jueves, 23 de enero de 2014

Los recuerdos dormidos de mi tío Víctor


Contradiciendo las leyes básicas de la naturaleza y los principios más elementales de la demografía, de los hermanos de mi madre se fueron ellas y se quedaron ellos. Mi madre incluida. La norma universal es aquélla que determina  que nacen más hombres que mujeres y que aquéllos van desapareciendo más y más pronto que éstas de tal forma que las postreras etapas de la vida las alcanzan tres mujeres por cada hombre. Es en esa edad en la que se experimenta tan descomunal desequilibrio de sexos, sí,  y no antes,  por mucho que así lo pretenda cierta cultura popular.

Bien, mi abuela Margarita, esa mujer irrepetible de la que tanto les hablo en estas páginas y con la que aparezco fotografiado, yo un gurriato, en un retrato magistral del que es autor Jesús Molinero y que cuelga de una pared del Bar de La Plaza, y mi abuelo Ceferino tuvieron seis hijos. Todas las mujeres, Victoria, Felipa,  Agustina  y Casilda nos abandonaron ya, alguna de forma muy temprana como mi tía Felipa, mientras que aún tenemos la suerte de que nos acompañen los dos hombres, Leandro y Víctor, situados curiosamente casi en ambos extremos de la lista. Nos acompañan, sí, pero a su manera y en los últimos años, y como efecto de éstos, mostrando más bien poco interés por lo que les rodea.

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