómo nos someten, como el cojudero a
los borregos, al pensamiento único, que esa es otra más peliaguda.
Sofocar lo que no es igual, acabar con esa larvada rebelión
de lo dispar, ese es el propósito. Y en esta batalla oculta y permanente, los
que dirigen la morcada, en sus mestas, se frotan las manos, porque
saben que igualados estamos perdidos, nos apacentan a su antojo, nos llevan a
la era que más les guste y, allí, nos venden el puchero que más les interesa y nos lo atan al cuello.
No es fácil, no lo dudo, tienen todas las cachavas preparadas para domarnos y a
los perros de la globalización, con sus carlancas
erizadas, dispuestos a someternos. Pero propongo desde aquí a los eficientes
mayorales que gobiernan el hatajo que somos, munícipes, responsables de las
asociaciones, paisanos ilustres, una campaña para promocionar el “hacinés”,
maravillosa lengua que aprendimos desde infantes, en peligro de extinción,
sofocada por el habla homogeneizada e insulsa que nos meten todos los días en
la cabeza, como el merinero atiza a
las andoscas descuidadas.
Ojalá que así sea y en unos años podamos celebrar a lengua
suelta, chichorros o con ropa, colodros o serenos, mangarranes o de punta en blanco, el renacer de nuestro idioma
local, tan rico, distintivo y exclusivo. Lo celebraremos, aunque sea, y por
mucho que esté mal visto, echando un caliqueño
que, en perfecto hacinés, no es lo que ustedes se imaginan sino un purito de
esos esgarramantas, que sueltan malos
humos, pero tan buenos momentos nos han hecho pasar.
Manolo Díaz Olalla
El día de la Merced de
2023
Nota del autor. Las palabras escritas en cursiva son
expresiones usadas en Hacinas que no están incluidas en el Diccionario de la
Real Academia de la Lengua, según el “Diccionario tradicional del siglo XX de
un pueblo serrano-burgalés” (Jesús Cámara Olalla, 2011, editado por la
Asociación Amigos de Hacinas), excepcional trabajo que propongo desde aquí como
referencia oficial del hacinés.
Publicado en la Revista de la Asociación "Amigos de Hacinas" , nº 181, III trimestre de 2023