domingo, 7 de noviembre de 2010

Se celebró la XXXI reunión de la Cofradía de Amigos del Cordero Lechal (con todo éxito de público y de crítica)


Sí, amigos, de nuevo nos reunimos. Fue el 30 de Octubre y, según los contables, lo hicimos para cumplir la edición XXXI de tan espléndido evento.
En esta ocasión visitamos el Monte Santiago, con el espectacular salto del Nervión, la ciudad de Orduña y el pueblo de Berberana en donde comimos fabulosamente en el Restaurante Amparo.
Bueno, todo inmejorable, desde los aspectos culturales y paisajísticos hasta lo puramente gastronómico.... porque, de la compañía ¿qué decir?... como siempre lo mejor!
Es cierto que, como comentaron los asistentes, se está llegando a un nivel de calidad en la organización,  los lugares, las visitas y los establecimientos dificilmente superables. Enhorabuena a todos, en especial a quienes han organizado excelentemente los últimos encuentros: Julio y Alberto.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Volver a las fiestas de Santa Lucía (crónica breve de sentimientos atropellados aunque sinceros)


Volver…. Esa es la cuestión. Tras una triste aunque inevitable ausencia, la del año 2.009, a las fiestas de Santa Lucía, he vuelto de nuevo a la campa de la ermita el tercer domingo de Septiembre, como mandan los cánones siempre que el día de San Mateo no se adelante a esa fecha, con el ánimo de reencontrarme con mi gente y de borrar, de un sólo golpe y por si fuera posible, ese baldón de un año de ausencia que había emborronado muy torpemente mi biografía personal tras una trayectoria de una vida entera sin falta ni tacha alguna. Lo hacía con el inmenso placer que en esta etapa de mi vida supone para mí volver a ver a amigos y familiares este día mágico para todos los hacinenses. Un día que posiblemente sea uno de los más especiales del año sobretodo ahora que, por las obligaciones y otros engorros de la vida, mi presencia se hace cada vez más escasa y casi siempre alrededor de algún suceso puntual, bien sea gozoso (la reunión gastronómica de amigos el último fin de semana de Octubre) o doloroso, cuando el acontecimiento que nos junta es algún suceso triste. Como ven, en fin, como los misterios del Rosario que recitaba la abuela en aquéllos atardeceres de mi infancia.

Este año, además, esta visita festiva tenía para mí un alcance y un interés diferente: enseñar este acontecimiento inigualable a mi mujer, Katiuska, quien lo iba a presenciar por vez primera y, como si de un experimento se tratara, comprobar en sus reacciones y comentarios cómo vive, comprende e interpreta un suceso tan inigualable para nosotros como es la Romería de Santa Lucía, una persona que por su origen, costumbres y vida previa nunca había tenido la ocasión de asistir a una fiesta de estas características. Lo del choque cultural, que se dice ahora, cuando hacemos extensivo ese término al conjunto de experiencias vitales que uno aprende desde que nace en el entorno en que le toca vivir.

En ningún momento he pensado hacer hoy aquí mi propio relato de las fiestas. Doctores tiene la Iglesia que lo hacen mejor que yo y, además, son grandes expertos en ello. Se suben a lo alto de la peña cuando la procesión está en el centro de la era, dan un giro de 360º sobre sus pies para llevarse la impresión panorámica en su cerebro y, como si acabasen de hacer una foto aérea dicen “entre 6.000 y 6.500”, un suponer. ¿Pero cómo es posible? Porque nada detiene a quien acumula lustros de experiencia. De un vistazo calcularon la superficie potencialmente “pisable”, por muy irregular que esta sea, la densidad de población romera en el momento y la previsible a lo largo de la tarde, el espacio que ocupan puestos y chiringuitos, que restan del anterior y el nivel de rotación y recambio de feligreses, romeros y aficionados que se puede esperar a lo largo del día. Todo de un tirón. Como si tuvieran una computadora en la cabeza. “¿Pero cómo es posible?”, les dices insistente. “Está claro” te contestan, “los metros cuadrados disponibles por cuatro cristianos en cada uno cuando están muy apretaos como hoy (en eso no fallan, la proporción de fieles de otras religiones es prácticamente desdeñable), más la gente que viene por la tarde… total unos 6.225, o sea unos 100 menos que el año pasado”. Y te quedas así, como con cara de tonto o de admiración, depende del caso, sin saber qué argumentar, aunque con la certeza de la infalibilidad de quién calcula. Pues por eso, que las crónicas las haga quien sabe. Este humilde servidor se va a conformar en relación a todo esto con escribir aquí, con carácter de urgencia, una lista de sensaciones, atropelladas, pero sinceras y recién pasadas por el corazón.

A mí me encanta el encontrarme con la gente. Saludar una, dos, cien veces, a amigos y conocidos. Es, como ha declarado el señor alcalde a la prensa, uno de los aspectos más atractivos de este día, aunque a K le parezca que nunca antes había saludado a tanta gente. Para alguien ajeno a este mundo rural y festivo de nuestro país es una de las cosas que más llaman la atención y más sorprende. El inmenso júbilo y placer que experimentamos al encontrarnos y el alto nivel de la amistad y el compañerismo que se desprende al vernos interactuar. Esa emoción que sentimos sin disimulos extraña mucho a los ajenos, como también lo hace ese interés, esa pasión por Hacinas, su gente y sus tradiciones que pasa de padres a hijos y se transmite de forma contundente. Si esto es o no una cuestión diferencial que ocurre en Hacinas más que en otros lugares díganmelo ustedes primero y, si están de acuerdo conmigo, búsquenme alguna explicación después, porque ante esa curiosidad, K se quedó sin una respuesta convincente por mi parte.
El aspecto familiar también se hizo muy destacable entre sus mejores impresiones. Ese afán y ese gusto por reunirse un día como este quienes componen núcleos familiares a veces muy dispersos por toda la geografía se destacó en su análisis como otro rasgo sorprendente y distinto. En lo referente a lo lúdico el choque resultó mucho más brutal: encontré en mi foránea preferida muy poco gozo al escuchar la jota y otros cantos tradicionales que a mí me emocionan y que fueron interpretados magistralmente por profesionales, unas veces, o por aficionados con algún vermú de más, otras. Admiró, eso sí, la destreza y la vistosidad de danzantes, dulzaineros y aficionados, muy especialmente durante la procesión.

Pude volver ese día mágico, reconciliarme con mi pueblo y sus tradiciones y, con mis amigos (son de los que no perdonan una infidelidad como esa), compartir esas emociones cotidianas que tan felices nos hacen. Pude también, por una vez, trascender de las impresiones comunes y cercanas para aprender y sentir junto a K cómo se vive todo eso desde una posición de imparcialidad emocional, desde la neutralidad y sin los antecedentes afectivos y culturales con los que partimos los que, como un servidor, nos hemos criado con este sesgo desincrustable de ser de Hacinas y de haber gozado desde que tenemos uso de razón de las fiestas de Santa Lucía.
Me llamó la atención este año la coexistencia pacífica que se alcanza entre tradición y modernidad. Es todo un éxito de tolerancia tecnológico-cultural. La tecnología, digámoslo así, ha irrumpido en la romería de forma tan natural que se ha implantado en cada detalle sin alterar las costumbres ni hacerse estridente. Así uno se pasea entre puestos en los que se ofrecen pedazos de jamón envasados al vacío, se pesan las almendras garrapiñadas en básculas digitales o se venden pendrives de tamaños minúsculos con toda la colección de jotas serranas en formato mp3. Es el presente y el futuro todo mezclado. Tanto, que tuve ocasión de protagonizar un episodio de modernidad mal entendida que hubiera sido imposible que ocurriera hace muy pocos años. Acababa de entrar el pendón por la puerta de la ermita al final de la procesión cuando sonó mi teléfono móvil. Lo descolgué sorprendido y escuché la voz de un buen amigo de Hacinas al otro lado de la línea.

- ¿Qué pasa, niño? ¿Dónde andas?, me preguntó.

- Aquí, contesté.

- Oye… eso no está bien, así que ¿otro año sin venir? Te vamos a poner falta, eso no puede ser…. añadió.

- Que estoy aquí… en Santa Lucía, insistí.

La señal era muy deficiente y el ruido ensordecedor. Por más que lo intentaba y gritaba mi interlocutor, como en aquélla historia de los dos sordos, seguía sin oír nada de lo que le decía.

- Bueno, pues tú te lo pierdes, que lo sepas. Está la mañana estupenda, ha venido un poco menos gente que el año pasado, pero hay bastante, unos 6.250 han dicho los expertos, esto está animadísimo… Y lo mejor del caso es que estamos todos… bueno creo que sólo faltas tú….insistió.

- Oye ¡ que estoy aquí!, le dije desesperadamente.

- Bueno, te dejo que no se oye nada, me dijo para acabar, voy a tomarme unos vinitos aquí en lo de la gente de Hortigüela y brindaremos por ti, descastao que eso es lo que eres….

En lo de la gente de Hortigüela estaba yo también, por lo que temiéndome lo peor colgué el teléfono antes de darme la vuelta para ver lo que presentía: a pocos metros de donde yo estaba mi amigo le gritaba al móvil como un loco intentando despedirse de mí. Le toqué el hombro con resignación y le dije ante sus ojos asombrados que no, que no gritara más, que le oía mejor si hablaba más bajo y que sacara de una vez los vinos que estaba prometiendo porque para brindar por mí no hay nada mejor que brindar conmigo…

Volver, esa es la cuestión. Para constatar que todo sigue igual, que ahí están nuestra gente y nuestras raíces y que no hay nada mejor que compartir siempre los mágicos momentos de las fiestas de Santa Lucía.


Manolo Díaz Olalla
(Publicado en la revista "Amigos de Hacinas, tercer trimestre de 2010, Nº 129)
Fotografías: tomadas de  Diario de Burgos y La Voz de Pinares