lunes, 23 de abril de 2012

Baldosines decorados




Las cosas que se deben saber sobre la vida y sus recovecos, muchas veces más intrincados de lo que fuera aconsejable, los buenos consejos que nos facilitarán el tránsito por sus estrechos callejones y las intenciones reales de otros cuando se quieren ocultar, todo eso y más, no siempre se aprende en el instituto o en la universidad. Los libros de la escuela de la vida, que se decía antes, se escriben derechos con renglones torcidos, como dicen que hace Dios con sus inescrutables designios.

Las fuentes de información más valiosas para mi proceso formativo durante la infancia y la adolescencia las encontré, durante años, en mis veranos en Hacinas. Creo que lo he contado muchas veces en estas mismas páginas. Todo ello a pesar de que, luego, y durante el resto del año tuviera que armonizar las enseñanzas, usos y expresiones soperas con la insulsez urbanita. La cosa no es sencilla. Pregúntenle, si no, a Jesús Cámara, que ha tenido que escribir un diccionario para ayudarnos a desentrañar esos misterios. Se trataba de un proceso de integración que no siempre era fácil, que me ocasionaba más de un desencuentro y, a veces, me convertía en víctima de chanzas  y chascarrillos. Hoy en día lo tenemos más asumido. Lo llamamos “transculturalidad” y nos quedamos tan tranquilos, pero en la época de la que hablo no había tregua para los que incorporábamos elementos de la cultura rural a nuestra cotidianidad o a nuestro lenguaje.

-       Que dice Manolo que saltando el plinto se ha dado una órdiga. Y dice que se ha quedado un poco modorro.
-       Pero ¿en qué idioma habla? Se van en verano al pueblo y cuando vuelven no hay quién les entienda…




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