martes, 29 de junio de 2010

Las Brechas

Estamos vivos de casualidad. Por mucho menos de la milésima parte de las brechas que rasgaron nuestras impúberes frentes en nuestra infancia hacinense los muchachitos de hoy en día se habrían quedado a vivir de forma permanente en las urgencias de algún hospital, a sus padres les hubieran retirado la custodia y hasta la patria potestad y a todos juntos de la circulación por orden gubernativa.

Y sin embargo hemos llegado hasta aquí sin demasiados remiendos y con pocas mataduras para lo que podía haber sido. Tan temerosas estaban mi abuela y mi tía Casilda de verme aparecer por el portal de la casa con una brecha en la frente y con la cara empapada de sangre, que para ellas la llegada del buen tiempo y el anuncio de mi consecuente aparición en escena tenía casi tanto de alegría, por verme, sí, aunque no lo crean, como de reto titánico hasta conseguir ponerme, de nuevo, en el navarro, el día de mi feliz partida, y verme trasponer en toda mi integridad camino de Madrid con la menor cantidad de cicatrices que fuera posible.

- Hola majo… ¡cómo has crecido! ¿Te ha echado tu madre el botiquín?

- Sí, abuela, en la maleta está…

- ¡Ay qué ojos!... cada día se te nota más en la cara el Molinero que llevas en el apellido… ¿y gasas, te ha echado gasas?... mira que por aquí andamos escasos de esas cosas.

- Sí abuela, de esas que vienen en una caja redonda, ahí estarán, junto a los mantecaos.

- Muy bien majo, a ver este año si te salvas también… ¿oye y te ha vacunado del tétanos?

En aquéllos tiempos remotos de los que hablo si te caías por el terraplén del castillo o te descocotabas sancirbián abajo eras, casi seguro, un mostrenco o estabas algo modorro, pero a nadie se le ocurría echarle la culpa de eso a los maestros por negligentes, a las abuelas por viejas y despreocupadas ni a los alcaldes y concejales de la villa por no asfaltar las calles, poner vallas al borde de los precipicios o permitir mobiliario urbano sin las medidas de seguridad homologadas por la UE o por la ISO 905, ya sabe, de ese que lleva los filos vistos como navajas sin goma ni nada. No. La vida tenía sus riesgos y había que sortearlos cada día. Era parte del aprendizaje. Una aventura que comenzaba cuando te levantabas y culminaba si llegabas, con suerte, al final del día entero. Si al concluir la jornada contabas con una herida más o una brecha en la cara era parte de lo inevitable, daños colaterales que dicen ahora, pero, en el fondo todo un éxito del instinto de supervivencia.

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