domingo, 4 de abril de 2021

Érase una vez



Amaneció este 13 de diciembre, día de Santa Lucía, soleado, frío y con restricciones perimetrales a la movilidad en muchos municipios y comunidades autónomas de España. Recordé otros tiempos en que este día, siempre en la distancia, se celebraba en casa con mucho cariño y nunca faltaban una comida especial, algunos ayes nostálgicos de mi madre y una llamada telefónica a la abuela:

- Cuídese madre, no coja frío, háganse compañía Julianita y usted y escriba cada vez que pueda.

- Que sí hija, marcho a escape, que ya han dado las largas, no te preocupes y cuelga ya, que es conferencia. 

Quienes nunca pasamos un día de Santa Lucía de los “oficiales”, de los que se celebran cuando toca según manda el santoral, siempre tuvimos esa festividad invernal alternativa como una especie de enigma indescifrable más. Y no sería porque los amigos que en Hacinas la pasaban no daban toda la información que se les requería, hasta con pelos y señales si venía al caso (horarios, actividades, afluencia de público), pero a pesar de ello no dejaba de ser algo incomprensible para quienes los disfrutábamos, es un decir, del lado de acá: un día de la patrona sin romería y, lo que era más grave, sin nuestra propia y, pensábamos, ilusos de nosotros, fundamental presencia. 

Aún sin conocer detalles no dudo que este año las cosas hayan sido muy diferentes a jornadas festivas anteriores. Como dijimos en una ocasión, esta pandemia que nos arrasa nos ha descubierto una verdad que no queríamos ver: somos completamente vulnerables y de esta solo podremos salir si lo hacemos todos juntos. Los acontecimientos se suceden tan deprisa y nos arrojan a la cara, un día sí y otro también, informaciones tan distintas y aún contradictorias respecto a las anteriores que, de repente, hemos descubierto lo peligroso que puede resultar el aire que respiramos cuando lo ponemos en común en un espacio cerrado. Y este hallazgo, no cabe duda, va a producir un cambio radical en nuestra forma de comportarnos y relacionarnos, al menos mientras la COVID-19 continúe llenando hospitales, UCI's y, por desgracia, cementerios del mundo entero. 

Es muy posible que si las vacunas resultan eficaces, lo que deseamos con todas nuestras fuerzas, y esta terrible infección pasa a ser un mal recuerdo, olvidemos pronto lo aprendido y la vida, y los días de Santa Lucía, los de septiembre y los de diciembre, sean como antes, pero pasará mucho tiempo hasta que eso vuelva a ser así. La descarnada realidad que nos ha trasladado este virus es que una infección que se transmite de forma simple y sencilla, tanto como lo es el hecho de compartir el aire que exhalamos, puede ser fatal para muchos, de la misma forma que, en su momento, el HIV/SIDA llenó de inquietud al mundo entero al comprender que una relación sexual sin protección puede resultar mortal, como lo fue y aún lo es para millones de personas en todo el orbe.

Andaba yo con estas y otras disquisiciones parecidas cuando sonó en mi vitrola particular aquella maravilla de canción de Serrat, en catalán, que es como mejor ha compuesto siempre el Joan Manuel, llamada Temps era temps (algo así como “érase una vez”) y me dejé llevar por esos versos que canta: “Eran tiempos que más que buenos o malos, eran los míos y han sido únicos”. 

Únicos, sin duda, fueron. Como únicos serán los que nos quedan por vivir. Esperemos que, aunque como dice esa canción “Temprano y mal lo supimos todo: quiénes eran los reyes, de dónde vienen los niños y qué come el lobo”, esta vez aprendamos bien las cosas y no las olvidemos, seamos más conscientes del riesgo que corremos y del valor que nuestra actitud y la de los demás tiene en la vida de todos, de la inmensa riqueza que significan unos buenos servicios públicos que protejan a todos y todas y que, cuando por fin podamos llevar una vida lo más parecida a la que antes teníamos, lo hagamos sin dejar a nadie atrás. Porque solo estaremos a salvo cuando estemos todos a salvo.


Manolo Díaz Olalla
Día de Santa Lucía de 2020
Publicado en la Revista Amigos de Hacinas, primer trimestre de 2021



jueves, 1 de abril de 2021

La revista

 



Leo y releo el último número de la revista “Amigos de Hacinas”, el 170, y vuelvo a reconocer en ella el enorme efecto aglutinador que lleva desarrollando desde hace más de 40 años. Mientras la deshojo cual margarita perenne esperada durante meses, recuerdo a mi madre, y a otros muchos hacinenses de la diáspora interior, y la emoción tan grande que sentía cuando el cartero llegaba con ella, glorioso momento en que, abandonando cualquier tarea que estuviera realizando, algo impensable en ella excepto por motivos de fuerza mayor como este, se la bebía entera, primero a grandes tragos y, después, con más sosiego y en los días sucesivos, sorbo a sorbo, deleitándose con cada uno. Sin duda, una de las grandes virtudes de este medio puesto en marcha por iniciativa de algunas mentes preclaras, ha sido la de asegurarnos la participación y la de permitirnos a todos y todas mantener las señas de identidad que tanto nos unen como pueblo y como comunidad dispersa. Estas cualidades son sobre las que con más seguridad se asienta esa capacidad de supervivencia que ha demostrado a lo largo de tantos años, incluso por encima de su función informativa, una de sus aportaciones más notables.

Una cascada de sentimientos encontrados se desata cuando la abro. Me emociono con las palabras que nuestra prima Felisa dedica a su amado y, tristemente, ausente David, que con tanta fuerza transitan de su corazón hasta su pluma, como todo lo que escribe, para después entristecerme con la noticia de la partida de Lucinio Gómez, el insustituible e inolvidable secretario de Hacinas, a cuya familia mando un abrazo desde aquí y entre cuyos miembros cuento con queridos amigos, para pasar después de la perplejidad a la incredulidad cuando, al dar la vuelta a otra página, me descubro en una foto de hace, digamos, muchos años, en compañía del también inolvidable Severiano de Juan. La mente empieza a rebuscar en ese baúl hecho de neuronas y conexiones sinápticas del que tanto les hablo y es entonces cuando recuerdo con nitidez aquella entrevista, que no fue otra cosa que una conversación grata y distendida con una persona excepcional y de cuya visión del mundo y de la vida tanto aprendimos esa tarde y otras tardes que vinieron después. Y es que, como se imaginan, no todo lo que hablamos fuera, como se dice ahora, “políticamente correcto”, aunque estuviera cargado de razones y argumentos irrebatibles. La contemplación de esa fotografía, una sorpresa más que trae esa revista, con mi ensayada pose a lo Lalo Azcona(*) y con esa mata de pelo que hoy es solo un bonito recuerdo, me hace recordar lo que dice un buen amigo de que envejecer es admitir que el pelo se caiga de donde no se tiene que caer y salga donde no tiene que salir; sobre la primera de estas predicciones no tengo nada que añadir ya que comparando aquella instantánea con mi versión actual salta a la vista lo acertado de la misma, pero sobre la segunda prefiero guardar un discreto silencio, si me lo permiten.

El autor, con la mata que se cita. Hace tiempo

Y así, entre sobresaltos y emociones llego a la información sobre la actualidad municipal y descubro una noticia que me gustaría comentar: se decide dedicar lo recaudado con las sanciones por incumplimientos de las medidas preventivas para la COVID-19 ocurridas en el verano (uso de mascarilla, distancia social, etc) a la Residencia de Mayores Santa María, de Salas, donde viven algunas personas de nuestro pueblo. Sabia decisión, creo yo, que nos introduce en el mundo de lo que podemos llamar “el destino finalista de los fondos” y que, en este caso, surge de una relación causa-efecto que no tiene discusión: el deficiente control de la infección que acarrea la baja observación de las medidas preventivas de demostrada eficacia provoca sus peores efectos en las personas mayores y, en especial y según lo observado, en las institucionalizadas. Hay antecedentes de este tipo de actuación y, como se imaginan, no siempre exentos de polémica, como, por ejemplo, aquél famoso “céntimo sanitario”, eufemismo con que se denominaba a la política de gravar con esa minúscula cantidad el precio de cada litro de gasolina, ya que la contaminación que los vehículos producen genera muchas enfermedades que sobrecargan e incrementan el gasto del sistema sanitario, que es a donde se dirigen esos fondos extraordinarios. ¡Qué bien pensado! que diría P. Tinto, siempre que, de verdad, fueran fondos adicionales y el sistema sanitario, una de las piezas fundamentales de nuestro Estado del Bienestar, estuviera bien y suficientemente financiado por fondos públicos, lo mismo que las residencias de mayores, independientemente de que quien deba recibir la atención correspondiente sea un mayor o un enfisematoso y que cada cual aporte lo que le corresponda según sus posibilidades, conduzca vehículos o sea peatón raso.  

Una polémica planteada en el Reino Unido hace años supuso otra vuelta de tuerca sobre este mismo procedimiento, aunque con algunos matices. Se anunció que se sacaría de la lista de espera de cirugía coronaria a aquellos pacientes que siguieran fumando tras detectárseles el problema que les señalaba la puerta del quirófano. Tiene su lógica, no lo negaremos, en este caso justificada además por la eficacia del tratamiento, ya que en los fumadores persistentes la solución tiene un efecto limitado. Como ocurre en la fontanería en que estos procedimientos se sustentan, hay que decir que se taponan con rapidez los vasos desobstruidos en quienes continúan con esa adicción y que en este caso la decisión tiene difíciles aristas que sortear desde el punto de vista ético. Porque ¿quién se puede arrogar la autoridad de negar a alguien una solución que le puede salvar la vida, por mucho que no quiera o no pueda cumplir las condiciones que garantizan un éxito duradero del remedio? 

Somos conscientes de que hay un trasfondo de búsqueda de la equidad en ambas decisiones, la de las sanciones veraniegas por proteger a los más perjudicados por una conducta que tiene poco en cuenta a los más vulnerables y la del National Health Service británico por priorizar el tratamiento de quienes esperan una solución desde hace mucho tiempo a la vez que aseguran mejor el éxito de la misma con su comportamiento, pero, cuidado, si nos volvemos estrictos con estas estrategias dentro de nada, querido lector, le pueden negar la receta del medicamento para el colesterol si continúa con ese feo vicio de comer chorizo o, a los que componemos la cuadrilla de los lechales, sin ir más lejos, expulsarnos de la consulta de nutrición donde nos ponen la dieta de adelgazamiento si persistimos en nuestras reuniones, en las que se consumen manjares hipercalóricos en demasía, a pesar de que dichos encuentros, de los que ustedes tendrán noticias, sean anuales exceptuando los años pandémicos.

El destino finalista de los recursos está muy bien y las estrategias disuasorias de los hábitos poco saludables también, porque estimulan la equidad y señalan dónde están los problemas, siempre que la atención que cada cual necesite en cada momento esté debidamente financiada con el esfuerzo de todos según las posibilidades de cada uno. Y, mientras concluyo estas disquisiciones, llego a la ultima página del número 170 de la revista y reconozco que, como siempre, ha cumplido con creces las expectativas que, cuando la saqué del sobre, había depositado en ella: me ha dado una buena ración de información, emoción, sorpresa, recuerdos de quienes somos y de cómo fuimos, tristeza por los que se han ido y alegría por los que llegan, reflexión y sonrisas, además de fomentar mis deseos de seguir participando y mis sentimientos de pertenencia a este pueblo que somos.

Enhorabuena a los que tuvieron la genialidad de poner todo esto en marcha en 1980 y a los que durante todos estos lustros han conseguido mantener viva esta llama.

 

Manolo Díaz Olalla

21 de marzo de 2021. Publicado en la Revista "Amigos de Hacinas", nº 171, primer trimestre de 2021

 

(*) Nota del autor. - Para los muy jóvenes o los desmemoriados copio a continuación lo que sobre este personaje dice la Wikipedia: “Ladislao de Arriba Azcona, conocido como Lalo Azcona (Oviedo, 20 de junio de 1951), es un periodista y empresario español que se hizo famoso cuando, en el verano de 1976, se le encargó la edición y presentación de la primera edición del Telediario de TVE, puesto que ocupó hasta finales de 1977. Su juventud, su peculiar y cercana forma de dar las noticias y su imagen (sic) lo convirtieron en un rostro extremadamente popular en la época”.

El susodicho Lalo Azcona. También hace mucho tiempo