lunes, 18 de junio de 2007

Agustina es tu nombre




Ha muerto mi madre. Y un dolor indescriptible ha llenado nuestros corazones. Se fue como vivió, discretamente e intentando molestar lo menos posible. Es cierto que no existe nada más inesperado que la muerte, pero la de ella lo fue tanto que a todos nos ha hecho reflexionar, otra vez, sobre el sentido que puede tener que esa línea que separa la vida de su ausencia sea tan borrosa, tan imprecisa, tan poco fiable…
Si algún consuelo nos queda a quienes tuvimos la suerte de vivir a su lado es que, hasta el final, disfrutó de la vida y fue feliz. Porque a pesar de que durante los últimos años el mundo se le hacía, cada vez, un enigma más y más indescifrable, mantuvo siempre un decoro y una dignidad que nos llenaba de admiración. Hasta su último momento supo disfrutar de una conversación interesante, de una comida rica, de la compañía de su familia (en especial la de la hija más querida, María Jesús), de una canción bonita, de una poesía bien recitada o de un recuerdo, siempre presente, que le transportara a Hacinas. Cada día de su vida fuimos capaces de despertar toda la luz de su rostro y de observar cómo los ojos se le llenaban de alegría tan sólo con nombrarle Hacinas o proponerle un plan de una próxima visita para pasear por sus calles y saludar a su gente.
Y murió como vivió, amando su pueblo a cada instante. E inculcándonos a todos ese amor por Hacinas, por sus gentes, por sus rincones y por su cultura. Si desde niño aprendí a querer a Hacinas fue por lo que me enseñaron las mujeres que más han marcado mi vida: mi abuela Margarita y mi madre.
Pocas veces en mi vida me he sentido más orgulloso que, cuando después de mucho tiempo sin verme, alguien en Hacinas, se ha preguntado:

-¿Este quien es?
Y otro, o yo mismo, ha respondido:
-Manolo.
-¿Manolo?, se ha interrogado el interlocutor incrédulo.
-Sí, Manolo, el de la Agustina…han aclarado por fin con la seguridad de que, ese dato, era definitivo.

Como soy y seré para siempre Manolo el de la Agustina puedo contar aquí que si esta familia, la mía, ha perdido a la persona más querida, este pueblo ha perdido a una hija fiel y esta revista que usted tiene en sus manos, a una lectora ferviente y a una propagandista acérrima en cualquier lugar donde se encontrara. Durante años la llegada a casa de la “Revista de Hacinas” era uno de los grandes acontecimientos del trimestre, y su lectura y los comentarios que surgían de la misma una de sus aficiones favoritas. Esta actividad y las conversaciones telefónicas con Felisa y con Esther cuando llegaban a Madrid tras un viaje a Hacinas, sin duda, fueron para ella una inagotable fuente de información y el cordón que, de alguna forma, la mantenía en contacto con su pueblo y su gente.
En los últimos tiempos recuperó, de su memoria, algunas anécdotas y poemas perdidos por el paso de los años que no dudaba en recitar en los momentos que ella consideraba más apropiados. Y como quiera que, a su modo de ver, el espejo, últimamente, no le hacía la justicia que ella merecía, con frecuencia le gustaba declamar una poesía que alguien le compuso cuando su juventud se debía mostrar en toda su plenitud –nunca confesó quién fue su autor, si un familiar, un pretendiente anónimo o mi propio padre-, y su belleza, según cuentan quienes la conocieron entonces, era deslumbrante:


“Agustina es tu nombre,
Olalla por apellido,
la miss del pueblo de Hacinas,
hija del tío Ceferino.
Sumisa sin los apaños
de enfermizas vanidades,
tiene unos ojos castaños,
con un reír sin engaños
que infunde tranquilidades…”

Ha muerto nuestra madre y su ausencia repentina nos ha llenado a todos de dolor. Murió como vivió, amando a su pueblo y a su familia y rodeada del cariño de todos.
Si alguna vez observáis en mí o en mis actos algún rasgo de bondad, no lo dudéis: eso lo aprendí de mi madre.



Manuel Díaz Olalla
Manolo, el de la Agustina

(Publicado en la revista Amigos de Hacinas, 2º trimestre, 2007)