Vivo
fascinado por los avances de la tecnología de la información. Seguro que a
ustedes les pasa lo mismo. En muy pocos años se ha experimentado un adelanto tan
rotundo como inimaginable. Todo lo que tiene que ver con internet y lo que se
deriva de ese conjunto descentralizado de redes de
comunicación
interconectadas (mensajería instantánea, correo electrónico, geolocalización) supone
un progreso de incalculables dimensiones para la humanidad. Si además el uso
que se le diera fuera el más apropiado para el beneficio de las personas, o sea
y como se dice ahora, para el bien común, el paso dado no tendría parangón. La
transformación que ha producido en nuestras vidas, hasta en los aspectos más
cotidianos, ha sido y es radical. Muchos de nosotros no conciben salir de casa
sin el teléfono móvil en el bolsillo, ni coger el coche sin conectar el GPS. Tanto
es así que ya existen tratados de las enfermedades relacionadas con la adicción
a estos sistemas, y que vayamos sustituyendo poco a poco el contacto
interpersonal por el intermediado por las máquinas. Pero créanme, no hay nada
parecido a la realidad que nos rodea, a la de verdad, a esa que se huele, se
toca, se palpa y hasta se besa, por mucho que prefiramos vivir en otras
realidades falsas o recreadas en esos aparatos modernos: las llamadas
realidades virtuales.
A mí me
gusta más pensar que sin reemplazar a nada de lo de verdad, las nuevas tecnologías
nos alivian y nos pueden ayudar a sobrellevar la ausencia y la lejanía. Por
ejemplo: no hay nada comparable con abrir la ventana de su casa en Hacinas para
saber si hace sol o si llueve, si vienen nubes por la parte de la Peña Villanueva o deducir si falta mucho
para la hora del vermú, pero cuando
estoy en Madrid o en Santiago de Cuba o en Sebastopol tengo otra ventana, una
virtual, que me sirve para lo mismo. Se trata de la webcam de la maravillosa página de internet meteohacinas, una iniciativa de meteorología avanzada puesta en
marcha por unos jasp (“jóvenes aunque
sobradamente preparados”) hacinenses que te permite tener abierta desde
cualquier sitio y “en tiempo real” una vista de nuestro pueblo y sus
alrededores. Ahora mismo, las 11 y media del día 25 de septiembre de 2016,
mientras escribo esto en mi casa de Madrid, contemplo encantado cómo estaba
Hacinas a las 11 y 25 (ver foto). Día soleado, algunos cirrocúmulos de menor
cuantía que nos abandonan por el Norte, y, por la luz, falta un rato para la
hora del blanco. Algo menos para que den las terceras, así que, quien quiera ir
a misa, más vale que se avíe a escape. Y usted me dirá:
-
Todo
eso está muy bien, pero los otoños son traicioneros, y aunque soleados, los
días pueden ser gélidos, a ver dígame, ¿qué me pongo para salir? ¿voy en camisa
o me echo la rebequita?
imagen de la webcam a las 11:25 h |
No hay
problema, amigo o amiga, la misma web, que refresca
la imagen aproximadamente cada media hora, le informa de que en nuestro pueblo
se registra una temperatura 17,7ºC, una
humedad del 44%, la sensación térmica es de 18ºC y está soplando un viento del
Nor-Oeste de 6 Km a la hora. Un soplidito, vamos.
Las ciencias
adelantan que es una barbaridad, diga usted que sí. Como he contado otras
veces, durante mi infancia y parte de mi adolescencia la ventana de la casa de
mi abuela era una ventana al mundo. Asomándote a ella recopilabas de un golpe
toda la información que necesitabas para tomar las decisiones más importantes
de la tarde: si coger el paraguas o no, si cambiarte los pantalones cortos, si
sacar la bici, si echar el bañador o si tenías aún un rato de tranquilidad porque
tus amigos llegaban con retraso.
-
Apúrate,
majo, que ya están ahí esos zascandiles.
-
Ya
voy, abuela.
Mis amigos
nunca tuvieron noticias de la calificación que les había adjudicado mi abuela.
Se lo estoy contando ahora de esta forma tan elegante. Ojalá la perdonen. Si
les viera ahora, tan serios, tan grandes y tan formales, seguro que cambiaba de
opinión. Pero lo más impresionante del caso que nos ocupa es que la vista de
Hacinas que se observaba desde aquélla ventana de mi infancia se refrescaba
instantáneamente. En realidad, el refresco más importante era el que sucedía
por fuera.
-
Échate
la chaqueta, cencerro, que parece que sopla cierzo, no te vayas a resfriar y
luego la tengamos con tu tía Casilda.
Porque ese
es otro de los aspectos más notables de esta revolución que nos ha tocado
vivir: la jerga que se genera alrededor de ella. Se crean todos los días
infinidad de palabras nuevas a la vez que se cogen otras, se las despoja de su
significado y se les asigna otro. Una locura, vamos. Así, y como saben, se dice
que las imágenes se refrescan cuando
se actualizan, y cualquiera de ellas las compartimos en las redes. En los años irrepetibles de que tanto les hablo, las
únicas redes que conocíamos eran las de las porterías del campo de fútbol,
habitualmente rotas, por lo que muchas veces no sabías si había entrado un gol
cuando el balón pasaba rozando el poste. O las de los reteles que usábamos para
ir a cangrejos. El muro de ahora es
una página inventada donde uno puede colgar comentarios y fotos para que los
disfruten, o los sufran, los demás, mientras que por aquél entonces era la
pared que separaba la casa de la casona. El
nudo donde se mezclan los datos que circulan se llama servidor, una etiqueta que se colgaba, antes, a quien por cortesía,
te hacía un favor.
-
Muchas
gracias por el bieldo.
-
Servidor,
salao.
Ahora la
información se puede almacenar en la nube,
pero hace unos años las únicas que conocíamos eran aquéllas que aparecían en el
cielo presagiando una tormenta, las mismas que veo ahora en Hacinas en esta
foto refrescada de las 14:24 a través
de la ventana que tengo abierta desde mi casa de Madrid, mientras pienso que lo
mejor que pueden hacer mis paisanos y amigos es pagar lo que deban en el bar,
abrocharse la zamarra y trasponer a escape si no quieren mojarse, también por
fuera, antes de llegar a su casa a comer, y tengan que recibir dos reprimendas:
una por cada mojadura.
imagen de la webcam a las 14:24 h |
Estas
ventanas virtuales que nos ofrecen maravillosas páginas web como meteohacinas son tratamientos paliativos
de gran efectividad que nos ayudan a calmar el dolor de la ausencia. Pero nada
parecido a aplicar la medicina curativa si es que usted puede permitírsela:
váyase a Hacinas, abra la ventana de su casa y, además de ver cómo se encapota
el cielo, compruebe in situ y en directo cómo huele a tierra mojada un rato
antes de que empiecen a caer las cuatro gotas y lo bien que le sienta ese vermú
del domingo compartido con amigos y familiares.
Manolo Díaz Olalla
Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", tercer trimestre de 2016
Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", tercer trimestre de 2016