En ocasiones algunas sensaciones quedan grabadas en la
memoria junto a determinados sucesos que hemos vivido. Tanto y tan fuerte se
unen que es casi imposible separar las unas de los otros por lo que,
inevitablemente, cuando nos encontramos sin querer con aquéllas vuelven a
visitarnos los recuerdos que suponíamos olvidados o escondidos en recónditos
escondrijos de nuestro cerebro. Seguro que saben de lo que les hablo: ¿cuántas
veces un olor, quizás el suave aroma de un perfume, o algo peor que eso, no
digo que no, quizás un hedor como de cama vieja de cochiquera, les ha traído la
dulce remembranza de una persona a la que no olvidan o, al contrario, que
quisieran olvidar, o cuántas veces observando un espléndido atardecer no han
tenido la sensación de que ya habían estado en aquél lugar anteriormente,
cuando están seguros de que no ha sido así? Es muy posible, cuando eso sucede,
que simplemente lo que huelen, ven y oyen es lo mismo que vieron, oyeron y
olieron en una ocasión en aquél otro lugar o junto a aquélla persona evocada y
es esa asociación neuronal la que ante el estímulo de los sentidos nos devuelve
aquéllos recuerdos dormidos.
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