jueves, 15 de mayo de 2014

In memoriam a dos voces: Leandro Olalla y Caprasio del Hoyo. Mís tíos

Mi tío Caprasio hace pocos años

Los de las orejas "espabiladas" somos mi tío Leandro y yo.
Nos acompañan mi madre y mi padre.
 La Salle, San Rafael,
Mayo 1966





















El pasado 10 de Enero falleció en Griñón, Madrid, el Hermano Leandro Olalla Molinero, a punto de cumplir los 96 años de edad, 79 de ellos como religioso de La Salle. Una vida entera dedicada a la Escuela Cristiana. Era mi tío.

Poco antes, el 20 de Octubre de 2013, nos había dejado, en Barcelona, Caprasio del Hoyo Martín. Le faltaban 5 días para cumplir los 91 años y era viudo de Casilda Olalla Molinero, mi tía. Fue, también y por ello, tío mío.

(Para seguir leyendo clicka aquí debajo)


Ambos fueron personajes muy importantes en mi vida y, cómo no, en la de todos los miembros de mi familia. Tras el inevitable dolor por las pérdidas, asumo de nuevo el resignado papel de cronista de las novedades necrológicas familiares. Una función que cumplo con el inmenso cariño que merecen los que se fueron, aunque con el penoso sentimiento de que las pérdidas no se pueden ni se podrán reparar porque el hueco que dejaron es inmenso y la convicción de que, pronto, se terminará este triste goteo que nos sobrecoge hace algunos años por el sencillo motivo de que somos nosotros, las generaciones que vamos detrás, los que estamos ya tomando los puestos que ellos van abandonado en la primera línea.

Y como siempre, buscando más amparo que inspiración, buceo en álbumes y en carpetas cundidas de cartas, legajos y notas inconexas y desordenadas, que recupero periódicamente de algún lugar ignoto de mi trastero tras ceñirme mentalmente el brazalete oscuro.

Mi tío Leandro fue un hombre prodigioso e indispensable. Con una vida marcada por los avatares históricos que le tocó vivir, su vocación inmensa por los demás determinó desde muy joven sus quehaceres, alejándole físicamente de su pueblo, aunque eso nunca ocurriera en su corazón. Siempre fue una persona de gran relevancia tanto en los colegios por los que pasó como en el seno de la familia, donde asumió con las limitaciones que le imponían sus otras funciones el papel de “cabeza de familia” cuando su padre, mi abuelo Ceferino, murió tempranamente.

Coherente siempre con sus creencias, sencillo y humilde, este enorme poeta y notable lingüista, este educador con mayúsculas, fue un personaje fundamental en mi vida y su presencia, creo, ha sido también una referencia  imprescindible en Hacinas en los últimos decenios. No lo haré ahora pero tengo mil historias que recordar y contar de tantos ratos que hemos compartido, algunas divertidas, estas casi siempre en relación con sus proverbiales “despistes”, y otras solemnes, pero todas enriquecedoras.

Algunos de sus mejores versos se han publicado en esta revista pero releerlos ahora, cuando su partida definitiva les ha adornado con una solemnidad desconocida, me produce una emoción inenarrable. Consigue en ellos recrear de manera admirable los paseos de mi abuelo por los campos de Hacinas en “La tarde del domingo”, el dolor anticipado por su pérdida en “Mi padre está enfermo”, el causado por la distancia cruel en “De la Nochebuena de mi recordada madre” o los sentimientos de admiración por la profesión pedagógica en “Maestro educador” y a su fe cristiana en “Salutación a María”. Todos, hacinenses y romeros, hemos entonado con devoción esos versos que dedicó a Santa Lucía (“Loor a la excelsa patrona de Hacinas…”) y, algunos, también los de la secuela que compuso de ese mismo texto, con toque de pregón, en homenaje a su madre a un año de su fallecimiento (“¡Que retoque la campana, y retumbe la bocina, que hoy con el alba comienzan, fiestas de Santa Lucía!”).

Una vida, la del Hermano Leandro, que merece ser conocida en profundidad a través de un relato biográfico a la altura de sus muchos merecimientos y cuya autoría yo me confieso, por anticipado, incapaz de asumir por la enormidad de la tarea. La reedición de sus mejores páginas, en verso y en prosa, sería también una excelente noticia, más sencilla de materializar. Yo, para mí, me quedo con la anécdota de recordar que cada vez que me reúno con antiguos alumnos suyos, compañeros míos, con ocasión de algún encuentro festivo y lúdico, no falta de sus labios un recuerdo cariñoso y lleno de admiración por aquél hombre ejemplar que fue su profesor y su maestro. Que, como ustedes saben, no son la misma cosa.

Mi tío Caprasio fue otra persona importantísima para mí y la visión que logró transmitirme durante mi infancia y adolescencia  de las cosas de la vida y de su pueblo, que es el mío, conformaron  el modo  que hoy tengo de entenderlas y de entenderlo. Una vida difícil marcada por la orfandad, la dureza del trabajo en el campo y la emigración, moldearon su carácter, a veces rotundo, pero siempre claro y sin ambages. Su presencia siempre inseparable de la de mi tía, era para mí un seguro de permanencia y disfrute durante mis veranos hacinenses y una fuente inagotable de información y consejos.

Hombre muy preocupado por los pequeños detalles, sabía disfrutar de la buena compañía, del rato de charla, de sus paseos por el campo, de las sobremesas tranquilas repletas de hazañas divertidas  y de la rutina dominguera de misa y vermú con sus amigos. Se hizo a sí mismo y después a su familia, de la que me enorgullezco en formar parte, y nos enseñó a todos que con abnegación, trabajo y tesón todo es posible. Quiso a mi tía tanto como a su hija Isabel, a su nieto Mario y a su yerno Pere. Siempre he vivido con la idea de que yo también le hice pasar algunos buenos ratos con mis cosas, mis historias y mis chascarrillos. Les hablo, por si no se han dado cuenta, de aquéllos años mágicos de nuestra vida cuyos mejores episodios, al menos para mí, he relatado muchas veces en estas páginas.

Fueron felices y nos hicieron felices. Descansen en Paz.

Se han ido en pocos meses mis tíos, Leandro y Caprasio, y nos han dejado un poco más huérfanos, tristes y abandonados. Dos hombres de una pieza. Tan diferentes como insustituibles.

Algo terrible debe estar pasando cuando la gente que quieres se va tan deprisa que te ves obligado a escribir las notas necrológicas a pares en una revista que, como esta, es trimestral.


Manolo Díaz Olalla
Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", Nº 143, Abril de 2014

3 comentarios:

Unknown dijo...

Buscando fotos de la Salle San Rafael, he llegado a este blog, para descubrir con pena que el Hermano Leandro nos dejó este año. Yo fuí alumno suyo, unos cuantos años después de la foto que usted tiene, y tengo un recuerdo magnífico de él.
Un fuerte abrazo a todos sus familiares.
DEP

MNL dijo...

Muchas gracias. Fue de verdad una persona inigualable. La gran satisfacción para nosotros es comprobar, como ahora con usted, el enorme cariño con que le recuerdan sus alumnos y todos los que le conocieron. Saludos

Anónimo dijo...

Conocí al Hermano Leandro en el colegio Institución La Salle de Madrid (también llamado las Aguilas). Él era el bibliotecario, y yo uno de los muchos alumnos que colaborabamos puntualmente con él en el prestamo de libros. Siempre le he recordado como la persona que me inculcó la pasión por la lectura, pasión que aun conservo ya más de 30 años después.

Muchas gracias por haber permitido recordar todo esto a través del blog, y enhorabuena por ser parte de su familia.