jueves, 3 de julio de 2008

Hacinas desde el aire: un corazón tendido al sol (breve crónica inspirada por la maravillosa fotografía que figura más abajo)




La realidad es un espejo que se ha roto en mil pedazos. Somos tan necios que cuando encontramos uno de ellos creemos que los tenemos todos sin llegar a entender que hay otros muchos trozos aún sin encontrar o en otras manos, y que sólo juntándolos todos tendremos la realidad completa. Como que ocurra eso es imposible, el auténtico reto permanente a la vanidad humana es el de no equivocarse y pensar, todos los días, que la parte que está en nuestro poder tan sólo nos da una visión parcial, y que conoceremos mucho mejor las cosas cuando podamos verlas, juntando otros pedazos, desde otras perspectivas además de desde la nuestra.

Navegando en internet, esa auténtica enciclopedia de nuestro tiempo, descubrí hace unos días esta fotografía de Hacinas tomada desde el aire. Debo confesarles que el hallazgo no fue casual y que soy un gran aficionado a las fotos aéreas. La visión del mundo que ofrecen nos explica la realidad de una manera que, con los pies en la tierra, nunca habríamos podido imaginar. Incluso aunque se trate, como es el caso, de una realidad cotidiana.

Somos peatones de la realidad, víctimas de este vivir pegado al suelo y de perspectiva limitada. Es verdad que en muchas ocasiones vemos poco más allá de nuestras propias narices y debemos reconocer ahora mismo que el individuo que sacó la fotografía, un forastero que a lo mejor nunca ha pisado sus calles, tiene una visión de Hacinas en su conjunto mejor que la que tenemos muchos. Agradezcámosle, también, que no haya sido un egoísta del conocimiento y que, además de verla con sus propios ojos, se haya tomado la molestia de brindarnos a todos esta panorámica fantástica de nuestro pueblo. Un mérito nada desdeñable considerando que, a mi modo de ver, hay que tener mucho valor para subirse en un artilugio como con el que, seguramente, se paseó por encima de nuestros tejados y nuestras boinas, sin una mala hélice ni un motorcillo de apoyo, aunque sea para una emergencia que digo yo, y a capricho del viento según sople, su sapiencia y su sangre fría para dirigir la vela.

Y eso que nosotros, como pueblo de altas miras, tampoco podemos quejarnos de perspectivas. Desde el Castillo, desde el campanario de la Iglesia o desde la misma cumbre de Sancirbián podemos gozar de un espectáculo de altura con Hacinas como protagonista. Incluso si nos acechara el vértigo más atroz y no quisiéramos asomarnos a ninguna de esas atalayas, seguro que aún podríamos encontrar, aunque sea en el fondo del trastero cubierta de cagadas de mosca y deslustrada por el paso implacable del tiempo, aquélla foto aérea de Hacinas tomada desde una avioneta, firmada por la casa Paisajes Españoles, de las que allá por los años 70 del siglo pasado tanto se popularizaron en nuestra tierra y fueron colgadas a destajo en paredes y muros.

Pero ni así lograríamos tener una visión en picado tan cercana y clarificadora como la que nos regala esta instantánea. Observen que se trata de Hacinas como un cuerpo tendido al sol, muy temprano por la mañana, como desperezándose, que nos muestra sin ningún pudor su sistema circulatorio de calles, callejas y caminos a punto de verse invadidos por la presencia humana. Si nos esforzáramos un poco reinterpretando nuestra visión horizontal con las referencias geográficas y naturales que se aprecian identificaríamos sin problema nuestras casas o las de nuestros vecinos a partir de sus tejados. En uno de ellos, el primero que se aprecia detrás del Ayuntamiento, se observa la sombra del intrépido fotógrafo. Sorprende el tamaño y la forma de las cosas una vez comparados con otros tamaños y formas más familiares, y la configuración espacial de las arterias de este cuerpo, todas dispuestas como para nutrirse de ese corazón indudable que es la plaza del Ayuntamiento. La Iglesia y el Castillo, fuera ya del lecho vascular principal aunque ocupando un lugar central y preeminente, se erigen majestuosos en el centro de la imagen sin caserío postrero. Detrás del castillo, el topónimo donde desde niño, eufemísticamente, me enseñó mi abuela que habrían de llevarnos a todos tras el último acto, y bordeado por el camino que va a la pililla y a la era de Pedro (qepd), aparece el camposanto, ¡ay!, que se vislumbra como un espacio tan geométricamente perfecto como lleno de recuerdos imborrables y tiernos. Al otro lado del castillo aún no llegan los primeros rayos de sol, y la visión simultánea de esta evidencia nos muestra la paradoja incontestable de que, tan cerca, unos viven en la luz mientras otros persisten aún en las tinieblas.

No se puede tapar el sol con un dedo pero, ¡oh privilegios de los arriesgados ícaros de nuestro tiempo!, el fotógrafo que vino con el viento consigue taparnos un buen pedazo del Barrio de San Pedro con la punta de la zapatilla, privándonos del deleite de la observación de sus casas, praos y arreines. La casa del cura, aún de pié en la imagen, nos aporta una referencia temporal y da a la instantánea un sentido histórico que todavía no habíamos descubierto.

Somos una tierra de pioneros y de emprendedores. Somos una tierra de gentes que nunca le han tenido miedo a mirar las cosas desde arriba. En Coruña del Conde, sin ir más lejos, se inventó la aviación el 15 de mayo de 1793, cuando un vecino de aquélla localidad, Diego Martín Aguilera, se lanzó desde el Castillo subido en una estructura de la forma de un pájaro tapizado de plumas que él mismo había construido, recorriendo 431 varas castellanas por el aire antes de estrellarse al otro lado del río. Somos una tierra de valientes inventores, pero también de ignorantes e intolerantes: cuenta la historia que al pobre Don Diego, genial precedente de nuestro amigo el fotógrafo aéreo, y una vez comprobado que su hazaña no había acabado con su vida, casi se la quitan los vecinos de su pueblo a base de mofas, insultos y, según dicen, alguna paliza que otra por brujo y loco. Digo yo que por insensato se hubiera merecido alguna reprimenda, pero sin sus extravagancias y las de otros pioneros posteriores quizás hoy anduviéramos todavía sin despegar del suelo.

Creo que coleccionando visiones diferentes de nuestra realidad y de la de nuestro pueblo conseguiremos entenderlas mejor y equivocarnos menos que cuando nos empeñamos en sacar conclusiones rotundas a partir de perspectivas limitadas y parciales.

Con forasteros del aire que nos llegan sin saber por dónde, no cabe duda de que vivimos tiempos de cambios. Como tenemos uno de los pueblos más bonitos de España, más vale que comencemos a salir siempre a la calle vestidos de domingo y miremos frecuentemente para arriba sonrientes. Será la única manera de que quedemos guapos en las fotos que nos vayan a hacer a partir de ahora.

Manuel Díaz Olalla
(Publicado en la Revista Amigos de Hacinas, 3er trimestre de 2007)