jueves, 23 de enero de 2014

Los recuerdos dormidos de mi tío Víctor


Contradiciendo las leyes básicas de la naturaleza y los principios más elementales de la demografía, de los hermanos de mi madre se fueron ellas y se quedaron ellos. Mi madre incluida. La norma universal es aquélla que determina  que nacen más hombres que mujeres y que aquéllos van desapareciendo más y más pronto que éstas de tal forma que las postreras etapas de la vida las alcanzan tres mujeres por cada hombre. Es en esa edad en la que se experimenta tan descomunal desequilibrio de sexos, sí,  y no antes,  por mucho que así lo pretenda cierta cultura popular.

Bien, mi abuela Margarita, esa mujer irrepetible de la que tanto les hablo en estas páginas y con la que aparezco fotografiado, yo un gurriato, en un retrato magistral del que es autor Jesús Molinero y que cuelga de una pared del Bar de La Plaza, y mi abuelo Ceferino tuvieron seis hijos. Todas las mujeres, Victoria, Felipa,  Agustina  y Casilda nos abandonaron ya, alguna de forma muy temprana como mi tía Felipa, mientras que aún tenemos la suerte de que nos acompañen los dos hombres, Leandro y Víctor, situados curiosamente casi en ambos extremos de la lista. Nos acompañan, sí, pero a su manera y en los últimos años, y como efecto de éstos, mostrando más bien poco interés por lo que les rodea.

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Al primero de ellos, Hermano de La Salle e insigne poeta, le visito con cierta frecuencia en su retiro plácido de Griñón, en Madrid, por el placer de pasar algunos ratos con él y por la cercanía. A mi tío Víctor, el más joven de todos a sus 86 años, no tengo el gusto de verle con tanta asiduidad, pues vive en Granada desde hace muchos años.  Siempre fue el que vivió más distante geográfica y anímicamente del resto de la familia, aunque seguramente fuera el preferido de madre y hermanas, como pasa siempre con los pequeños. Hombre culto e  ilustrado, también excelente poeta y notable filólogo, experto en la cultura y la lengua árabe, humanista y gran conversador, aún recuerdo el enorme placer que se experimentaba al recorrer en su compañía, hace años, los rincones de La Alhambra, un auténtico lujo de visita en el transcurso de la cual era capaz de desvelarte, en cada rincón, una sorprendente historia de califas y princesas, episodios insospechados, mitad leyenda y mitad historia, que nunca relatan las guías de turismo.

A primeros de Septiembre, aprovechando una visita  a la ciudad andaluza, me acerqué por sorpresa a visitarle en su casa actual, la Residencia Ecoplar-La Salle. No le veía desde Febrero de 2011 cuando le encontré en aquél mismo lugar. En aquella ocasión tuvimos la suerte de que nos acompañara en el estupendo paseo que dimos por los alrededores otro hacinense de pro, el Hermano Ponciano, que allí vivía y quien poco después fallecería. Encontré en esta reciente visita a mi tío Víctor bien de salud y muy relajado. Pero los años no pasan en balde, ni para ellos ni para los demás y esta vez intenté que la sorpresa de mi inesperada aparición provocara en él el resurgimiento de algunos recuerdos escondidos,  contribuyendo de esa manera a superar el vacío de la ausencia y la lejanía, pero fue en vano. Los recuerdos no querían volver ni a base de sorpresas ni de novedades. Miraba con curiosidad lo que le mostraba y atendía entre divertido y perplejo las cosas que le contaba de la familia y de los conocidos. Los recuerdos, por ahí, en algún lugar recóndito del corazón o del encéfalo, que tanto da, continuaban dormidos por la falta de uso.

Tengo comprobado en distintos casos que he tratado con esta terapia natural que voy a relatarles que cuando los acontecimientos del pasado, aunque fueran del pasado reciente, tienden a borrarse con facilidad y cuesta recuperarlos para traerlos al presente,  sobre todo si quien los introdujo hacia adentro, ensimismado en parcelas ignotas de la mente humana y perdiendo conexión e interés por lo que les rodea, es de Hacinas, si eso sucede, el relato de sucesos, personas, paisajes, lugares, hechos, acontecimientos y canciones hacinenses se comporta como un poderoso estímulo a la hora de rescatar, de repente, tanto el interés como el contenido de todo lo que estaba agazapado en algún rincón del alma. Y así lo hice. Mientras paseábamos por la residencia y el estupendo jardín que la rodea comencé a recitarle poesías suyas y de su hermano que hablan de Hacinas, de su infancia y de su familia, a contarle anécdotas que conozco de sus primeros años en nuestra tierra y, sobre todo, a cantarle canciones de su pueblo. Empecé suave, con alguna cosa de El Reinado y de la matanza y cuando conseguí excitar su curiosidad y se fue viniendo arriba, nos pusimos a entonar a dúo el inenarrable Himno de Santa Lucía, compuesto por su hermano Leandro y por Anastasio Antón hace algunas décadas: “Loor / a la excelsa patrona de Hacinas / entone el romero canciones de amor…”

Un destello de luz asomó en sus ojos, algo apagados, y asistí perplejo al cántico afinado y seguro de mi tío quien revivía por un instante la romería de Santa Lucía y los mejores pasajes de su vida en su pueblo. Tanto y tan bien lo cantó que temí, por un momento, que se desatara una ola de aplausos desde la primera planta y quisieran los oyentes, ya puestos, que perpetráramos un recital completo de canción popular y mística de Hacinas.

Poco rato después y tras repasar algunas anécdotas familiares, me despedí de él hasta el siguiente viaje. Y pensé por un momento que aquí y allá, los hacinenses siempre llevan su pueblo y su gente en el corazón. Y son capaces de sacarlos fuera y reencontrarse con ellos, por muy olvidados que parezcan, en cuanto alguien se proponga que no se queden dormidos para siempre en algún rincón oculto y misterioso de la mente humana. Ese enigma.


Manolo Díaz Olalla

Granada, Septiembre de 2013
(Publicado en la revista "Amigos de Hacinas", número del primer trimestre de 2014)

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